Una de las virtudes de las crónicas de la Maga Serveliana es que nos induce a evocar imágenes perdurables de la literatura y, hasta es posible, que alguna gastada metáfora, una sentencia marginal o un verbo descriptivo, que nos refiera a la cotidianidad, de repente adquieran una insospechada significación. Los lugares comunes están sedientos de nuevos significados. Sobre este punto, Mijaíl Bajtin observó que elementos de cultura pueden permanecer latentes durante un tiempo hasta que surjan condiciones favorables que permitan dar una interpretación a esos elementos de cultura. Raymond Williams, por su parte, habla de elementos de barbarie, los cuales son aspectos discursivos que van resemantizándose de acuerdo al campo cultural donde se mueven. Variantes semánticas. Todo es una inmensa red discursiva, ha dicho Foucault. No cabe duda que la Eneida proviene de ese diosario mítico que es la Ilíada. La Divina Comedia probablemente se origina a partir de imágenes que tienen sus raíces en el infierno popular y el tormento intelectual de la Edad Media (Jacq Le Goff en su libro El Nacimiento del Purgatorio analiza las ideas dominantes de ese entonces). Tal vez el caso más conocido de red discursiva sea el de El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de La Mancha, cuya lectura nos estimula a explorar la ficción arturiana y la búsqueda del Santo Grial. Para construir su Ulyses, Joyce adaptó algunos elementos estructurales de la Odisea, circunstancia analizada por W. York Tindall en su guía para leer a Joyce. El sonido y la furia nos presenta el caso de Quentin Compson, quien tiene un parentesco lejano con Hamlet. ¿Acaso no eran la Biblia y las obras de Shakespeare los libros que más leía Faulkner? La historia y el producto de la cultura parecen gritarnos que sólo hay variaciones y el intérprete de esa cultura solo puede estar, como dijo Broch en su Muerte de Virgilio, entre el silencio y la palabra
La séptima y última crónica de la Maga Serveliana, con sus lagunas discursivas, su estilo de arcipreste, nos demuestra este hecho y acaso no sea más que una relación superficial de una circunstancia frívola vivida por Horacio Salmerón. Lo que vivió este personaje es la simple variación de un discurso imposible de abarcar en su totalidad por la mente humana. Quizás la crónica de la Maga Serveliana no tenga valor estético, pero tiene su vínculo en un cuerpo literario complejo y delirante que le permitirá vivir por siempre en la memoria de la humanidad.
En las primeras cinco páginas, Serveliana nos informa del naufragio de la goleta Proteus, cuyos restos quedaron petrificados en la rima de una décima costera. Curiosamente, en el inventario que hace Serveliana de los objetos recuperados aparecen tres baúles, de los cuales dos fueron abiertos en acto público. El contenido “fue desolador”, confiesa Serveliana, libros con gruesas cubiertas de color negro y la marca de un sello real español. Estos libracos contenían un universo de edictos, leyes y normas para ser aplicadas a las nuevas colonias americanas. Los antiguos bahianos, en un rapto de rebeldía, hicieron una pira a orillas del mar. Dos páginas después, la Maga Serveliana, anota que en la bahía hubo una actividad irreal, casi desesperada, en la búsqueda del tercer baúl que había desaparecido de manera misteriosa. El discurso de Serveliana rompe abruptamente con la relación temporal. ¿Es una intención de anular físicamente el tiempo? Tal vez la temporalidad no sea más que el recuerdo de otra edad cuyo principio vaga en los espacios oscuros del inconsciente. Serveliana no informa sobre el origen y la cotidianidad de Horacio Salmerón, pero en el segundo párrafo de la página nueve nos presenta al personaje leyendo a hurtadillas, en parajes costeros, alejados de la curiosidad humana. Señala que Horacio Salmerón era flaco (suponemos que por mucho trasnocho y pobre alimentación) de “profundas cuencas orbitales y años impredecibles”, pero la acotación de su porte gallardo nos hace pensar que era ágil y respetado por la gente. Sorpresivamente, al voltear la página encontramos a Horacio Salmerón convertido en El Caballero de la Garza Blanca. A lo largo de la crónica la Maga Serveliana no lo aclara y llegamos a suponer que el tercer baúl llegó a manos de Horacio Salmerón y que su contenido le produjo una prodigiosa transformación.
Narra la Maga Serveliana que Horacio Salmerón pasaba galopando por la calle principal de la bahía con una jauría mordiendo los cascos de un viejo rumiante que en una oportunidad salvó de la sarna y la indiferencia de los hombres. Nuestra narradora no se detiene a explicar el asombro que seguramente prodigó la figura de Horacio Salmerón en lomo de su jamelgo: capa negra, vara de caña brava pulida y con la punta afilada (lanza en ristre acota la jerga de caballería). Según la Maga Serveliana, Horacio Salmerón mostró el producto de una imaginación viciosa, de hojalata labró un casco y del caparazón de una tortuga un escudo. Una nota al pie de la página once Serveliana anota que en la memoria popular Horacio Salmerón fue recordado como el jinete sin cabeza.
Trabajo un poco al borde de la locura precisar y hacer una relación de los detalles que aporta la Maga Serveliana, para describir las aventuras épicas de El Caballero de la Garza Blanca. Bástenos hacer una apretada síntesis de su última aventura. Un mediodía de octubre Horacio Salmerón recorrió la calle principal del puerto con un galope furioso que hizo “recordar antiguos tambores de batallas.” Se internó en la costa. La hojalata brilló en su cabeza. Su galope lo condujo a los lados de Pedregales. En la penumbra de la tarde se le vio venir con la lanza rota, el escudo destrozado, sin casco de hojalata, encorvado y sangrando por boca y nariz; el animal cabizbajo, cojeando, con huellas de arañazos profundos. Serveliana señala que un bahiano dijo que El Caballero de la Garza Blanca había sido derrotado por El Caballero de la Garza Negra. Que también hubo otras hipótesis sobre este acontecimiento, no nos debe caber la menor duda, porque en un breve apéndice la cronista recoge un comentario de la plebe en donde se señala que a Horacio Salmerón se le escuchó murmurar en su delirio que “El Señor de los Gatos me derrotó con sus felinos.” Pero en una docena de páginas más adelante, la Maga Serveliana insiste que El Señor de los Gatos aún estaba en los predios del sueño, que eran signos de su pronto despertar el hecho de que se vieran gatos por doquier y que el Caballero de la Garza Negra no fue más que una alucinación de un marino ahogado en alcohol.
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