Igual
que en un verso de Dante,
la
esperanza parece perdida.
Sin embargo, en
esta hora
de falsas maniobras
y
tensiones entre el corazón
y el pensamiento,
vengo
a decirte que te amo.
¿Cuántas
veces te lo he dicho
en
estos últimos años de indecisiones
sentimentales
y vaguedades en el discurso?
No
importa amor, de verdad
no importa, si no
recuerdas
las veces que te lo he dicho,
si olvidaste mis
gestos para
elevarte al cielo y seas
elevarte al cielo y seas
la única estrella de mi bandera,
como tampoco importa
si mis palabras no han
dejado huellas en tu historia.
Te amo
a pesar de todo
porque
sé que en lo más
profundo de ti hay amaneceres
de plenitud por vivir y
noches de abril
con tu luz y grito de libertad.
No
pudieron contigo
los falsos profetas del amor,
ni
esos forajidos del placer,
invasores de tu cuerpo.
Me desespera verte allí,
en tu trópico absoluto, con el miedo
en tu trópico absoluto, con el miedo
comiéndote
los huesos y el alma
como
un cancerbero.
Amada, no desvíes tu mirada…
Mira de frente, estoy
aquí contigo,
quizás en tu hora más difícil,
quizás en tu hora más difícil,
atento
a tus gestos, a tu voz,
tratando de
entender
esas variables existenciales
que justifican
esa indiferencia tuya
por el
presente y el incierto porvenir.
Te
amo, te amo, patria mía…
Sí, a ti, Pequeña
Venecia, cintura abrazada
por el Orinoco, sé como eres porque
he vivido tu violencia, el furor
de tu ira, tu pena y hondo decaimiento…
Pero
ya es tiempo de encontrarnos
para ir a la calle
donde una
primavera caribe nos espera.
20 de febrero 2014