lunes, 7 de enero de 2013

La reescritura de la tradic. en Borges (II)






                                              CAPÍTULO I

La red textual

            La obra literaria de Jorge Luis Borges (1899-1986) es una compleja red de referencias textuales. Muchas de ellas podemos rastrearlas en los textos originales de donde proceden, otras son imposibles de ubicar por su lejanía o porque son apócrifas. Pero lo más característico de esta red textual es la que construye el autor con sus propios textos. Este recurso del poeta y narrador argentino se convierte en una constante en toda su obra, incluso en sus últimos escritos. La red textual le servirá a Borges para construir una teoría de la escritura y un programa estético que irá definiendo en la medida en que vaya realizando sus operaciones estéticas. Por otro lado, observamos que Borges no se conforma con citarse a sí mismo, sino que además desarrollará variantes múltiples sobre sus versos, así como sus ideas de sus ensayos aparecerán con nuevas connotaciones semánticas en ensayos posteriores, para ampliarlas o reafirmar el gesto fundador de su literatura. Esta actitud responde a la forma en que él se ha planteado el problema de su inserción personal dentro la tradición cultural, no sólo en la de Latinoamérica, sino también en todo el hemisferio occidental. Por todo esto, Borges asumirá la literatura como una reescritura para darnos una nueva visión de los temas literarios que se han trabajado a través de todos los tiempos. Esta forma peculiar de abordar la literatura conduce a una metamorfosis permanente del texto literario que Gerard Genette ha llamado hipertextualidad, la cual tiene por objeto fundamental el “de presentar constantemente las obras antiguas en un nuevo circuito de sentido”;[1] tendríamos que agregar nosotros: fragmentos de otras obras, en el caso de Borges, ya que solo se puede escribir o reescribir fragmentariamente. Sobre este aspecto tenemos como ejemplo el cuento “Pierre Menard”. Según Borges, Menard

No quería componer otro Quijote –lo cual es fácil- si no el Quijote. Inútil agregar que no encaró nunca una transcripción mecánica del original; no se proponía copiarlo. Su admirable ambición era producir unas páginas que coincidieran –palabra por palabra y línea por línea- con las de Miguel de Cervantes.[2]

         Tenemos entonces que Pierre Menard al producir un texto que coincidiera “palabra por palabra t línea por línea” lo que hace es poner al Quijote de Cervantes en un nuevo “circuito de sentido”. Borges hace una lectura contemporánea de del Quijote y luego ficcionaliza esa lectura en el personaje Menard; esto nos hace sospechar que Borges maneja también la idea de que existe un estilo de lectura de los textos del pasado, ya que una de las diferencias entre el texto de Cervantes y el de Menard radica en que

También es vívido el contraste de estilos. El estilo arcaizante de Menard –extranjero al fin- adolece de alguna afectación. No así el del precursor, que maneja con desenfado el español corriente de su época.[3]

Partiendo de estas características de la escritura de Borges, podemos esbozar una teoría de cómo funcionan los préstamos discursivos. En primer lugar, Borges destaca ya en sus primeros trabajos, tanto en prosa como en el verso, la idea de que no existe un texto original, único; que todo el texto literario y cultural responde a una vasta red textual. Un texto origina a otro texto y así sucesivamente, por la acción discursiva de un sujeto que, citando, traduciendo, atribuyendo falsamente, transfiere elementos de un texto a otro.

         El punto de partida de esta red discursiva la encontramos en el primer libro de poemas de Borges Fervor de Buenos Aires (1923).[4] El discurso de este poemario responde a la coyuntura que vive Argentina en la década de los años veinte. Allí existía la necesidad de, desde diferentes perspectivas, pensar y redimensionar el concepto de criollo frente a la presencia masiva de emigrantes europeos en las zonas urbanizadas. El hecho mismo de existir posturas ideológicas diferentes, que centran sus reflexiones en torno a un mismo tema, trae como consecuencia enfrentamientos entre la élite culta de la época. Para mucho de los intelectuales de ese período ser criollo era poseer una serie de virtudes tradicionales heredadas desde la independencia. Esta idea responde al problema de que la identidad criolla estaba siendo cuestionada por la influencia de los inmigrantes en el país. Frente a un sector de la sociedad que tenía sus raíces en la tradición, se alzaba una nueva estirpe de “criollos”, cuyos ascendientes habían venido de diversas partes de Europa. Las circunstancias de que los viejos y nuevos criollos no compartieron un pasado común obligaron a los intelectuales de la época a redefinir el concepto de “criollo”; por otro lado se observa que los inmigrantes, aunque rápidamente integrados, dentro del proceso de adaptación a su nueva realidad, comenzaron a incorporar sus costumbres diferentes al nuevo país. Desde esta perspectiva, se encuentran, en el ambiente argentino, dos tendencias frente al problema de lo criollo. En que lo que respecta a la literatura todas las corrientes hacen referencias a la tradición, pero hay modalidades diferentes. El nacionalismo cultural –del que hablaremos luego- tiene varias vertientes en su intento de crear una tradición criolla para el país inmigratorio. En principio, diremos que esas dos vertientes se caracterizan, una por la remisión al pasado gaucho (entre quienes se cuentan Martiniano Legazimón y, posteriormente, Ricardo Güiraldes) y, la otra, por el cosmopolitismo, representado por Roberto Arlt. En medio de esa polémica por definir lo criollo en los años veinte, Borges publica Fervor de Buenos Aires, cuando regresó de una larga estadía en Europa:

Borges se inscribe con plenitud en una corriente nacionalista que pretende redefinir lo criollo y refundar mitos que lo sustenten, es decir, otorgar al criollismo una nueva funcionalidad en la Argentina de la década de 1920[5].

En ese momento, surgen los movimientos de vanguardia literaria que arraigaron en muchos países de América Latina y en especial en Argentina. Ese arraigo no debe verse como un apéndice de las corrientes vanguardistas europeas, sino como una consecuencia natural de los nuevos cambios estructurales que se estaban originando en las sociedades latinoamericanas. Siendo Argentina uno de los países con más alto índice de inmigración europea y con un desarrollo bastante superior a muchas de las otras naciones hispanohablantes, no es de extrañar que fuera allí donde la vanguardia latinoamericana diera sus mejores frutos. Nelson Osorio, cuando analiza cómo surge la vanguardia en América Latina dice que:

Hemos tratado de mostrar que un somero estudio de los cambios en la realidad económica, social y cultural de estas épocas muestran la legitimidad y la pertinencia de las búsquedas vanguardistas en el medio en que surgen. Un desarrollo consecuente de este enfoque nos muestra, además, que las manifestaciones vanguardistas responden a impulsos que surgen de las propias fuerzas sociales que entonces se abren paso en la sociedad latinoamericana.[6] 

Es decir, que son producciones culturales que, trayendo elementos foráneos, los desarrollan según sus propias formaciones culturales.
         La vanguardia en Argentina se caracterizó por una fuerte crítica al Modernismo que fundara Rubén Darío. Para el momento en que instaura la vanguardia en dicho país, todavía se sigue produciendo una literatura basada en los hallazgos formales del Modernismo: el rebuscamiento del lenguaje, el preciosismo del adjetivo, las rimas sorpresivas, la referencia a lugares exóticos, etc. El más típico representante de esta tendencia en Argentina es Leopoldo Lugones, el cual era visto como un bardo nacional en el entorno cultural de entonces, pues había escrito, entre muchos otros textos fundacionales, las odas de alabanzas al desarrollo del Estado argentino.
         Hemos señalado que en los años veinte lo que imperaba en el ambiente cultural argentino era, por una parte, la discusión nacionalista en la que destaca Leopoldo Lugones con su obra El Payador. En este libro Lugones reúne las conferencias que dictó en el teatro Odeón de Buenos Aires en 1913, publicadas posteriormente en 1916 con el título antes mencionado. El pensamiento de Lugones en torno al nacionalismo, expuesto en El Payador, es una reflexión que gira en torno al origen de la identidad argentina a partir de la figura del gaucho. Según Lugones, esta “subraza adventicia” estaba destinada a desaparecer cuando la civilización se extendiera hasta la pampa. De manera que, a pesar de que el gaucho es un componente importante en el carácter argentino, su

Desaparición es un bien para el país, porque contenía un elemento inferior en su parte de sangre indígena; pero su definición como tipo nacional acentuó en forma irrevocable, que es decir, étnica y socialmente, nuestra separación de España, constituyéndonos una personalidad propia. De aquí que el argentino, con el mismo tipo físico y el mismo idioma, sea, sin embargo, tan distinto del español.
Y es que el gaucho influyó de una manera decisiva en la formación de la nacionalidad.[7]

Por otro lado aparecen los movimientos de vanguardia. Entre esos dos polos ideológicos y estéticos, es decir, modernismos y vanguardia, nacionalismo y europeísmo, se mueve el discurso poético de Fervor de Buenos Aires.
         El tono de los poemas que integran dicho libro es susurrante, coloquial, íntimo, en donde el hallazgo audaz de algunas metáforas le da fuerza lírica a los elementos cotidianos que se poetizan. Las calles, los atardeceres, las plazas, los patios, los barrios y los cementerios parecen espacios alucinantes. En muchos de los poemas están presentes el acento oral y giros del habla que son propios de la comunidad lingüística del Buenos Aires de entonces, por ejemplo: “tiempo gárrulo”, “lindo es vivir”, “pastito precario”, “mate curado”, “barrullero esplendor”, etc.; pero estas expresiones tienen una intencionalidad estética. Borges hace un cruce entre los elementos expresivos de la vanguardia y las tendencias criollistas que se habían iniciado en el siglo XIX. Este aspecto en la escritura borgiana lo analizaremos con más precisión en el capítulo dedicado a la tensión discursiva.

         En Fervor de Buenos Aires encontramos ya los elementos que van a ser constantes en la obra de Borges: los espejos, los tigres, el tiempo, el culto a los héroes de la independencia, el destino, la muerte, etc. En este primer libro, Borges inicia la construcción de una red textual que abarcará hasta su último escrito. Esta red textual funciona como una teoría del discurso dentro del conjunto de la obra de Borges, la cual está vinculada a la idea de la literatura sólo puede existir por medio de la constante reescritura. Esta idea de Borges la encontramos inicialmente en el poema “Dictamen”:

…………………………………………………………
Pero si al terminar un libro liso
Que ni atemorizó ni fué feliz con jactancia
siento que por su influjo
se justifican los otros libros, mi vida
y la propia existencia de las cosas,
con gratitud lo ensalzo, y con amor lo atesoro
como quien guarda un beso en la memoria.
                                                                                                         (FBA) [8]                                                                                                           

Como se sabe, en Fervor…, Borges centra sus obsesiones en la ciudad de Buenos Aires y comienza a fundar un espacio –geográfico y textual- que luego poblará con la mitología local a la que le dará nuevas connotaciones semánticas; por eso, la mayoría de los poemas tienen títulos de lugares que le son íntimos al poeta “Las Calles”, “La Recoleta”, “El Jardín Botánico”, “La Plaza San Martín”, “Un Patio”, “Barrio reconquistado”, “Villa Urquiza”, etc. Los versos citados anteriormente pertenecen al único poema que nos muestra, de forma explícita, una experiencia lectora del yo lírico del poeta. Allí Borges maneja la idea de que un libro justifica a otros libros. Los poemas “Dictamen” y “Llamarada” fueron excluidos por el autor  en las ediciones sucesivas de Fervor…, y en este último poema, que a nuestro entender tiene una gran significación en el programa estético que Borges diseñará a partir de su primer libro, el poeta da la pauta que nos lleva a establecer que el discurso literario es el resultado de una vasta e inmemorial cita de autores, cuyo origen se pierde en el tiempo, pero que el presente actualiza en otros textos:

………………………………………………………..
Yo latente bajo todas las máscaras, -nunca
Apagada y eternamente acechando, - hermana de la
Abierta herida de luz en el desnudo flanco del aire –
hermana de lares y piras –hermanas de astros que
arden en los jardines colgantes cuya serenidad
enorme yo envidio, -desterradas de las selvas del
sol hace abismos de siglos –encarno la grande
fatiga, la sed de no ser de todo cuanto en esta tierra
poluta vibra, y sufriendo vive.
                                                                        (FBA)

A primera vista pareciera que lo resaltante en este poema fuera la multiplicidad del ser como un problema filosófico, pero si este fragmento lo analizamos desde la perspectiva del discurso enseguida notamos que la idea subyacente es la conciencia de un yo lírico, el cual sabe que su voz es la continuación de otras voces, o mejor dicho, que su discurso proviene de otros discurso. Michel Foucault cuando reflexiona sobre este tópico señala que:

(…) las márgenes de un libro no están jamás neta ni rigurosamente cortadas: más allá del título, las primeras líneas y el punto final, más allá de su configuración interna y la forma que lo autonomiza, está envuelto en un sistema de citas de otros libros, de otros textos, de otras frases, como un nudo en una red.[9]

         En este sentido podemos decir, entonces, que la memoria del poeta está en permanente vigilia transfigurando los restos de discursos que su devenir humano ha realizado en otros textos, los cuales, de una u otra forma, han quedado en su mente. Al final del poema el poeta nos habla de su imposible ambición; no obstante Borges a lo largo de su quehacer como escritor suple esa carencia de “no ser todo cuanto en esta tierra / poluta vibra, y sufriendo vive”, haciendo gala de un conocimiento profundo de la literatura.
         Pero Fervor…, no sólo es una obsesión por la ciudad y sus espacios adyacentes, es también el punto de partida de un programa estético, es decir, del contenido y las formas de ese primer libro Borges irá sacando elementos para explorar otros ámbitos bien sea en la poesía, el ensayo o la ficción. En este sentido observamos que en esa especie de prólogo que antecede a los poemas de Fervor…, Borges hace un rápido resumen de las intenciones de su libro; de igual manera aprovecha la oportunidad de fustigar el discurso literario de la época:

(…) mis versos quieren ensalzar la actual visión porteña, la sorpresa y la maravilla de los lugares que asumen mis caminatas.
………………………………………………………………………
Entiendo que tales intenciones sonarán forasteras a esta época, cuya lírica suele desleírse en casi-músicas de ritmo a rebajarse a pila de baratijas vistosas. No hay odio en lo que asevero, sino rencor justificado. Cómo no malquerer a ese escritor que reza atropelladamente palabras sin paladear el escondido asombro que albergan, y a ese otro que, abrillantador de endebleces, abarrota su escritura de oro y joyas, abatiendo con tanta luminaria nuestros pobres versos opacos, sólo alumbrados por el resplandor indigente de los ocasos de suburbio.
                          (FBA)

Y añade que su parquedad verbal proviene de sus lecturas de Sir Thomas Browne y Francisco de Quevedo, a quienes le dedicará algunas páginas posteriormente. Tenemos entonces que Borges en Fervor…, está presentando ya elementos que trabajará en su obra posterior: la ciudad, el problema de la representación y de la subjetividad, la percepción.
         Partiendo de la consideración de que en Fervor…, está presentes los elementos constantes de toda la escritura de Borges, vamos a establecer que ese libro inicial de poemas es un corpus textual en donde las formaciones discursivas están construyéndose. Según Foucault, las formaciones discursivas están constituidas, en primer lugar, por enunciados diferentes pertenecientes a un mismo objeto; en tal sentido “Las Calles”, “La Recoleta”, “Calle desconocida”, “El Jardín Botánico”, “La plaza San Martín”, “Villa Urquiza”, “Arrabal”, “El Sur”, etc. son discursos de un mismo objeto, que en este caso es Buenos Aire:

Las calles de Buenos Aires
Ya son la entraña de mi alma.
No las calles enérgicas
Molestadas de prisas y ajetreos,
Sino la dulce calle de arrabal
Enternecida de árboles y ocasos
             (“Las Calles”, en FBA)

Después tenemos las relaciones entre enunciados, o como dice Foucault un “Carácter constante de la enunciación (ob. Cit. Pág. 54). En este aspecto no solo Fervor…, sino toda la poesía de Borges se caracteriza por una constante “monotonía” (es decir, por un mismo tono); como lo señala Guillermo Sucre en el concepto de “pobreza”:

Así la poesía supone, para Borges, una voluntad de     desprendimiento, de inocencia, de ascetismo y aún de pobreza. Pero de una especial pobreza que, al vislumbrar los límites de todo destino, vislumbra también una secreta sabiduría.[10]

En tercer lugar Foucault dice que en las formaciones discursivas surgen grupos de enunciados de una forma simultánea o sucesivamente con nuevas significaciones. Sobre este asunto en Fervor…, notamos que Borges trabaja con elementos cotidianos, con una mitología “casera”, los cuales logra transfigurar por medio del acto poético:


Cuarenta naipes han desplazado la vida.
Amuletos de cartón pintado
conjuran un placentero exorcismo
la maciza realidad primordial
de goce y sufrimiento carnales
y una risueña génesis
va poblando el tiempo usurpado
con los brillantes embelecos
de una mitología criolla y tiránica.
(“El Truco”, en FBA)

Aquí el juego popular del tuco adquiere otras dimensiones. Borges lo utiliza como excusa para hablar del artificio de las historias, de las máscaras ya que en los jugadores se establece un código que permanentemente reinventan: “los jugadores en fervor presente / copian remotas bazas” (ídem). En este poema Borges regionaliza, “acriolla”, un tema filosófico universal como lo es el tiempo.
         La última consideración que hace Foucault referente a las formaciones discursivas es que en ellas están presentes la identidad y la persistencia de los temas. En la escritura de Borges notamos una identidad de estilo, aún cuando en su primera etapa de creación esté muy marcado el acento criollista, del cual anteriormente hablamos, y aunque después haya hecho un cambio estilístico, existen parámetros discursivos que son constantes en toda su producción literaria, tales como la oralidad en sus poemas (“Sala vacía”, “Rosas”), el tono conversacional de sus ensayos (“El tamaño de mi esperanza”) y la intencionalidad de trabajar estéticamente con el habla de los suburbios (“Hombre de la esquina rosada”). En cuanto a la persistencia de los temas, los referentes de Borges son constantes en su obra con la particularidad de que el autor ensaya variantes para resemantizar los elementos obsesivos de su escritura; así vemos como el tema de los espejos se reitera en sus trabajos, pero con nuevas perspectivas. En este sentido observamos, por ejemplo, el espejo visto algunas veces como elemento que reproduce grotescamente la realidad y otras veces el mismo elemento sirve para dar otra connotación al relato como sucede en el cuento “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”: “El texto del relato se dibuja como una caricatura de otro texto; la narración se estructura como un espejo cóncavo que proyecta una imagen aberrada del objeto reflejado”[11]

         Foucault sostiene que las formaciones discursivas “tiene, por esencia, lagunas discursivas (Arqueología del saber, págs. 110-111). Esas lagunas discursivas son brechas que los textos mismos van dejando sin que el sujeto de la enunciación se dé cuenta. En un autor como Borges con una “aguda conciencia del proceso de la escritura (Olea Franco, El otro Borges…, pág. 125) se nota un vacío discursivo, cuya finalidad es llamar la atención sobre elementos que nos permitan ir más allá del discurso superficial. Esas lagunas discursivas de las cuales habla Foucault forman parte del inconsciente del discurso literario y de acuerdo a los elementos culturales que confluyen en una época determinada podrán detectarse. Sí así no ocurriese habría que esperar que exista un corpus cultural breve para descubrir esas lagunas discursivas. Esta apreciación de las lagunas discursivas las podemos equiparar con la reacción que produjo en el lector Fervor… En efecto, el lector de los años veinte no identifica a la ciudad de Buenos Aires en el primer libro de poema de Borges: ese vacío discursivo que no permite identificar el espacio referencial se debe a que Borges comienza a fundar un nuevo topos en la literatura de la época; otro elemento que contribuyó a formar una laguna discursiva es que para el momento en que sale publicado Fervor…, se manejan otros discursos literarios:

El desconcierto provocado por la poetización borgeana de la ciudad no se deben tan sólo a la novedad de sus tópicos, sino también a que en ese momento se manejan otras poéticas. En efecto, podemos reconocer con facilidad tendencias poéticas distintas a la de Borges en lo que respecta a la ciudad. La característica común de éstas es su intención de plasmar la modernidad citadina, aunque elabora su visión de Buenos Aires desde perspectivas estéticas e ideológicas divergentes que propician la disimilitud de elementos poetizados.[12] 

En cuanto al campo cultural que predomina en Buenos Aires durante los años veinte, encontramos cambios acelerados en el proceso de modernización de la urbe. Lo urbano diseña un nuevo paisaje, los medios de comunicación comienzan a tecnificarse y empiezan a publicarse revistas, las cuales trazan las vertientes de los movimientos de vanguardia y las disputas ideológicas que se produce entre intelectuales. Beatriz Sarlo señala que la cultura argentina en la década de 1920 a 1930 es una:

(…) cultura de mezcla, donde coexisten elementos defensivos y residuales junto a los programas renovadores; rasgos culturales de la formación criolla al mismo tiempo que un proceso descomunal de importación de bienes, discursos y prácticas simbólicas.[13]

Ante un panorama tan heterogéneo y complejo no es difícil conjeturar que a Fervor…, no se le hayan encontrado los valores estéticos que hoy día la crítica señala como logros audaces, ni los críticos de su tiempo se dieran cuenta de la ruptura discursiva que estaba produciendo por ese entonces. Mijaíl Bajtín al explicar los fenómenos semánticos en un período cultural determinado observa que éstos “(…) pueden existir de una manera latente, potencialmente, y manifestarse únicamente en los contextos culturales de las épocas posteriores favorables para tal manifestación.”[14]

Luego de Fervor de Buenos Aires, en la década del veinte, Jorge Luis Borges publica en 1925 Inquisiciones (ensayos) y Luna de enfrente (poemas); en 1926 El tamaño de mi esperanza (ensayos), en 1928 aparece El idioma de los argentinos (ensayos), en 1929 Cuaderno San Martín (poemas) y en 1930 Evaristo Carriego (ensayos). Todas estas ejecuciones están caracterizadas por la aparición de los mismos temas, de igual manera aparecen sus ideas referentes a la creación literaria, la lectura, sus indagaciones filosóficas; todos escritos en un mismo registro lingüístico. Si revisamos su etapa posterior, la cual se inicia con Discusión (1932), encontramos que Borges ha ensayado en su obra variantes de sus primeras propuestas.
         Conexiones entre su primer discurso poético y ensayístico la encontramos en Inquisiciones. En este libro, nunca reeditado en vida del autor (la segunda edición es de 1994), encontramos una amalgama de temas y autores que le servirán a Borges para el ejercicio del análisis literario y para destacar algunos aspectos de su programa estético. Entre el primer libro de poemas y el de ensayo, hay una tenue pero firme rede textual en que se suscriben tópicos en diferentes géneros y con diferentes estrategias. El procedimiento que utiliza Borges para establecer esta relación discursiva puede detectarse en esa especie de prólogo, si así pueden llamarse las palabras que anteceden a los poemas de Fervor…, allí cita a Sir Thomas Browne para justificar su aventura espiritual en la poesía, a Francisco de Quevedo para indicar que su austeridad proviene del poeta conceptista del barroco español. Borges, en estas palabras preliminares esboza las ideas de su apego a lo elemental de la realidad, a la economía del lenguaje, su rechazo al exceso verbal y, para eso, encuentra su paradigma en Browne y Quevedo. Lo que admira Borges en el escritor inglés es su predisposición a las cosas cotidianas en oposición a lo “decorativamente visual y lustrosa” (“A quien leyere”, en FBA). Idea que Borges amplía en el ensayo “Sir Thomas Browne” cuando señala de éste que en su discurso es habitual la cotidianidad porque “Ella, y no aciertos o flaquezas parciales, deciden de una gloria” (I., pág. 34). Sin duda que este ensayo amplía el horizonte de lo que Borges expresó en el prólogo de Fervor… En lo que concierne a la admiración que siente Borges por Quevedo se debe a que él encuentra algunos de los procedimientos que utilizará en su creación literaria, tales como el uso del lenguaje cotidiano que al transmutarse en el lenguaje poético deja traslucir intimidad, honduras del alma (recuerden los elementos que poetiza Borges en Fervor…, plazas, patios atardeceres, etc. en contra del oropel cuasi gongorino que todavía se utilizaba en el Buenos Aires de los años veinte a través de la retórica modernista). Otro aspecto que Borges que rescata de Quevedo para incorporarlo a su estética es su mirada parcial sobre la realidad del mundo: “En vez de la visión abarcadora que difunde Cervantes sobre el ancho decurso de una idea Quevedo pluraliza las vislumbres en una suerte de fusilería de miradas parciales” (I., pp. 44 – 45).

         Esa red textual sutil pero significativa le dará a nuestro autor una serie de posibilidades para enriquecer su obra en la medida que avanza en su proyecto creador. Las ideas del ensayo, que Borges lee en otros escritores, las pone en escena mediante la poesía. En el poema “La vuelta” encontramos la idea de agregar elementos nuevos a la realidad a través de la literatura:

¡Qué caterva de cielos
vinculará entre sus paredes el patio
cuánto heroico poniente
militará en la hondura de la calle
y cuánta quebradiza luna nueva
infundirá al jardín su dulcedumbre
antes que llegue a reconocerme la casa
y torne ser una provincia de mi alma!
                                             (FBA)


La idea se amplía en el ensayo “Después de las imágenes”, en palabras que nos hacen sospechar de un proyecto literario que se está construyendo: “Añadir provincias al Ser, alucinar ciudades y espacios de la conjunta realidad, es aventura heroica” (I., pág. 28). Esa noción de agregar otros elementos a la caótica realidad está vinculada con la propuesta de red textual porque es en la construcción de un discurso, que el mundo se puebla. Al establecer esta conexión entre los poemas y los ensayos (posteriormente incorporará a las ficciones) Borges propone dos teorías del discurso: una filosófica que tiene implicaciones con la manera de percibir y ordenar el mundo: “El idioma es un ordenamiento eficaz de esa enigmática abundancia del mundo” (I., pág. 65). Evidentemente que en esa postura filosófica hay reminiscencias de George Berkeley y Arthur Schopenhauer.[15] La otra teoría que propone Borges es la de las relaciones discursivas entre un texto y otro; esta propuesta nos remite al contacto dialógico entre los textos: “Un texto vive únicamente si está en contacto con otro texto (contexto)” (Bajtín, op. cit., pág. 384).

         En su ensayo “Examen de Metáfora” Borges cita un verso ligeramente modificado de su versión original, como para indicarnos que en el sistema de imágenes analizadas lo importante es señalar cómo una serie de metáforas se han originado de restos de otras metáforas que yacen en la memoria. En la psicología profunda diremos que están en el inconsciente colectivo de los poetas y la lengua. En el poema “Atardeceres” leemos:

Toda la charra multitud de un poniente
                                                                                  (FBA)

En “Examen de Metáfora”, la cita es:

Toda la charra multitud de un ocaso
                                          (I., pág. 74)

Aunque hay una relación de sinonimia entre los sustantivos “poniente” y “ocaso” que nos pudiera indicar igualdad de ambas expresiones, sin embargo nos preguntamos por qué Borges altera la forma original. Desde el punto de vista semántico los dos versos tienen diferencias ya que en la palabra “ocaso” hay connotaciones de una temporalidad fugaz, producto de un paisaje que se desvanece. No sucede así con el vocablo “poniente” que más bien pareciera indicar un significado de espacio, de punto referencial, de un lugar de donde se construye un paisaje y se reflexiona sobre él.
         Uno de los ensayos de Inquisiciones más rico en contenido programático por la multiplicidad de aspectos de aspectos que Borges desarrollará en su obra posterior es “Torres de Villarroel”. En este ensayo encontramos esbozada la técnica que Borges utilizará en Historia Universal de la Infamia. Cuando relata los pormenores de
La vida de diego de Torres Villarroel, llamado algunas veces el Cagliostro español, dice que:

He logrado los hechos anteriores en su biografía, documento insatisfactorio, ajeno de franqueza espiritual y como todos sus libros, tiene mucho de naipe de tahúr y casi nada de intimidad de corazón.
                                                                                 (I., pág. 9)

Como muy acertadamente ha dicho la crítica, los personajes borgianos carecen de desarrollo psicológico, ya que lo importante es el momento definitivo cuando los personajes quedan marcados para siempre por un acontecimiento o una decisión trascendental. No queda nada para la reflexión ontológica del personaje ante una realidad infinita, cambiante por la percepción de cada ser humano. Los relatos de HUI, por lo tanto “No son, no tratan de ser psicológicos.”[16] Pero ese proyecto también lo encontramos en FBA. En la primera edición aparece el poema “Llamarada”, fechado en 1919. Allí Borges alude a la técnica que utilizará en HUI. Los personajes que cobran vida en los relatos de este libro parecen de cartón, así como también la escenografía; los simulacros y las máscaras son los elementos que caracterizan las conductas y las personalidades de los actantes del espacio ficcional. De manera que podemos establecer una red textual entre el verso “Yo, latente bajo todas las máscaras” y los relatos de HUI.

         La red textual que Borges construye con sus textos nos lleva a considerar la primera etapa de su creación como un programa estético definido y no como simples borradores de su gran obra posterior, aunque él mismo haya querido desvanecer esa obra. En el ensayo que le dedica a Torres Villarroel notamos otra idea bien definida de los procedimientos que Borges utilizará con gran eficacia en ficciones como “Funes el memorioso” y el “Alehp”. Este propósito es la enumeración caótica de elementos: “(…) la atropellada numerosidad de figuras que enuncian, gritan, burlan y enloquecen al pensamiento” (I., pág. 11), que luego retomará en “El idioma analítico de John Wilkins”, el cual cita Foucault en Las palabras y las cosas.
         Otro aspecto, no menos importante del ensayo “Torres Villarroel” es la concepción que Borges maneja sobre la lectura, la cual podemos rastrear a lo largo de toda su escritura. En el citado ensayo Borges nos dice que “Sabemos de escritores que han arrimado su soledad a la imagen de otros escritores pretéritos, (…)” (I., pp. 12–13). Allí Borges puntualiza que la lectura de un autor determinado le crea una nueva percepción del pasado; más adelante esta apreciación la reelaborará en la siguiente sentencia: “El hecho es que cada escritor crea a sus precursores. Su labor modificación del pasado, como ha de modificar el futuro” (OC., pág. 712). Desde sus inicios como escritor Borges nos hacer ver de otra forma, quizás de allí su afán de citar a tantos autores, resemantizando símbolos, situaciones, argumentos, personajes; en fin, su literatura es una visión que nos modifica las lecturas que podemos hacer de los autores que menciona en sus textos. Borges reescribe el pasado, la tradición, como si mirara a través de los intersticios de la cultura, para centrar allí sus ideas sobre la literatura, la filosofía, etc. Toda obra de Borges es una infinita red textual que expande sus raíces en textos del pasado y abre nuevos caminos para sus interpretaciones.
         La red textual que Borges construye en su literatura no debe interpretarse como una intertextualidad, por cuanto existen concepciones teóricas diferentes entre ellas. La red textual borgiana sirve para darnos otras interpretaciones de la cultura y hacer variaciones de los temas constantes en la literatura. La intertextualidad, por su parte, es la característica de un texto que lleva a establecer la correspondencia que hay entre un discurso y sus niveles semánticos con otros:

Se sabe que para comprender un texto, un cuadro, una película hay que situarlos en el campo mayor de la literatura, la plástica, la cinematografía de su época: cada texto recibe un sentido de su relación con otro, de la intertextualidad.
………………………………………………………………………
En rigor, cada novela o cada cuadro adquiere significados en relación con una intertextualidad más amplia: la que construyen los documentos folklóricos, el habla cotidiana, el estilo periodístico, la masa de textos e imágenes que circulan por una cultura.[17]





[1] La cita de Genette la tomamos de Lisa Block de Behar , Una retórica del silencio, pág. 98
[2] J.L.B. OC., pág. 446
[3] Ob.cit. pág. 449
[4] Las citas de este libro se harán siguiendo el texto de la primera edición Buenos Aires, Serantes 1923
[5] Rafael Olea Franco, El otro Borges, el primer Borges, pág. 97
[6] Nelson Osorio, Manifiestos, proclamas y polémicas de la vanguardia literaria hispanoamericana, pág. XXVIII
[7] Leopoldo Lugones, El payador, pág. 51
[8] En adelante el título de cada libro de Jorge Luis Borges será abreviado y las iniciales irán al final de cada cita, luego se indicará el número de páginas a la que pertenece el texto citado. En lo que concierne a FBA se obviará el número de páginas por cuanto la edición original carece de foliación.
[9] Michel Foucault, Arqueología del saber, pág.37
[10] Guillermo Sucre, Borges el poeta, pág. 58
[11]Jaime Alazraki, Versiones, inversiones, reversiones, pág.81

[12] Olea Franco, op. Cit., pág. 141
[13] Beatriz Sarlo, Una modernidad periférica: Buenos Aires 1920 y 1930, pág. 28
[14] Mijaíl Bajtín, Estética de la creación verbal, pp. 349 - 50
[15] En el libro La filosofía de Borges, Juan Nuño hace un análisis de los diversos tópicos de filosofía que Borges trabaja en su literatura.
[16] Esta observación que hace Borges es de 1935, fecha de la primera edición de HUI. “No es otra cosa que apariencia, que una superficie de imágenes, por eso mismo puede acaso agradar.” (OC., pág. 291)
[17] Néstor García Canclini, Arte popular y sociedad en América Latina, pág. 89

martes, 1 de enero de 2013

La reescritura de la tradición en Borges (I)




                                       
                            INTRODUCCIÓN
               La obra literaria de Jorge Luis Borges (1899-1986) ha sido estudiada desde diversos puntos de vista. Los críticos han trabajado desde los antiguos pasos ultraístas del poeta, pasando por la filosofía, los símbolos, las influencias del relato policial en su narrativa, la referencia al pensamiento judío que hay en algunas de sus ficciones, la estructura de sus cuentos, los laberintos, sus ideas sobe el lector y el libro; un cuento suyo (Emma Zunz), por ejemplo, fue analizado tomando como base el aspecto jurídico. Hay recopilaciones críticas en revistas, producto de homenajes y simposios, en que los más diversos tópicos del poeta y narrador son analizados con verdadera agudeza crítica. Inexorablemente los estudios se están volviendo innumerables, escapándose de las indagaciones críticas, pero a la vez invitándonos a reflexionar sobre ese hervidero de cuestiones que hay en ella.
               Las consideraciones críticas de este ensayo se hizo analizando la primera etapa creadora de Borges, que comienza con Fervor de Buenos Aires publicado en 1923, sus textos ultraístas en 1921, sus ensayos y reseñas de los años veinte, hasta 1930, fecha en que se publica Evaristo Carriego. Estos primeros años de producción literaria (tres libros de poemas y cuatro de ensayos), indudablemente, plantean un problema filológico. Si se revisa la obra de Borges a partir de Discusión (1932), nos damos cuenta que él ensayó variantes de sus primeras propuestas para ir construyendo una teoría y una estética de la literatura absolutamente personales.
               En Fervor de Buenos Aires, Borges comenzó por formar un espacio geográfico –geográfico y textual- en donde centró sus obsesiones y luego retomó ese mismo espacio para desarrollar sus ficciones. De los treinta y dos poemas que forman dicho libro, veintidós refieren a lugares (orillas, arrabal). El siguiente poemario, Luna de enfrente (1925), está cargado de una atmósfera metafísica, pero el poeta no abandona los espacios que fundó en su obra inicial. Por su parte Cuaderno San Martín (1929) muestra la constante espacialidad borgiana en su construcción lírica. De los once poemas que componen el poemario, ocho giran en torno a topoi trabajados por el poeta en sus libros anteriores. Estos tres libros de poemas tienen un hilo conductor (el espacio) que se transforma en una unidad lírica. Si estos poemas hubieran sido publicados en un solo libro, desde el punto de vista estético y temático, nada llamaría la atención en su lectura y estudio, pues conforman un continuum escritural.
               Los ensayos de Borges señalan, entre otras cosas, las motivaciones que lo impulsaron a utilizar en su poesía elementos como orillas, suburbios, compadritos y gauchos mezclados con otros que son tomados de la literatura universal.
             Con Inquisiciones (1925), nunca reeditado en vida del autor, Borges da inicio a su obra de ensayista. El libro en su conjunto nos presenta una amalgama de temas y autores que servirán para el ejercicio del análisis literario y el asomo del programa estético del autor. Por ejemplo, al leer el primer ensayo dedicado a Torres Villarroel, Borges dice que:
He logrado los hechos anteriores en su autobiografía, documento insatisfactorio, ajeno de franqueza espiritual y como todos sus libros, tiene mucho de naipe de tahúr y casi nada de intimidad de corazón[1].
Sin caer en la exageración, se puede decir que hay un posible antecedente de lo que Borges desarrollará en Historia Universal de la Infamia (1935). En efecto, el prólogo de la primera edición señala que los cuentos que forman el libro “No son, no tratan de ser, psicológicos” (O.C., pág. 289); y el prólogo a la edición de 1954 dice "No es otra cosa que apariencia, que una superficie de imágenes (…)" (pág. 291). Una de las características más sobresaliente en la ficción de Borges es el poco crecimiento interior de los personajes, todo se reduce a un simulacro, a una máscara, y la vida de un personaje se limita a un solo instante que marcará su destino para siempre.
               La enumeración caótica que Borges utilizó con gran eficacia en Funes el memorioso y en el Aleph, tiene su huella en el mismo ensayo que le dedica a Villarroel: “(…) su virtud está en la atropellada numerosidad de figuras que enuncian, gritan, burlan y enloquecen el pensamiento” (I, pág.11). De igual manera, en dicho ensayo se observa por qué Borges le atrae más el arrabal que el centro de la ciudad: “(…) la perfección de dejadez y huraño vivir que en todo arrabal porteño me agrada y [en oposición a] la nerviosa perfección de codicia que alborota las calles eléctricas” (pág. 17)
               Puntos centrales en la estética de Borges son el espacio y el lugar, los cuales son constantes en sus poemas. Si tomamos en consideración que los ensayos titulados en Inquisiciones, forman una unidad textual posterior a la publicación de Fervor de Buenos Aires, se puede interpretar que muchas de las propuestas de Borges en su libro de ensayo, son para justificar y darle forma a su programa estético, o tal vez para subrayar el gesto fundador de su poesía:
Yo adjetivé una vez honda ciudad, pensando en esas calles largas que rebasan el horizonte y por las cuales el suburbio va empobreciéndose tarde afuera; (…) (“La criolledad en Ipuche”, en I, pp. 58-59)
               Los ensayos restantes indican otros temas como la metáfora y la imagen, el gusto del autor por la literatura inglesa, su admiración por Quevedo, etc.
               En el Tamaño de mi esperanza (1926), Borges reflexiona sobre su entorno cultural. Con el tono conversacional del ensayo que le da título al libro, señala que “Nuestra realidá (sic) vital es grandiosa y nuestra realidá pensada es mendiga” (pág. 13) refiriéndose, más que a la América en su totalidad, a su buenos Aires, asimismo agrega que “(…) hay que encontrarle la poesía y la música y la pintura y la religión y la metafísica (…)" (pág. 14), pero la poesía que elaborará Borges no será motivada por la urbe como tal, sino por por espacios marginales de la ciudad por cuanto “De la riqueza infatigable del mundo, sólo nos pertenece el arrabal y la pampa” (pág. 25). De allí el sentimiento de orfandad y despojo que se percibe en muchos de los pomas de Borges.
               Poco a poco Borges va tejiendo su programa literario. En El tamaño de mi esperanza, hay tres ensayos dedicados a la actividad verbal: “El idioma infinito”, “La adjetivación” y “Palabrería para versos”. En esas apreciaciones críticas puede rastrearse el origen de una de sus ficciones más celebradas: “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius” ya que uno de los aspectos temáticos del cuento es la formulación de una teoría del lenguaje por los habitantes del extraño planeta.
               El idioma de los argentinos (1928) es un libro donde Jorge Luis Borges insiste en uno de sus escritores preferidos: Francisco de Quevedo. Extiende su gusto por los clásicos españoles hasta Jorge Manrique y Cervantes. Vuelve nuevamente su atención crítica hacia la metáfora y la imagen. Aparece aquí, en este libro, “Hombres pelearon”, cuyo texto, en términos lingüísticos, es la estructura profunda de lo que más tarde será el cuento “Hombre de la esquina rosada” (incorporado a HUI).
               Evaristo Carriego, es el último libro en prosa que escribió Borges en su primera etapa, desde la cual se debe pensar su obra. Trabajo de referencia obligatoria cuando se quiere ver la escritura posterior del poeta y narrador argentino como el desarrollo de una poética. Aquí, Borges resume lo que ha venido planteando en sus libros anteriores y establece claves para su producción siguiente. Los elementos básicos en la estética borgianas tales como el espacio marginal, el compadrito, el gaucho, aparecen vistos desde otra perspectiva: espacio y actantes se volverán universales y los valores de la literatura occidental tradicional tomarán un tinte local produciendo en el discurso de Borges, un roce, una tensión que originan un nuevo espacio semántico en la interpretación y análisis de la literatura latinoamericana.
               Después de una estadía de siete años en Europa, donde se formó como lector cosmopolita, Borges regresó a Buenos Aires. Habían pasado ocho años desde la muerte de Evaristo Carriego. Conociendo su avidez temprana por la lectura, se debe dar por descontado que Borges conocía los últimos acontecimientos que para ese entonces se estaba efectuando en la literatura de Europa. En efecto, las revistas del ultraísmo español notician de ello en las publicaciones de “Grecia”, “Cervantes”, y “Ultra”; Borges comenta lo que es el expresionismo alemán (1920-1925) y traduce algunos de los poetas que forman parte de esa corriente literaria. En Inquisiciones dedica un ensayo a este movimiento. A pesar de conocer y tener una participación activa en la vanguardia, Borges decide alejarse de las proposiciones estéticas que ésta pregona, aun habiendo escrito algunos poemas en las revistas citadas anteriormente (1919-1922), los cuales fueron reunidos posteriormente bajo el título de Los himnos rojos. ¿Por qué Borges se aleja de la vanguardia? Se ha dicho que el reencuentro del poeta con la ciudad de Buenos Aires, le produjo un choque psicológico, que la urbe de su poesía es un fantasma de la ciudad que para entonces tenía uno de los progresos más destacados de América. Es oportuno señalara aquí que para la época de su regreso, comienza a leer los libros de Evaristo Carriego, los cuales encontró en la casa donde pasó su infancia, pero además recuerda las charlas en el hogar paterno. El poeta del arrabal era amigo de su padre.
              Más que un choque psicológico, pareciera que Borges se da cuenta de que existe un espacio adyacente a la ciudad y colindante con la pampa, que aún no estaba poblada de símbolos. Tal vez influenciado por poemas de Carriego como “El alma del suburbio”, “El guapo”, “La canción del barrio”, Borges decide colonizar ese espacio (que no encontró en la vanguardia) de símbolos culturales universales y resemantizar los ya existentes en la mitología local. Buscar una influencia estilística de Carriego en Borges sería arduo y difícil de establecer. Para los intereses que persigue este acercamiento a la obra de Borges, basta señalar que a éste sólo le interesó los referentes espaciales que Carriego nombra en su poesía: el arrabal y el suburbio.
               Los críticos han definido ese espacio borgiano de diferentes maneras. Guillermo Sucre, en su libro Borges, el poeta, señala que las zonas adyacentes al centro urbano de Buenos Aires, es decir, los lugares marginales les sirven al poeta para reflexionar sobre el tiempo y el destino humano; a partir de allí produce una poesía centrada en un espacio casi alucinante. Para Sucre esa elección del poeta por la periferia, no debe interpretarse como una exacerbación del color local sino como una representación simbólica del estoicismo y la pobreza, los cuales son dos constantes que forman la metafísica de Borges. Sylvia Molloy, por su parte, estima en su estudio Las letras de Borges, que esa periferia es un trazo difuso que le permite al poeta alejarse del centro que monopoliza la cultura de su tiempo.
               Cuando un orden, cualquiera que éste sea, está en proceso de decadencia, surge un nuevo topos que cuestiona el imperante. Los valores culturales del topos establecido y del emergente, entran en conflictos. Beatriz Sarlo, define a las orillas como idelogema, lo cual significa que esa lateralidad trabajada por Borges en su literatura se convierte en un nuevo elemento para producir sus invenciones.
               El hecho significativo de que las orillas son topoi al que Borges les dará nuevas significaciones estéticas, remite a pensar en el aspecto fundacional a la obra del poeta y narrador argentino en el ámbito de la literatura latinoamericana. Desde la orilla surge una crítica cultural que cuestiona al centralismo urbano basado en la parodia o la máscara que, como se sabe, son recursos retóricos utilizados por Borges con frecuencia.
               En uno de los estudios sobre la producción literaria de Borges en su primera etapa (El otro Borges. El primer Borges) Rafael Olea Franco argumenta que las orillas son el espacio del doble sentido, de lo dudoso. Si se tiene presente el juego dialéctico que utiliza Borges en sus textos, esto es, los diversos registros culturales que usa el autor produciendo una tensión discursiva, podemos apreciar el espacio de las orillas desde otro punto de vista. Las orillas en la ficción borgiana son los lugares donde el presente y el pasado, el tiempo ideal y el tiempo real, la imagen de la realidad y la ficción se entretejen trastocando sus dimensiones para producir un sentido que nos sugiere más que la inmediatez local, un sentido que pueda percibirse y sentirse como universales. En ese marco –topográfico y textual- Borges busca darle una nueva dimensión a los símbolos tradicionales de la cultura occidental y a los de la cultura regional, entre ellos el compadrito y el gaucho.
               Ya se señaló que el suburbio es el espacio que Borges puebla de símbolos universales y locales. Esto podría a conducir a reformular la conocida discusión entre civilización y barbarie, pero no para tratar de definir si el desarrollo de una sociedad se determina por los elementos urbanos que se implantan en el campo, sepultando las costumbres autóctonas, para apaciguar las fuerzas primitivas de comunidades arraigadas lejos de los modelos civilizados, sino más bien como la actitud de los intelectuales del país ya organizado ante un mundo violento, otro, diferente, lo cual nos conduciría a mirar desde otro ángulo la confrontación entre  civilización y barbarie. Basten dos ejemplos de Borges para ilustrarla. El “Poema Conjetural” y “El Sur” plantean el mismo problema. En el poema se observa la agonía de Francisco Narciso de Laprida, el cual dice:
Vencen los bárbaros, los gauchos vencen.
Yo, que estudié las leyes y los cánones,
yo, Francisco de Laprida
cuya voz declaró la independencia
de estas crueles provincias, derrotado,
de sangre y de sudor manchado el rostro,
sin esperanza ni temor, perdido,
 huyo hacia el Sur por arrabales últimos.
(“Poema Conjetural”, en OC., pág. 867)
               Por su parte Juan Dahlmann, el personaje central del cuento “El Sur”, ocupaba el cargo de secretario en una biblioteca pública y era nieto de un pastor evangélico. El texto dice que leía las Mil y una noches. Laprida y Dahlmann, tienen aspectos comunes: ambos son intelectuales, educados en la ciudad. Esto representaría la civilización. El guachaje que acosa a Laprida y los mozos que inducen a pelear a Dahlmann serían la barbarie. En la poesía y la ficción de Borges esta cuestión se plantea para producir una resolución ontológica, es decir, la consecuencia de ser civilizado y culto lleva a estos personajes a aceptar la realidad de sus destinos. Laprida confiesa:
Yo que anhelé ser otro, ser hombre
De sentencias, de libros, de dictámenes,
A cielo abierto yaceré entre ciénagas;
Pero me endiosa el pecho inexplicable
Un júbilo secreto. Al fin me encuentro
Con mi destino sudamericano.
(“Poema Conjetural” en OC., pág. 867)
                Recordemos ahora que el abuelo de Dahlmann era un hombre de armas. Su nieto, en un intento de tener una actitud digna ante la vida, lucha interiormente con un linaje intelectual (por la rama paterna) y otro militar (rama materna) y “(…); en la discordia de sus dos linajes, (…) eligió el de su antepasado romántico, (…)” (“El Sur”, en OC, pág. 525).
               Si civilización y barbarie son dos elementos tradicionales de la cultura latinoamericana que, desde la literatura fue planteada en Argentina por Esteban Echevarría (1805-1851) con La Cautiva; Domingo Faustino (1811-1888) con Facundo; José Mármol (1817-1871) con Amalia, y Lucio V. Mansilla (1813-1913) con Una excursión a los indios ranqueles, tiene su continuidad en la obra de Jorge Luis Borges pero enfocada desde otra óptica, resemantizando el conflicto para inaugurar otras posibilidades de interpretación.
               Mucho se ha escrito para plantear y discutir  las oposiciones que existen entre civilización y barbarie, entre el espacio urbano y el espacio rural, entre los diferentes elementos de cultura que confluyen en las proposiciones estéticas que se han originado en Latinoamérica o en la obra personalísima de un autor. La creación literaria de Borges, única e inimitable en su ejecución y propuesta, puede analizarse tomando como base lo dicho anteriormente; sin embargo, esta indagación crítica analizará otros aspectos como las tensiones discursivas que se encuentran en la obra de Borges. Estas tensiones se producen por los frecuentes registros culturales que mezcla Borges en sus poemas, sus cuentos o sus ensayos; es una especie de actitud lúdica ante la literatura que nos permite inferir que Borges crea un nuevo tipo de discurso que fue, desde sus primeros poemas, el centro de su estética.
               Borges tiende un puente entre la cultura Occidental tradicional, el Oriente, el judaísmo y los elementos culturales regionales, haciendo que estos últimos tomen características universales y por ende dándoles un nuevo matiz semántico a los conocidos de cultura universal. El roce de lo regional con lo universal conduce a una forma diferente de repensar, mirar y sentir la cultura latinoamericana. Por ejemplo, Evaristo Carriego es un poeta marginal pero de la mano de Borges se convierte en metafísico y universal. Estudiando a Carriego, Borges encuentra un motivo referencial, que no está en el espacio urbano propiamente dicho, ni arraigado en lo rural, si no en la periferia de ambos, en el arrabal. Entonces las orillas borgianas se convierten en ese punto donde las tensiones se encuentran y producen su punto más problemático.
               Las tensiones discursivas son recurrentes a lo largo de la escritura de Borges. A manera de ejemplo, podemos observarla en “Historia del guerrero y de la cautiva”. Borges comienza haciendo un registro de la cultura Occidental, cita la Poesía de Croce, en la cual lee una breve historia de un guerrero alemán llamado Droctulft y que a su vez el filósofo italiano rescató del historiador Pablo el Diácono. Luego Borges recuerda una historia que le contó su abuela inglesa. Aquí podemos inferir varias ideas. La primera sería que no hay texto original, un texto origina o conduce a otro estableciéndose así una red textual (aspecto que analizamos en el primer capítulo). La segunda es que en el fondo las dos serían las mismas historias. Pero lo que interesa establecer es como el texto de Croce introducido en el relato de Borges se tensiona con el de éste. La tensión se produce porque un elemento de la cultura Occidental es incorporado a un espacio local, adquiriendo un nuevo campo semántico. La historia que Borges construye a partir de Borges le da una nueva interpretación a la historia del guerrero que abandona a los suyos para pelear contra ellos. A partir de Borges vemos la actitud de Droctulft toma otra significación que Croce tal vez nunca pensó en darle: “(…) el momento en que el hombre sabe para siempre quien es” (“Biografía de Tadeo Isidoro Cruz (1829-1874) en OC., pág. 562)    





[1] Jorge Luis Borges, Inquisiciones, pág. 9 En adelante se indicará con la inicial del título de la obra y se indicará el número de página, según la división que citaremos al final del trabajo.