El
regreso de la amada puede ser más triste
que su partida.
Hay esperas que se mitigan
con solo imaginar
encuentros en algún
diván
persa, soñar con besos y abrazos
para borrar
la dolorosa nostalgia de su
ausencia
y sentir la ebriedad de su presencia.
Bienaventurado
el que aguarda porque
su luz lo
guiará por el borde del vacío
sintiendo
al tiempo cubrir la nada y piensa
que con
el regreso ya no habrá más
melancolías,
hastíos ni regresiones.
Siempre
hay un cambio en cada viaje
Tanto
para el que va como para el que se queda.
El de ida
suspende su realidad y entra
A un
círculo para crecer o para quedarse allí,
En su Paraíso
del Este, ya marchito para siempre,
O
arrancar esas rosas feroces nacidas en un café
Y que
perturban
Sus tristes
sueños de libertad,
Sus reprimidas
noches de pasiones
Y su
llanto callado de negra soledad.
El que
alza su mano para decir adiós,
imagina
distancias imposibles de medir,
enloquecidos
ocasos de perros
mordiendo
horizontes de locura.
El que
espera, construye su infierno
a la
medida de su amor, fabula un retorno
espectacular
y en su mente lo constante es
ese
momento de llegada, con sabor a domingo
de gloria
y a días que vendrían llenos de ternura
Y
ofrendas para adornar al universo entero.
Hay un
tiempo para la cotidianidad y otro para amar,
Hay un
tiempo para plantar y otro para recoger.
Hay un tiempo
para partir y otro para permanecer.
Pero hay regresos
que en el fondo no son más
Que… otras
despedidas.
Dic. 14
de 2013
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