Si amamos sin suscitar un amor que nos corresponda, es decir, si nuestro amor como tal no produce un correspondiente amor, si mediante nuestra exteriorización vital como hombres amantes no nos volvemos hombres amados, ese amor es impotente, es una desgracia. Erich Fromm citando a Marx en su libro El amor a la vida (p. 25)
Those who love each other shall become invincible. Walt Whitman
Para los amantes de la literatura la búsqueda de textos siempre depara gratas sorpresas. Lo digo porque no había leído ninguna de las novelas escritas por Elizabeth von Arnim, a pesar de que en mi deambular por ese laberinto de títulos que son los remates de libros había visto algunas de ellas que no me atreví a comprar. No obstante su nombre me hizo recordar a Ludwig Achim von Arnim (1781-1831), quien escribió Isabel de Egipto o El primer amor de Carlos V (1982), narración fantástica en donde se fabula sobre el amor, el poder y la pasión como fuerzas irreprimibles. Pensé que tal vez ella era un familiar lejano del mencionado autor, pero estaba equivocado, había adquirido el apellido de su primer esposo el conde August von Arnim Henning-Schclagenttin quien sí fue primo del poeta y novelista Archim von Arnim.
En vida, Elizabeth von Arnim estuvo relacionada con una serie de intelectuales cuyas obras la posteridad ha reconocido como valiosas en el campo de la literatura. Fue prima de Katherine Mansfield (Cuentos completos, 2006), escritora dotada de una sensible inteligencia para develar las historias depravadas subyacente en la aparente tranquilidad de la vida cotidiana de las parejas. Mansfield fue esposa de John Middleton Murray conocido ensayista (El estilo literario, 1951), editor y biógrafo. Elizabeth von Arnim fue amante por tres años de Herbert G. Wells autor de las archi conocidas novelas fantásticas La máquina del tiempo y El hombre invisible (1988); se casó en segundas nupcias con John Francis Russell hermano de uno de los filósofos más importantes del siglo XX Bertrand Russell (Análisis del espíritu, 1958; La sabiduría de Occidente, 1962; etc.) Sus hijos tuvieron como preceptores a dos novelistas: E. M. Foster (Pasaje a la India, 1985; La vida futura, 1976; Maurice, 1983; etc.) y Hugh Walpole, un escritor neozelandés educado en Inglaterra que publicó varias obras, entre ellas En la plaza oscura (1988) a la que Borges ponderó en alguna oportunidad como la cúspide del género gótico sin “los auxilios de ultratumba.”
Adquirí la novela Vera (2001) de Elizabeth von Arnim porque la reseña escrita en la solapa del libro coincidía, al menos en dos o tres detalles, con la historia privada de una dama que de manera imperecedera logró tener un lugar en mi historia familiar. El primer detalle estriba en que la protagonista del relato pierde a su padre igual que la dama de la realidad. El segundo radica en que un hombre maduro se casa con una jovencita. Hay un tercer detalle que prefiero mantener en la discreción. Esas extrañas coincidencias me interesaron de tal manera, que no dudé en dejar lo que en ese entonces leía para examinar la nueva adquisición. En la medida que iba leyendo me di cuenta que las dos historias se alejaban de sí, las casualidades iniciales no eran más que puntos distantes entre dos mundos paralelos. Cada historia era un universo independiente con sus vivencias y variables psicológicas que las hacían únicas. Vana ilusión la mía pensar que la vida de los personajes de papel pueden equipararse con las de personas biológicas. De aquí en adelante me ajustaré estrictamente a los entes de la ficción. En la novela se narra la historia de un matrimonio entre un hombre de edad madura (amable lector, después de los cuarenta y cinco póngale la edad que usted quiera, por favor) y una joven de apenas veinte y dos años de edad. El hacía poco tiempo había perdido a su esposa Vera, la cual se había suicidado lanzándose por una ventana de la casa donde vivía. La joven, por su parte, estaba de vacaciones con su padre en un lugar llamado Cornualles*, que es como el fenisterre inglés, y de repente éste fallece de un infarto. Ningún lugar del planeta es apropiado para un duelo, pero Cornualles en agosto con su clima caluroso, sus caminos polvorientos, su silencio, la tristeza que a veces da el mar con su quietud o su isócrono ritmo de sus olas, lo hacen el lugar más deprimente del mundo para llorar la muerte de un ser querido. Lo cierto es que Lucy, así se llama esta joven, de repente se encuentra sola y desprotegida, sin el “hombro” que los humanos necesitamos cuando nos sentimos desamparados y sin amor. La narradora nos hace ver que Jim, el padre de Lucy, lo era todo para ella: “No se había apartado de él ni un solo día durante años; no tenía tampoco deseo de hacerlo.” (p. 8), pero se cuida muy bien de plantear el complejo de Electra que probablemente era sentido por la joven, no importa si consciente o inconscientemente; le hubiera bastado con dedicarle unas cinco o diez páginas en la novela; ese detalle de no esbozar el complejo de Electra abiertamente nos hace suponer que fue la justificación para presentar a Jim ya fallecido al inicio de la trama. Este punto es significativo porque ante la pérdida de ese ser querido Lucy pensó que “Ahora estaría sola. Sin él. Siempre.” (p. 9). Al padre de Lucy le gustaba juguetear con ella y esa mañana “Le había sonreído por última vez, dicho sus últimas palabras, dedicado su último apelativo cariñoso y medio burlón que le gustaba inventar para su hija.” (ídem) ¿Qué tipo de apelativo?, la narradora no lo dice, pero creo que de una persona llamada Lucy los apelativos que se logran de su nombre son pocos, pero aquellos que puede inventar un padre afectuoso son casi infinitos. Todos estos pormenores, que a simple vista parecen no tener importancia alguna y que la narradora va dejando en el cuerpo del discurso, adquieren un valor de primer orden para darnos una idea de la personalidad de Lucy y de su posterior decisión de casarse con un hombre que tenía más del doble de su edad.
El personaje Wemyss, a pesar de las reacciones adversas que produce en el lector, es muy rico en matices psicológicos. No es ocioso decir que el apellido Wemyss es natural de Irlanda y en gaélico es igual a la palabra Uamch que significa cueva, la cual es símbolo, entre otros, de fuerzas demoníacas. Al principio de la novela es posible que el personaje nos mueva a la piedad por el sufrimiento por el que estaba pasando, originado por la muerte reciente de su esposa Vera. Sin embargo, una lectura atenta nos demuestra que dicho sufrimiento no es por el fallecimiento de su esposa, sino por la forma de su muerte: el suicidio. Wemyss sufre porque la gente que lo conoce en su fuero interno piensa que él fue el causante del suicidio de Vera. No tengo la menor duda en decir que el suicidio de Vera fue una especie de grito de rebeldía y liberación ante la presencia opresiva de su marido, pues no creo en la exégesis casi unánime de que el suicidio sea un acto de cobardía, lo puede ser en algunos casos, pero no en todos. La narradora no cuenta nada de la primera vida conyugal de Wemyss, es demasiado hábil para eso, prefiere dejar las cosas en la vaguedad y que el lector vaya tejiendo su historia de acuerdo a la interpretación que hace de su lectura y complete esos vacíos discursivos de los que habló Michel Foucault en su libro Las palabras y las cosas (1976). Sólo una mente dominada por oscuras motivaciones, como la de Wemyss piensa: “Dios mío, qué solo estoy. No lo soporto. Tengo que hablar con alguien. Voy a enloquecer…” (p.11) Es lo humano dominado por la fuerza maligna de la soberbia, hay que buscar a alguien y hacerle sentir la fuerza de su presencia, el poder devastador de su razonamiento, de su lógica, de su orden inmutable que lo conduce inexorablemente hacia el abismo de la perversidad, la desdicha y la soledad.
Otro de los personajes importante de la novela es Dorothy Entwhistle, la tía Dot, que en el discurso cumple la función de antagonista a Wemyss y simbólicamente reemplaza a la madre de Lucy. En toda mujer, aún cuando no haya tenido descendencia, subyace el instinto maternal; una lectura del libro The Great Mother (1974) de Henrich Newman puede ayudar ampliar nuestra comprensión sobre este tema de la madre. La tía Dot pronto se da cuenta de algunos aspectos retorcidos de la personalidad de Wemyss y, segura de su apreciación, alerta a Lucy sobre la inconveniencia de una relación con éste. La intuición maternal muy rara vez se equivoca y las palabras que expresan esa intuición, en la mayoría de las veces, resultan proféticas. Como es de esperarse en una joven de veinte y dos años, Lucy no le hace caso a su tía Dot porque está demasiado obnubilada por el duelo reciente y la falsa creencia de que Wemyss era su única salvación en el mundo, además, siempre estaba como adormilada, extraviada o ausente de su realidad inmediata como para meditar sobre esa decisión trascendental de su existencia. Nada le costaba con alargar un poco el tiempo para aceptar el compromiso con Wemyss, tenía suficiente juventud para darse ese tupé y pienso que no le hubiera sido difícil socializar con los jóvenes de su edad; tan es así, que un joven que le había propuesto matrimonio viajó desde Escocia hasta Londres para verla y seguramente reiterarle su intención de casarse con ella, esto nos da la idea de que Lucy no le era indiferente a los mozos de su entorno social. La impaciencia en los jóvenes altera el curso normal de sus vidas. Este apresuramiento de Lucy la marcará para siempre. Cuando Wemyss echa de la casa a la tía Dot de forma brutal, sin importarle la opinión de Lucy, es cuando ella comprueba que no estaba equivocada con respecto a él, pero era demasiado tarde, ya la boda se había consumado.
Vera es una novela de violencia psíquica y brutalidad psicológica que por momentos me hizo recordar el film Rebeca (1940) de Sir Alfred Hitchcock, cuya trama gira alrededor del recuerdo persistente, casi obsesivo, de las personas que convivieron con Rebeca en su mansión. Tanto en el film como en la novela, las esposas fallecidas están ausentes de los planos objetivos de la ficción pero sus sombras son omnipresentes y ayudan al engranaje de ciertas escenas que, a simple vista, parecieran estar desligadas de la trama. He visto varias veces la película y puedo expresar con propiedad que la narración fílmica que hace Hitchcock es magistral, también la crítica así lo confirma, pero debo confesar que no he leído la novela Rebeca de Daphne Daumorier.
A lo largo de la novela Vera me pregunté varias veces cómo iba a terminar esa historia que parecía el cuento de un fauno y una ninfa. No obstante, al terminar la lectura una pregunta me sobrecogió el alma: ¿Con los años, cómo sería la vida de estos dos seres? La literatura no pierde nada si el lector entreteje una historia justo a partir del momento en que termina la novela, en este caso, cundo Everard Wemyss se acerca a donde está Lucy acostada, la abraza y le dice “-¿Quién es mi niñita? -oyó que le decía; y se despertó el tiempo suficiente para devolverle el beso.” (p. 302) Al contrario, la literatura gana mucho. Los novelistas muchas veces toman un acontecimiento histórico para construir una obra literaria y donde encuentran un enigma, un vacío, imaginan lo que pudo haber ocurrido. Se ha dado el caso que décadas después, cuando los historiadores estudian el mismo evento, encuentran que el novelista, con su imaginación, se acercó más a los sucesos reales que las teorías propuestas en los documentos oficiales. Misterios del arte. Trataré de contestar a mi pregunta imaginando algunos detalles de la posible vida futura de esta pareja que, a pesar de ser una suposición, los basaré en elementos que cualquier lector puede constatar en el texto de la novela.
Lo primero que podemos observar es que los dos personajes, Wemyss y Lucy, acaban de de tener pérdidas importantes en sus vidas, él a su esposa y ella a su padre, como ya lo hemos dicho antes. Es una coincidencia, evitemos darle un calificativo, que estos dos seres cruzaran sus caminos en un momento tan trágico como es el duelo. Algún filósofo diría que nada es casual en el universo. Un personaje sombrío y solitario que tenía la urgencia de “hablar con alguien” encuentra en su deambular por un paraje a una joven que acaba de perder a su ser más querido. La oportunidad no podía ser mejor, allí estaba ese “alguien” con quien se podía comunicar, pero ese “alguien” estaba pasando por un momento parecido al de él, con las variantes del caso, por supuesto. Wemyss sabe, por su madurez y experiencia, que las personas en esa situación necesitan un lugar en donde buscar amparo y consuelo. Con ese conocimiento trazó su estrategia para conquistar a Lucy. Wemyss es duro de carácter, orgulloso y soberbio, con una tendencia muy marcada hacia una moralidad sospechosa y que muchas veces raya en lo irracional. Para nadie es un secreto que el hombre maduro cuando quiere una relación amorosa con una joven, el primer impulso que lo lleva al galanteo es la vanidad, la cual está emparentada con el orgullo. Sí, la vanidad de exhibir ante los ojos de su generación la joven conquistada a fuerza de prestigio, experiencia e interés. Wemyss no dejó pasar la oportunidad, su “alguien” estaba a la vista y las condiciones no podían ser mejores. Por su parte, Lucy estaba tan agobiada por el dolor que se sentía desamparada y perdida en un mundo hostil, por cuanto la muerte de su padre es muy posible que le haya destruido su sensación de seguridad y confianza que tenía hasta ese momento. La persona que siempre estuvo allí con ella, en sus apenas veinte y dos años, que se suponía que siempre la protegería, se había ido y eso era una abrumadora realidad. Ahora que estaba sola, la psiquis de Lucy le pedía con urgencia que llenara el espacio dejado por su padre y tenía que ser ocupado por alguien con quien podía reconstruir socialmente el mundo. La muerte del padre, la literatura psicoanalítica lo ha registrado en abundancia, es el acontecimiento más importante que puede ocurrir en la vida de los humanos. Durante el duelo las personas pasan por varias etapas. La primera de ellas es el examen de la realidad, la segunda es la aceptación de la pérdida, la tercera es la identificación con el objeto (en psicoanálisis objeto es el referente origen de las emociones del sujeto) perdido y la cuarta es la sustitución del objeto. Hay otras etapas como el miedo, la ira, la depresión, etc. que no vamos a considerar. La presencia, si se quiere sorpresiva, de Wemyss en la vida de Lucy le trajo el “hombro” que tanto necesitaba en ese momento crucial de su vida. En realidad ¿qué fue lo que hizo Lucy? Lo que hizo fue sustituir la figura de su padre ausente (muerto) por la figura de Wemyss, lo que nos induce a pensar que se dio lo caracterizado en la cuarta etapa del duelo y, desde este punto, ella comenzará a vivir una existencia llena de artificio, falsedad, castración; en tal sentido, sus posibilidades de crecimiento personal serán muy limitadas. Wemyss pondrá toda su inteligencia, madurez y experiencia en que así sea.
El apellido Wemyss aparece en la heráldica inglesa y la familia que lo ostentaba inicialmente eran dueños de castillos y estaba relacionada con la nobleza. A pesar de su apellido, sospecho que los bienes de fortuna de Wemyss no estaban sólidos para la fecha en que se casa con Lucy. Las largas ausencias de su casa y sus agotadoras jornadas de trabajo podrían ser una comprobación de esta sospecha. Al contrario de Jim, el padre de Lucy, no era rico ni tenía un apellido de rancia estirpe; no obstante, le deja a su hija una renta de doscientas libras, una casa y tal vez algo más de dinero que no es difícil imaginar. Como quiera que se mire, en el sustrato del matrimonio siempre subyace un interés socio-económico. En el matrimonio Everard – Lucy, ésta fue la menos beneficiada ya que pareciera que ella no logrará integrarse en forma absoluta a la clase social de su marido. El suicidio de Vera nos lleva a deducir que no lo consiguió. Esa especie de aislamiento que ya comienza a verse en la vida conyugal de Lucy tampoco son las condiciones más apropiadas para lograrlo, esto hace que nuestra sospecha no sea infundada.
Everard Wemyss es un fauno que vive con una ninfa. En este sentido, el futuro de Lucy no se vislumbra halagador. Imaginemos el plano íntimo de la pareja. Sabemos que Wemyss tiene el vicio del tabaco (fuma pipa), hay cierta publicidad que nos alerta que su consumo produce daños a la salud. Supongamos, para ser generosos, que cuando Lucy tenga treinta y dos años Wemyss tendrá cincuenta y cinco o sesenta y cinco; que durante esa década han tenido una actividad sexual normal, intensa si se quiere, pero cuando el consumo del tabaco comience a mostrar sus estragos, por ejemplo, impotencia sexual (disfunción eréctil), el aparente equilibrio conyugal o el espejismo de felicidad mostrada ante su círculo social empezará agrietarse. Lucy estará en la plenitud de sus condiciones sexuales con una libido hambrienta de satisfacción, mientras que Wemyss se verá incapacitado para complacer a su joven esposa por cuanto sentirá el declive de su potencia sexual, acelerado por la inminente vejez y agravado por el tabaquismo. Cualquier médico sexólogo puede corroborar esto que acabo de expresar. ¿Qué pasará entonces? No es fácil decirlo porque parece irreal, pero Wemyss comenzará a buscar una manera de compensar a su mujer. Inducirá a la inexperta Lucy a la masturbación (no hay que confundir con onanismo), bien sea que él la estimule con sus dedos, con su lengua, que ella ponga en movimiento algunos de sus diez dedos o utilice el recurso del consolador. La masturbación en sí misma no es reprochable cuando se utiliza para explorar las partes íntimas del cuerpo y saber donde están las zonas de más placer o cuando se usa como juego y estímulo en el encuentro íntimo entre la pareja, de esa manera no produce daño en la psiquis. El problema se presenta cuando la masturbación se convierte en un hábito y en un sustituto de la sexualidad; el recurso de ese placebo hará que la persona se sienta cada día más triste, vacía y sola. El próximo paso es la pérdida de autoestima y luego la depresión en donde la psiquis encallará gritando su agonía. Aquí la mujer tendrá el sueño recurrente de que un desconocido la persiga y la viole, así como otras manifestaciones oníricas como escapar, volar y sensación de plenitud.
Es muy probable que Wemyss, en su afán de búsqueda de recompensa sexual, diseñe otra estrategia. En el punto culminante de su ego desmedido y como una demostración de que todo lo puede y todo lo sabe, como una serpiente murmurará a los oídos de su “niñita” la posibilidad de tener sexo en grupo. Aquí no puedo pasar por alto detalles de la novela que me llevaron a considerar lo que acabo de plantear. Veamos: Everard Wemyss estuvo días fuera del hogar “Él no se presentó, no escribió, no dio señales de vida” (p. 267) ¿Qué hace un hombre recién casado, con una joven saludable y bonita ausente por tanto tiempo de su hogar? Estaba en Londres en donde se “dedicó a sus actividades cotidianas, sólo que se quedó más tiempo del que quería en su oficina (…)” (p. 256) En el primer día, después de sus labores, “(…) se dirigió al club a jugar bridge” (ídem). Resulta que Wemyss también es ludópata. Este detalle es interesante porque nos da un rasgo más de la personalidad de este personaje. El psicoanalista Julio Aray en su libro Manías tristes (1977) dice que hay que diferenciar el juego que realiza el niño del que hace el jugador propiamente dicho. El niño “(…) lo hace para elaborar sus conflictos, por un placer auténtico y por su deseo innato de comunicarse con los demás (…)” (p. 47). En el jugador compulsivo se observa el “(…) optimismo patológico, la megalomanía infantil, la omnipotencia del niño, los sentimientos de culpa, la vuelta al principio del placer, la búsqueda de la incertidumbre y la agresión neurótica hacia los padres que se vuelve contra el yo.” (p. 49). Por su parte, Freud señaló en reiteradas oportunidades la relación entre la masturbación y el juego. A Wemyss no le importaba que las partidas de bridge, en las que participaba, se dieran “(…) el lujo de prolongarse hasta cualquier hora.” (p. 257), pero podría darse el caso que el club de bridge no fuese más que una fachada que ocultaba un prostíbulo. Quizás se dedicara también a participar en las actividades de esos antros que tanto abundaban en la Inglaterra de fines del siglo XIX y que fue la desgracia del poeta y novelista Oscar Wilde cuando, impulsado por el “amiguismo” y la curiosidad, asistió a uno masculino. Eran muy comunes en esos prostíbulos disfrazados de club las orgías y las prácticas sado-masoquistas. Un hombre que no le importó su luna de miel (“Una luna de miel suponía un gran trastorno”, ídem) y que es un ludópata compulsivo, neurótico e impotente no le importará participar en el lado oscuro de la sexualidad, es decir en las perversiones. Erich Fromm en su libro El arte de amar aborda el tema y señala por qué se da este tipo de compartimiento sexual en el mundo primitivo. Esa experiencia le proporcionará a Wmyss la habilidad para convencer a Lucy de participar en un intercambio de pareja, que es una forma de compensación sexual que quiere darle a su mujer por ser impotente. Alentada por la curiosidad, la presión de su amado fauno y el temor infantil de no perderlo, pasará a formar parte de algún grupo constituido de antemano por Wemyss. Modernamente el intercambio de parejas se originó a mediados del siglo XX durante la guerra en Filipinas. Los soldados americanos iban a reuniones con sus parejas (¡que no eran sus esposas), las mujeres jugaban colocando en un sombrero las llaves de habitación, el que sacaba una llave buscaba a que pareja le pertenecía, la mujer se iba a la cama con el que tenía su llave. Estos grupos pasaron a llamarse Swingers (la cerradura y la llave son sus símbolos) La palabra Swingers proviene del vocablo inglés swing, cuya semántica está vinculada a movimiento, ritmo, balanceo, libertad y otras significaciones más; pero swingers tiene el significado be promiscuous (The Concise Oxford Dictionary of current English, 1990, p. 1233) En los llamados swingers (desinhibidos los llaman algunos estudiosos) el sexo se practica en grupo. Aquí la pareja oficial no es exactamente la protagonista para propiciarse sexo directamente, pues se hace con la participación de otros más. Las combinaciones son múltiples: Dos hombres y dos mujeres, un hombre más dos mujeres, una mujer más dos hombres, una mujer y dos mujeres, tres hombres más tres hombres y todas las combinaciones que la imaginación pueda diseñar. Algunos investigadores sobre la sexualidad consideran al swingers un “estilo de vida” (no una moda o patología), pero la opinión unánime lo cataloga como una desviación sexual, perversión o promiscuidad sexual y falto de moral. El filósofo C. Gurméndez, en su libro Teoría de los sentimientos (1981) señala que “(…) por esta multiplicación apasionada de contactos o pasiones efímeras, barbarie instintiva o anarquismo sexual, no se llega al conocimiento porque es confusión apasionada; ni a la luz de de la unidad, sino al aniquilamiento de la pasión” (p. 39) Los psicoanalistas que se han dedicado a este campo señalan que la personalidad de los que participan en estos llamados swingers está caracterizada por ser personas incapaces de poder satisfacer sus urgencias íntimas. La necesidad de participar en este comunismo sexual (www.revista-noticia.com.) se origina en la rutina y falta de imaginación en la relación de pareja. Casi siempre es el hombre el que la propone, el cual se apoya en la fantasía de que no le devuelvan a su esposa. El goce no está en el acto sexual sino en la fantasía del engaño, de ser cornudo y de poner los cuernos, por eso es que no existen los celos. El hombre, por lo general, presenta inconscientemente conflictos con su propia identidad sexual, pues pueden ser potencialmente homosexuales o bisexuales. Las investigaciones en este campo han encontrado que las personas, que realizan esta modalidad de sexualidad, presentan un vacío emocional y sensorial (todavía inexplorado) y que no se sabe a dónde conducirá. En las mujeres se han encontrado daños graves en la autoestima que generan estados ansiosos y depresiones severas. Obviamente que Everard Wemyss ignora todo esto, pero es un firme candidato de llevar a Lucy hacia el mundo depravado de los swingers. Algún lector podrá decir que Wemyss es un esposo con “amplitud de mente”, un hombre avant-garde y otros convencionalismos por el estilo. Considero más bien que la conducta de Wemyss se identifica más con el laisser-faire que también es una forma de aliviar su conflicto psíquico por su incapacidad sexual.
Hay cónyuges castradores que no dejan que sus esposas crezcan como personas o profesionalmente. Aunque en la novela no se dice que grado de instrucción tiene Lucy, imaginamos que no podrá avanzar en sus estudios, como probablemente le hubiese gustado a su difunto padre; su círculo de amistades se circunscribirá a las personas cuya generación pertenece Wemyss. En algún momento de su existencia, cuando contemple a su fauno declinar acosado por las enfermedades y por el inevitable efecto destructor de los años, su corazón querrá conocer el amor y si no lo hace sufrirá de lo que los teólogos han definido acidia que es la manera de llamar el pecado de quien no hace con su vida aquello que sabe que podría realizar. Entrará en rebelión interior, recordemos que ya tuvo un momento de rebeldía que le resquebrajó la salud, y sentirá palpitar un nuevo abril en su corazón. Si no es así, envejecerá llena de miedo, traumas y enfermiza. ¿Es Wemyss el verdadero amor de Lucy? No lo sé. En la novela se evidencia que el amor de Lucy por Wemyss es ciego, lo que me lleva a reflexionar en la apreciación de Abraham Maslow cuando dice “(…) que lejos de aceptar la trivialidad de que el amor ciega a las personas, me siento más inclinado a pensar que la verdad estriba precisamente en lo contrario, es decir, lo que nos ciega es el des-amor.” (El hombre autorrealizado, p. 79) El amor es autoconocimiento, deslumbramiento y plenitud de vida interior, tal vez esto ya lo dijo algún filósofo, probablemente un poeta. La novela nos hace pensar que el verdadero amor de Lucy todavía está por venir. Su relación con Wemyss parece más bien una subyugación psicológica difícil de deshacer en la temporalidad de la ficción y difícil de imaginar cuánto tiempo durará. Si Lucy, en su estado de duelo, aceptó su relación con Wemyss consciente de tal decisión no podemos corroborarlo en el discurso de la novela. A lo largo de la narración la percibimos como un ser ausente, perdida en el tiempo, atrapada en una situación inesperada. El fauno quizás languidecerá lentamente, mientras que la ninfa dormirá, siempre dormirá, como queriendo encontrar un sueño en donde pueda reunirse con su padre que se fue para nunca más volver. Tal vez si él no se hubiera muerto, la vida de ella hubiera sido otra… pero eso es mucho pedirle a mi capacidad de fabulación.
*Existen dos Cornualles, uno que está en Bretaña, Francia, y el otro en Inglaterra. En la solapa del libro dice que la primara acción de la novela transcurre en Cornualles francés, lo cual no es cierto, en la novela se lee “Tenía que marcharse solo, tenía que retirarse como mínimo durante una semana de su vida habitual, de su casa en el río donde acababa de empezar sus vacaciones de verano, de su casa de Londres (…) Había ido a Cornualles porque se tardaba bastante en llegar allí todo in día en tren para la ida y otro día entero para vuelta, (…)” Como se podrá evidenciar la narradora no dice que Wemyss toma un transporte marítimo para ir de Londres a Cornualles.
**La novela Vera fue publicada también con el nombre Un matrimonio perfecto que no corresponde a su título original pero que muy bien deja traslucir lo inverosímil de la relación Wemyss-Lucy.
El análisis de “Vera” por Rodriguez, nos ayuda a reflexionar sobre ese nexo entre los ausentes y los que se quedan. Manejar la ausencia física plena (muerte) de un ser “querido” dependerá del tipo de relación, nivel del sentimiento o vinculo, así como las circunstancias post desaparición de ese ser querido.
ResponderEliminarSe suicidaría Vera porque Wemyss ya no tenía o le gasto su dinero ¿? Vera contiene una intriga más que gris; ella deja con su suicidio el contexto adecuado para el surgimiento de situaciones expiatorias. Ella al final no se libero de sus problemas sino más bien se sumo más. La vida es derecho divino; Dios la da y la quita y cuando el ser humano transgrede esa ley natural por miedo o por haber tocado fondo al no saber manejar oportunidades, se corre el riesgo de dar muchas vueltas……. incluidos sus allegados. Wemyss y Lucy fueron atraídos por la magia que Vera deja en el aire.
Lucy la ninfa cautiva ve en Wemyss la compañía para resolver su carencia física y psicológica; Wemyss como un fauno más, encuentra la presa perfecta para limpiar socialmente una culpa. El personaje de la tía Dot representa la intuición o el sexto sentido femenino; tiene la visión del escenario, pero no es escuchada (muchas veces tenemos advertencias a través de sueños, otras personas o hechos y no los tomamos en cuenta en ese momento porque inconscientemente queremos vivir las consecuencias). Rodriguez hábilmente nos induce a pensar sobre el potencial intuitivo de los novelistas por su capacidad de imaginación; su crítica explota la incertidumbre y ausencia de: luna de miel, personalidad del padre rico y viudo, recuerdos que Lucy pueda tener de su madre y sus vivencias como Electra, existencia o asistencia de Wemyss a prostíbulos, amistades o diversiones de la pareja, confesiones sobre sentimientos y/o sucesos fuera del dolor, diálogos de amistad. La vida matrimonial al igual que el isócrono ritmo de las olas del lugar, parece transcurrir sin color porque representa unos de esos tipos de transgresión de relaciones por dominio, conveniencia o contraste (blanco con negro, viejo con joven, rico con pobre, sano con enfermo, feo con bello, carne con espíritu, etc.) después de consumirse el motivo de la atracción primaria tipo enfermizo o defectuoso. De allí que un desenlace lógico es el declive biológico y la bancarrota final por ludopatía de Wemyss, así como la pérdida de autoestima y depresión a largo plazo de Lucy. Wemyss cual cazador de fortuna de toda naturaleza contrasta con Lucy tan ausente, débil y sin personalidad como Vera; sin embargo la obra parece apostar que Lucy se recupera al final con un verdadero y adecuado amor y eso es maravilloso; si el ser humano no aprende con sus errores pierde su paso sobre este mundo y no crece ni material ni espiritualmente. Salir de los estados de esclavitud requiere mucha fuerza de voluntad, ayuda psicológica y hasta un golpe de suerte; los seres humanos son animales de costumbre que se resisten al cambio, por eso reveses como el duelo, son determinantes porque permiten sacar lo mejor o lo peor del interior de cada quien….