domingo, 23 de diciembre de 2012

El lago




        El Capitán Sir Richard Francis Burton (1821–1890), para gloria de la lengua inglesa, tradujo directo del árabe Las mil noches y una noche; del sánscrito, el Kama sutra y, del portugués, Os Lusíadas, labor más que suficiente para asegurarle un lugar privilegiado en la cultura británica. El 27 de junio de 1857 se internó, en compañía del Capitán John Hanning Speke, por el oeste de África en busca de las regiones lacustres. En esa dramática incursión descubrió el lago Tanganika. A su homólogo le estaría reservada la gloria de encontrar el lago Victoria.

        De esa exploración alucinante por África, Burton da cuenta en The Lake Regions of Central Equatorial Africa (1859). Pero antes de escribir este libro y presentar su informe a la Royal Geographic Societey de Londres, sobre su hallazgo, dio un paseo por Cumbria, región montañosa de Inglaterra en donde se encuentra Lake District, lugar que tiene una importancia de primer orden en la historia de la literatura inglesa. Allí, a principios del siglo XIX, se reunían los poetas William Wordsworth (1770–1850), Samuel Taylor Coleridge (1770–1834) y Robert Southey (1774–1843); con el tiempo fueron conocidos con el nombre de los lakistas. En ese paraje de aguas líricas, alguien le contó a Burton un relato, cuyo argumento es la revelación del destino de dos hombres en sus anhelos por un lago. De nuevo en Londres, en una tarde de té con gente que no había ido más allá del Támesis, dejó entrever el nombre del cuento. Podría llamarse “El lago”, dijo con voz algo ronca mientras tomaba un sorbo de su taza de su té de Ceilán, esa lágrima de la India; pero a pesar de su conocimiento de veintinueve formas diferentes de hablar y escribir, no quiso (o no pudo) exponerlo en forma escrita. Un lector atento y apasionado por los libros de Jules Gabriel Verne o de ese traductor precoz de Horacio y Virgilio, como lo fue Henry Rider Haggard, puede rastrear en las páginas de Las montañas de la luna: en busca de las fuentes del Nilo (Valdemar, 1993), algún dato inesperado que pudiera darle una pista sobre el olvido (o fracaso) de Burton al intentar escribir una historia en tan solo diez páginas. Lo que sigue es producto de una lectura y de un film. De este último, persiste en mi memoria la escena en que una lanza le atravesó una mejilla a Burton. De la lectura, alguna metáfora, seguramente ya distorsionada por el irrecuperable ayer.

Después de una breve descripción del paisaje, Burton comenzó su relato así:

        El hombre daba la impresión de no haber caminado por un laberinto vegetal. Su pelo gris estaba impecable; su rostro y sus brazos no tenían ningún rasguño, ni una leve picadura de insecto, que pudieran sugerirnos otras conjeturas. Supongamos que se llamaba Gordon Phelps, pues en el relato que escuché los personajes no tenían nombres. Apenas quitó de su vista unas hojas anchas, miró un espacio abierto cuya vegetación no llegaba más allá de la mitad de sus pantorrillas. Dio varios pasos hacia adelante y respiró hondo, había algo en su aspecto que lo delataba como una persona presumida, dada a las transgresiones y que la desidia era uno de sus hábitos. Alzó la vista hacia al cielo y le llamó la atención unos pájaros de plumajes extravagantes volando, en pequeñas bandadas, hacia unos cincuenta metros de donde él estaba. Sería media mañana porque el sol ya estaba en el cenit. Caminó hacia la derecha unos siete metros, pero volvió sobre sus pasos, lo mismo hizo a la izquierda; no sabía qué hacer. Por un momento pensó en internarse de nuevo en el bosque y desandar la senda transitada, desechó esta idea porque no quería volver atrás, se sentía cansado. Destapó su cantimplora y tomó un poco de agua. Se dejó llevar por el instinto, sin rumbo fijo, a cada paso escuchaba el vuelo asustado de las aves que a esa hora procuraban su alimento. No había recorrido una veintena de metros cuando divisó un pequeño disco de agua. Tuvo la inquieta idea de que aquel círculo líquido era perfecto. Se acercó hasta el punto de pisar con sus botas uno de sus bordes, luego se agachó y confiado hundió su mano derecha en el agua… ella tenía la frialdad del hielo, la retiró rápido para secarla y darle calor con su otra mano. El hombre fijó el azul frío de su mirada en el centro de aquel plato acuático, tuvo la sensación de percibir una especie de ondulación suave en la superficie líquida, fue un segundo nada más, apenas perceptible para el ojo humano. No sin asombro, observó que una libélula en su vuelo rozó una, dos y hasta tres veces la superficie. Entonces caviló sobre lo frío del agua. Un insecto como aquella libélula no podía soportar tan baja temperatura. Con cierto temor estiró su mano derecha hacia el agua, de su muñeca pendía una medalla en forma de corazón; cuando logró tocar el agua, una pequeña ondulación le cubrió la mano, la sacó con premura. Para su sorpresa, el agua tenía una temperatura ambiente. Miró su mano mojada y se dio cuenta que faltaba la medalla. Sus ojos escudriñaron el fondo del agua en su perfecta quietud, creyó ver algo que brillaba, trató de introducir de nuevo su mano, mas tuvo que retirarla con rapidez porque el líquido hervía. Maravillado, dedujo que el agua podía cambiar de temperatura a su antojo. No le dio importancia a la pérdida de la medalla, ya compraría otra en una población cualquiera. Decidió quedarse en aquel lugar, había agua, la caza parecía abundante y podía levantar una carpa debajo de los árboles crecidos al borde del bosque.

        Al llegar la noche, Gordon ya tenía donde dormir: una lona sostenida con cuatro palos y paredes de arbustos arrancados al azar. Hizo una fogata, comió algo de carne seca y bebió varios tragos de un licor exageradamente dulce que guardaba con suma delicadeza. Observó brillantes jeroglíficos eléctricos en el cielo, escuchó el retumbar de truenos a lo lejos, como si la bóveda celeste estuviera cayéndose a pedazos. No era necesario ser adivino para saber que la lluvia caería de un momento a otro. Eso le preocupó. Efectivamente, en la madrugada Gordon no pensó en el Diluvio Universal, sino en un lugar alto donde salvar su vida. Bajo esa lluvia, anduvo en la oscuridad eludiendo a tientas los barriales que venían del bosque arrastrando animales muertos, árboles arrancados de raíz y piedras que parecían lanzadas por furiosos gigantes. Se sintió empujado por una corriente de agua, pero no con violencia, sino con suavidad. Tiempo después, esta vivencia lo llevó a recordar su infancia y aquellas pesadillas en donde veía a su padre arrastrando a su madre de los cabellos, por un pasillo sin fin y escuchaba el ruido que producía un manojo de llaves que le crispaba sus nervios y hacía orinarse sus pantalones. No supo cómo ni cuándo perdió el sentido, tal vez su último pensamiento fue imaginándose en un lugar oscuro y acuoso, flotando en un espacio sin gravedad. Es muy posible que fuera el vientre de su madre.

        Gordon abrió los ojos y de inmediato se dio cuenta del lugar en donde estaba. Era una cueva que no había visto cuando llegó a ese paraje. Miró junto a él sus pocos enseres colocados de manera ordenada, como si alguien los hubiera dispuesto así; se incorporó con dificultad y dio un paso vacilante hacia la claridad de la entrada. Por un instante, la luz del día le impidió mirar lo que tenía frente a sí, con dificultad sus pupilas se acostumbraron a los rayos del sol. A pocos metros había, no un pequeño círculo de agua, sino un lago. Dedujo que había caído mucha agua durante la noche. Por un momento, dudó si aquella formación lacustre se había originado en una sola noche…, y ¿quién le aseguraba cuanto tiempo había permanecido inconsciente en la cueva? Al dar varios pasos titubeantes en dirección al lago, miró como del  centro de éste comenzaron a surgir chorros que luego se transformaron en figuras, cuya duración en el aire eran de  segundos, después se deshacían en infinitas gotas. Asustado, vio una masa líquida que venía hacia él, lo tumbó y lo arrastró hacia el centro. Nadó hacia la orilla con desesperación, las olas que formaba el lago se lo impidieron con ondulaciones que lo deslizaban de un lado a otro; se sintió bien, reconfortado, su temor inicial había desaparecido. De nuevo nadó hacia la orilla, el lago esta vez lo dejó que se deslizara sobre su superficie. Gordon pensó que era ayudado a ejecutar sus movimientos. Una vez que pudo llegar a tierra se desvistió y se metió desnudo en el agua, notó que ésta tenía una temperatura ideal para el cuerpo humano. Creyó que estaba rejuvenecido, fuerte, vigoroso. El lago vibró en toda su extensión y desde su profundidad vino una melodía capaz de apaciguar a los animales más salvajes.

        Un día,  al declinar la tarde, Gordon logró capturar dos aves y un conejo, encendió una hoguera cerca de la entrada de la cueva y en ella procedió a cocinar la carne salvaje de su cacería. Comió con apetito y bebió su líquido dulce de la botella, lanzó las vísceras y los desperdicios al lago. Del lugar donde cayeron brotaron unas pequeñas burbujas que despidieron un levísimo olor a vegetales en descomposición. Le entró una especie de modorra, venciéndola un tanto, se dispuso a caminar; anduvo unos cinco pasos y empezó a sentirse fatigado. Regresó a la cueva y se acostó. Al cerrar los ojos escuchó de nuevo la música que procedía del lago. A media noche despertó, soñaba que estaba en el fondo del lago, sus piernas convertidas en una poderosa cola. Nadaba con agilidad y se refocilaba con otros de su especie. Con pesadez, levantó su humanidad envejecida y grasienta. Salió de la gruta y contempló una luna cubierta con escamas verdes. El lago estaba luminoso en medio de la oscuridad. Entró en pánico por segundos, luego pensó que el lago, al notar su presencia, cambiaba de temperatura y color a su antojo; agitaba su líquido, la atmósfera que lo circundaba adquiría un peso y un olor muy distinto a lo acostumbrado. Entonces, su mente concibió la idea de moldear el carácter del lago y utilizarlo para sus fines particulares, se dijo que en la mañana retomaría ese pensamiento.   

        Amaneció y el lago tenía una quietud difícil de expresar en palabras. En esa inmovilidad había algo sobrenatural, un aire irreal. Es posible que en su seno hubiera un ángel, una energía, un espíritu o como quiera que se llame, y eso hacía que se le percibiera un toque de misterio. Había nacido de una lágrima de Dios y su formación, in extenso, se debió al llanto de una legión de ángeles expulsados del reino de los cielos; de manera que, el lago, en esencia, era rebelde, sagrado y mítico. Señores, vamos a convenir que el espíritu del lago se llama Lymna, para no salirnos de la tradición. La presencia de Gordon producía en ella una serie de motivaciones que él no comprendía y quizás nunca llegó a estimar. Sin embargo, se detuvo a pensar en el extraño sosiego del lago. Colocado al borde de la orilla comenzó agitar los brazos de arriba abajo y hacia los lados como si fuera un director de orquesta, vio que el lago movía sus aguas en un rítmico vaivén. Caminó con paso torpe por la orilla y observó que el agua se movió en forma ondulada a la par con él. Gordon se quedó quieto y, pasado unos treinta segundos, intentó dar brincos que su carga de años lo impidieron; miró salir del lago globos de agua que hicieron piruetas en el espacio. Sacó de uno de sus bolsillos un cordel de pescar, buscó en el suelo una carnada y encontró un pequeño gusano, lo colocó en al anzuelo y lo lanzo al agua. Varios peces saltaron a la orilla, tal vez el lago le indicaba que era innecesario realizar esa pesca. Todavía lleno de incredulidad, retomó sus pensamientos de la tarde anterior. Meditó que podía utilizar el lago para sus fines personales. Dijo Espíritu del lago, eres mío, ¿me oyes? Eres mío mío… me obedecerás en todo y yo te haré feliz. Una vez articuladas estas palabras, desde el centro del lago salieron varios chorros que hacían pensar en un  ballet, no a Gordon, por supuesto, que tenía aire de ser poco culto para hacer esta clase de símil, aclaró Burton haciendo un alto para tomar un sorbo de su té. ¿Era una señal de aceptación del lago? Sólo los sucesos posteriores nos darán la respuesta. Ya no le quedó duda de que ejercía un dominio sobre Lymna, el espíritu del lago. Sus carcajadas gangosas de triunfo retumbaron entre las montañas y cuando ya no fueron más que imperceptibles ecos, en sus ojos hubo un destello que solo puede observarse en aquellos que suelen estar al servicio de la parte más oscura de su ser.

        Gordon Phelps comenzó a explotar el lago sin control. Primero cortó árboles con herramientas traídas de la villa más cercana, construyó un bote, luego un pequeño muelle donde solía amarrarlo y sentarse en las tardes a meditar íntimas formas de utilización del lago. Hubo una vez en que se aplicó a talar árboles del bosque y para ese fin trajo gente de las comarcas vecinas. El lago fue su depósito de madera, los materiales de desecho que se generaban de esa faena, los desperdicios de alimento y las excreciones humanas también eran lanzados al lago. Abandonó esa acción destructora para idear otros proyectos bárbaros que iniciaba con vehemencia y a la semana los dejaba a medio hacer. Un día se presentó con otro grupo de personas que lo ayudó a construir un canal de un riachuelo cercano, para traer agua al lago con la idea de que en éste se desarrollaran nuevas especies de peces. Ante este evento, Lymna no pudo hacer nada, se acostumbró a vivir contaminada de aguas sucias y oscuras. Su primer síntoma de enfermedad se le manifestó en un pequeño recodo del sector oeste, donde se alzaban dos pequeños promontorios que cuidaba con esmero. El lugar se había convertido en un lodazal que Gordon y sus compañeros usaban como vertedero de basura. Lymna parecía no tener conciencia de las humillaciones que le infringían, por cuanto siguió siendo fiel a este personaje. Gordon comenzó a permitir que la gente, conocida o no, abusaran del frágil ecosistema del lago. Un día llegaron dos hombre y tres mujeres, fueron a donde estaba él, luego de unos minutos de susurros entre ellos comieron, bailaron y tomaron alcohol. Gordon sólo tomó de su licor dulce. Ebrios se desnudaron para lanzarse al lago, pero antes de hacerlo, una de las mujeres caminó hacia el muelle, le habló a Lymna sobre la trascendencia de las emociones y el desprendimiento de los sentimientos, ya que esa era la verdadera demostración de amor que se le podía hacer a un hombre. Lymna, apenas escuchó las palabras de la mujer, tembló hasta en su más íntima simiente. No comprendía nada, no sabía a qué se debía y que fin perseguía ese mensaje. En su naturaleza estaba la necesidad de ayudar a una comunidad en su sustento y desarrollo, así que no le veía sentido a la escena de hombres y mujeres desnudos, agarrándose unos a los otros, ya en un punto de excitación; pero allí estaba su hombre y si él estimulaba esos actos, los aceptaba y participaba en ellos, algún beneficio debía reportarle a su vida. Se dejó llevar por las pulsiones de Gordon. Entonces Lymna fue más dócil todavía y aceptó en sus aguas aquellos extraños que se lanzaban miradas lascivas y manos ávidas por todos lados, sin importarles si se tropezaban o se acariciaban unos a los otros en sus búsquedas de placer. A partir de ese momento, las visitas de las personas en grupos se hicieron más frecuentes y más prolongadas. Una noche en que la luna despedía una luz lujuriosa, Gordon se presentó con un hombre al que presentó al lago como su mejor amigo. Lymna, ya degradada en su mundo interior, le pareció normal que su hombre se desnudara junto a su amigo y los dos tomados de las manos se hundieran en sus aguas apasionadas. El mejor amigo también fue poseedor de los íntimos privilegios que Lymna le prodigaba a su hombre. Un día, este amigo se marchó para siempre. Gordon se sintió mal, corrió hacia el lago y, en su desbocada carrera, se fue de bruces en el fango, allí dio varias vueltas, quedando cubierto de lodo, dando la imagen de una piltrafa humana. El que ha ido en contra de su naturaleza experimentará su vejez con tormento y su muerte será un acto de alivio, dijo Burton haciendo una especie de inciso en esta parte del relato. Continuó diciendo que Lymna todo lo hacía por Gordon; su felicidad, su salud y sus fantasías eran más importantes que sus aguas. Verlo satisfecho parecía ser la única razón de su existir y no le importaba que la hubiera humillado en su mítica esencia. Años de esas prácticas causaron daños irreversibles en la estructura profunda del lago. Desde su interior comenzó a expeler un olor fétido, sus aguas se volvieron verdes y muy pronto una vegetación contaminante le originó una profunda depresión. Lymna era víctima de su propia escogencia y ahora sufría las consecuencias de sus actos de selección y aceptación. A pesar de su intimidad degradada, seguía amorosa con Gordon, lo protegía cada vez que éste se aventuraba a sus aguas, a jugar entre sus limos, se esmeraba en complacerlo con las demandas que le hacía, por muy extrañas que fueran, y le proporcionaba los mejores peces, de los ínfimos que aún nadaban en sus dolientes aguas.

        Con el paso del tiempo, el lago comenzó a envejecer, su orilla empezó a crecer hacia adentro y sus aguas se redujeron de tal manera, que para llegar a tocarlas había que andar con cuidado en el lodo. Los animales que venían, durante el día o la noche, a saciar su sed se ahuyentaron de su ribera; ya no era seguro andar por sus dominios, pues corrían el peligro de morir envenenados por consumir agua contaminada o comer fango putrefacto. El muelle estaba abandonado y despedía un olor a sentina, casi insoportable.  El lago ya no era placentero para Gordon, sólo era objeto de intercambio, de negocio, le era indiferente y no le importaba quien abusara de él. Pero un día, todo pareció cambiar…

        Era agosto cuando apareció otro hombre por el lugar del lago. Era de rostro duro, cuyos ojos hacían pensar en tormentas espirituales, temporadas luciferinas y barcos ebrios. Amigos, imaginemos que responde al nombre de William Taylor. Gordon fue indiferente con él al mirarlo bordear, con pasos firmes, la orilla del lago, ya polvorienta por efecto del sol sobre el lodo. Lymna vivía suspendida en el tiempo, viendo su parte física enferma, deslucida, sintiendo pasar los días en su letargo de hastío. Vio pasar al extraño, hizo un gesto de indolencia, era natural que reprodujera la misma actitud de Gordon, pues los años de convivencia destructiva habían dejado su huella indeleble en su forma de ser; pensó en los años en que joven y victoriosa mostraba todo el esplendor de su energía y se postraba a los pies de él; había vivido para él, lo cuidó en sus momentos difíciles, le entregó su juventud estando él en los umbrales de la vejez, renunció a sus posibilidades de crecimiento sólo para que él no la abandonara, aceptó en su seno otros falsos profetas del placer para complacerlo, para que fuera feliz; pero ahora había algo en su yo íntimo que la llevaba a revelarse contra toda esos supuestos años felicísimos, cuya consecuencia era su condición actual. Hundida en su tristeza, Lymna añoró un sol amoroso, una vegetación con un verde brillante; muy dentro de sí lo que anhelaba era revivir, experimentar otras formas intensas de emoción, no sentirse acabada y abandonada, viendo como su cuerpo, ya amputado, empezaba a lucir una crónica costra negra que sus aguas lamían con dolor todos los días. Lymna vio que el forastero dio tres vueltas a su alrededor ensimismado en sus pensamientos, tuvo un estremecimiento de antipatía y no sabía por qué. Taylor se marchó cuando ya la tarde se había perdido en las sombras de la noche. Mientras esto sucedía, Gordon estaba sentado en la entrada de la cueva, quizás perdido en los vacíos de su memoria. Esa noche, Taylor alzó sus plegarias hacia el cielo, habló con las estrellas, imploró la gracia de la noche, invocó a la primavera y llenó su pensamiento de energía creadora. Apenas amaneció, ya estaba instalado en la orilla del lago. Gordon miró al recién llegado y no le dio importancia, pensó que era un alucinado, una persona con  actitudes de ermitaño, lo que hiciera no era asunto suyo. Fue hacia el lago y en el camino vio una lata oxidada y vacía a la que llenó de piedras, las lanzó una a una hacia el centro del lago, después le dieron ganas de orinar y, en vez de hacerlo junto a un matorral, lo hizo en la lata y después la arrojó a las aguas enfermas del lago; cerca de él vio un pedazo de madera de un árbol podrido, lo levantó y lo echó también al lago. Gordon era destructivo, venía haciendo esta rutina atroz desde hacía varios años: se levantaba en la mañana, horas después recogía cuanta porquería encontraba en su camino y la arrojaba al lago. ¿Qué había en el corazón de Gordon que trataba de esa forma al lago? ¿Cuáles eran sus pensamientos al ver que el lago moría lentamente? ¿Nunca llegó a pensar que el lago estaba enfermo debido a los eventos que le indujo a vivir? Y sobre todo, ¿cómo Lymna, el espíritu de lago, pudo soportar tanta humillación a su naturaleza? Taylor miró todo lo que hizo aquel hombre y muy dentro de sí, le dio asco, le provocó cortarle la yugular por infringir tanto maltrato al frágil ecosistema del lago.

        Después de haber permanecido media mañana sentado al margen del lago, Taylor se levantó y caminó alrededor de él, muy despacio inició una especie de trote lento y, ya pasada una hora, sus movimientos se habían convertido en una carrera de velocidad constante. Lymna, por curiosidad, comenzó a prestarle atención a ese hombre que le producía antipatía. Taylor se detuvo a orillas del lago respirando de forma acompasada, Lymna miró la figura reflejada en sus gruesas aguas, sintió una sensación rara en su núcleo. Al ver que alzaba los brazos como si tratara de ceñir algo, ni un átomo de su estructura se movió. Taylor pensó que esa agua estaba muerta. Pero de inmediato, dedujo que había un detalle en el lago que le hacía sospechar que, debajo de esa apariencia de decadencia física, había una energía que no concordaba con su soledad, con ese aspecto de sufrimiento y esa quietud de resignación. Se quitó sus botas y con pies descalzos entró en el agua oscura; en la medida que avanzaba, pensó que no era digno de hacer eso, pero un pequeño movimiento de esas aguas estancadas, era suficiente para aceptarlo. El lago fue cambiando de temperatura lentamente, pasó por todas las gradaciones de lo cálido hasta su punto de ebullición. Al saber que no podía soportar la alta temperatura del agua, Taylor salió de ella con rapidez. Se tendió boca arriba en el suelo polvoriento, donde no había ninguna señal de vida. Pensó que el lago lo rechazaba, pero enseguida cambió de opinión al sospechar que aquello era solo un enfado. Con la perseverancia de los convencidos, se levantó y se introdujo de nuevo en ese líquido calloso y mortecino. Lymna se revolvió furiosa en su profundidad, hizo un pequeño remolino con la fuerza suficiente para hundir a Taylor. Lo revolcó en su fondo y lo embadurnó de tal manera de fango que estuvo a punto de ahogarlo. Cuando Taylor sacó la cabeza a la superficie quiso nadar con rapidez, mas la pesadez de las aguas se lo impidió. Fatigado salió del lago y volvió a tumbarse boca arriba en la costa sin vida. No tuvo noción del tiempo que había pasado dentro del lago, miró hacia el horizonte y contempló la tarde con su ocaso de nubes rojas y doradas que agonizaba entre las poderosas hijas de la noche. Pensó en el lago con intensidad, le dolió las imágenes que de él tenía. Dirigió la mirada hacia la entrada de la cueva donde estaba Gordon, el amo y señor del lago, engullendo cantidades de comida con desesperación y dejando un reguero de migas a su alrededor. Por primera vez se dio cuenta de la panza de su vecino. Él, por su parte, no comería ni dormiría esa noche, se quedaría a orillas del lago, velaría su sueño, su respiración y sus latidos, no le importaba su hostilidad. Volvió a mirar el ocaso, entonces comprendió que éste era un símbolo de una etapa que moría lentamente en lo más íntimo del lago.

        Apenas llegó la noche, Gordon se fue a dormir, no sin antes haber comido una tanda de bocadillos y de tomar varios tragos de su bebida dulce. ¡Qué le importaba el lago! En esta etapa de su existencia, solo vivía para su estómago y alguna que otra conversación con los esporádicos caminantes que a veces hacían un alto para descansar y contemplar la decrepitud del lago. Siempre que se reunía con esa gente hablaba de sus lejanas andanzas mujeriles, como si viviera en el pasado y ese tiempo vivido fuera lo más importante de su historia personal. Al quedarse solo, parecía estar perdido en los vericuetos de su memoria, por momentos tenía gestos de inquietud que daban la impresión de ser acosado por los fantasmas de las vidas lastimadas que dejó a su paso. En las mañanas le costaba levantarse y, después de un gran esfuerzo, salía a la puerta de la cueva y miraba al lago, a ese lago que descubrió siendo apenas un manantial de altísima pureza, al que había moldeado a su antojo, al que ayudó a que le imputaran un pedazo de su geografía, ese lago que le había dado un segundo aire a su vida y aceptado tanta sordidez para apaciguar los demonios de su mente. En nada había contribuido a mantenerlo limpio, cristalino y en sus márgenes crecieran las flores, los frutos; que fuera oasis de alegría y paz, ejemplo de la naturaleza y que la memoria de los hombres lo recordaran como un prodigio de Dios.

        Por su parte, William Taylor, contempló la luna, cuya claridad le daba al lago un aire sombrío. ¿Tanto era su dolor? Cuando los sonidos de la noche estaban en su máxima expresión, se despojó de su ropa y comenzó danzar frente al lago. Sus movimientos fueron manifestaciones de su alma, hubo un momento en que sólo escuchó el ritmo de su corazón y su cuerpo respondió a esa cadencia visceral para integrarse a la armonía del universo, tal como lo había aprendido en antiguos libros. Lymna seguía indiferente en su esencia, nada la conmovía y nada la hacía salir de su letargo espectral. Taylor acompañó su danza con gritos primarios arrancados de las partes más recónditas de su humanidad. En la plenitud de su éxtasis comenzó a caer, sin violencia, un fino, suave e incesante aguacero. Era una especie de lluvia de oro que sólo caía en el perímetro del lago. Esas lágrimas celestes aturdieron su superficie llevándolo a dislocar su forma de estar en el mundo. Su centro hirvió con desesperación. El líquido oscuro y contaminado fue desplazado por el de la lluvia, siendo absorbido por la tierra para purificarlo y enviarlo a los ríos o al reino de los mares. Llovió toda la noche.

        Lymna, apenas percibió el calor del sol, sintió que había renacido, que era otra y que dentro de sus entrañas había una eclosión de primaveras, las cuales hacía mucho tiempo había dado por marchitas, casi muertas. El mal olor de sus aguas había desaparecido, volvió a recuperar sus antiguos márgenes, su líquido oscuro y encallecido ya no estaba, ahora era transparente y puro. Había llegado nuevamente la alegría a su existencia y un nuevo horizonte se vislumbraba en su ser. Taylor yacía flotando boca arriba, con los brazos extendidos, en la superficie del lago. Estaba exhausto. Con breves ondulaciones Lymna lo meció y se estremeció al saber que Taylor había logrado despertarla de su letargo crónico, lo hundió en sus profundidades, allí lo envolvió en  limos azules; entonces, Lymna lo abrazó con sus aguas purificadas y lo incorporó a su esencia. Entró en éxtasis y en su embriaguez contempló los colores que se despliegan en los amaneceres del universo. Nunca antes se había sentido así, todas esas sensaciones eran diferentes y le hacían pensar en un mañana sin las humillaciones a las que la había acostumbrado Gordon. Con lentitud amorosa le quitó el limo que cubría el cuerpo de Taylor, con suaves olas lo devolvió a la superficie y lo llevó a la orilla; éste, al despertar, tuvo la sensación de haber regresado de una travesía por una región remota; se levantó y vio con satisfacción que el lago había renacido en todo el sentido de la palabra. La danza a la luz de la luna, sus gritos primarios y la lluvia del cielo, habían hecho el prodigio; pero de inmediato pensó que el verdadero milagro no era haber logrado el renacer del lago, sino que se mantuviera así hasta el final de su tiempo. Ese era el trabajo más arduo, que necesitaba una dosis extra de inteligencia y paciencia; por hoy, iría a descansar. Camino hacia su tienda, se encontró con su vecino, se saludaron con una tenue cordialidad y palabras casi ininteligibles. Gordon le dijo en voz baja que podría revolcarse en el lago, que no le importaba, que no sentía celos; pero que el lago seguía siendo de él. Taylor no respondió porque en el corazón del lago había sembrado la verdadera semilla del amor.

        Al final de la tarde, Taylor volvió al lago, éste estaba tranquilo, sus aguas en la superficie se veían brillantes, llenas de vida. Lymna al notar su presencia lanzó chorros de aguas hacia arriba y hacia los lados, pero ya no con el desbocamiento juvenil de otra época, sino con el acompasado ritmo que da la experiencia de los que han sufrido. Ahora su espectáculo era un canto de vida y esperanza, una canción de primavera en otoño. Lymna se sintió dichosa con Taylor. En el transcurso de su homenaje a éste, se acordó de Gordon, se revolvió furiosa en su elemento, luego regresó a su antigua quietud de hielo. Años de una coexistencia, motivada por una complicidad temeraria, no podían olvidarse así nada más. Su nuevo hombre lo sabía, caminó hacia la selva y como dos horas después volvió con polvos de metales preciosos, esencias de flores y otros elementos difíciles de clasificar. Con la delicadeza de los que saben lo que están haciendo, los espolvoreó en el lago y de su boca salieron salmos de alabanza y gloria. Lymna observó lo que Taylor hizo y le pareció ridículo. Elevó la temperatura de sus aguas hasta el extremo de emanar humo, pero ahora este humo tenía fragancias agradables a los sentidos. Taylor comprendió que debía alejarse del lago en ese instante. Ya en su tienda, vio a Gordon dirigirse al lugar que él acababa de dejar…

        Frente al lago, con las manos en los bolsillos, Gordon, comenzó a susurrar como una serpiente Mi lago mi laguito quiero ver otros cuerpos en tus aguas en tus orillas para que disfrutemos una vez más nuestros encuentros con otros que tanto nos hicieron felices… confía en mi… vamos hacerlo de nuevo. Lymna se revolvió inquieta, recordó los primero años al lado de él, cuando apenas era una lágrima virgen creada por la gracia del Dios; cuando dejó sus incipientes abriles estaba ávida de crecer, soñar y amar, la impresión que le causó cuando lo conoció, luego aquellas insistencias en departir y compartir de manera íntima con gente conocida y desconocida también, la lenta metamorfosis interior que había experimentado a lo largo de los años, la decadencia de sus aguas, de sus riberas, la ausencias de los animales del bosque que venían a calmar su sed en su agua dulce, el lodo que había nacido en su costa, como un cáncer, originado por los desmanes que habían cometido los invitados escogidos por él, el limo de su fondo casi podrido por la acumulación de desechos tóxicos, la amputación de la cual fue objeto, los peces que se fueron muriendo en la medida que sus aguas se volvían oscuras, el hedor fétido que emanaba de sus entrañas por la descomposición de su entorno, los momentos de felicidad al lado de él, pero ¿a costa de qué? ¿Cuál fue el precio? Y ahora… Taylor que me cuida, que me ha purificado, que me dio una nueva posibilidad de vida, que me ha enseñado a renacer, apasionado, celoso de su integración con mi esencia, que me mantendrá limpia y no permitirá que nadie venga a contaminarme… Ah, él, que tiene ese no se qué que absorbe y hace estremecer mis aguas. En cuanto al hombre de mi vida, o mejor dicho al hombre con el que he estado gran parte de mi vida… No, no accederé jamás a sus demandas… ya no más ¡basta! Esperaré a que la naturaleza tome la palabra y el dios de las aguas me marque la pauta para seguir adelante en este meridiano de mi existencia.  

        En esa tarde londinense, cuando el Capitán Sir Richard Burton, contó esta historia, había un hombre que tosía de vez en cuando y en su rostro se le veían los estragos de una enfermedad pulmonar. Alguien le dijo Oye Stevenson ¿es verdad que mañana te marchas para California? El aludido era nada más y nada menos que el autor de El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde, no respondió, pero tomó aire para decir: Un amigo mío que conoció a Herman Melville, escuchó de boca de éste que en los Mares del Sur hay una historia semejante a la del lago, con la variante de que al final, el personaje parecido a Gordon, una mañana ya no pudo levantarse, su cuerpo era una masa pesada en lenta descomposición. Al parecer, los tormentos fueron cada días más insoportables; pasó cincuenta y dos días, con sus noches, en agonía atroz. La conducta destructiva de Gordon fue cobrada de manera despiadada por las leyes divinas. Durante las noches se le oía gritar pidiendo perdón. Un día amaneció muerto, en su rostro estaban las huellas de su sufrimiento. Un ermitaño de paso vio el cadáver y le prendió fuego, no lanzó las cenizas al lago, las dejó para que el viento las disolviera en el aire. Curiosamente, el personaje que podría ser Taylor, no aparece al final de esta variante del cuento oralizado por el Señor Burton. Una vez le conté esta historia a mi amigo Mark Twain, se quedó pensativo por un minuto, luego me dijo que probablemente el alma de Gordon había sido enviada al Segundo Círculo del Infierno de Dante. Minos, quizás, lo castigó a ser esclavo de los otros condenados.   

         

     

domingo, 21 de octubre de 2012

Ángel "La Muerte" (III Crónica)





Un incendio redujo a cenizas la biblioteca de Alejandría. Según dicen, allí estaba almacenado todo lo que se había escrito en la antigüedad. No es una hipérbole pensar que la filosofía, la literatura y la ciencia hubieran alcanzado desarrollos más tempranos y hoy estuviéramos viviendo una de las pesadillas que escribieron Huxley, Orwell o Wells. Con el tiempo, el hombre ha ido construyendo bibliotecas públicas y privadas respondiendo al arquetipo de ordenar al universo. Oscar Wilde en De Profundis, dice que la peor tragedia del hombre de letras es perder su biblioteca. Ray Brdbury nos señala en Fahrenheit 45 que en un mundo, no muy diferente al nuestro, existe un cuerpo de bomberos encargado de incinerar a los libros. Umberto Ecco, constructor de áridas teorías sobre el lenguaje, nos introduce en la Italia del siglo XVIII para hacernos vivir una fascinante historia de monjes, bibliotecas y asesinatos. Borges, el argentino genial extraviado en la metafísica, nos dejó para la posteridad La biblioteca de Babel. El poeta Eugenio Montejo, más cercano a nosotros y no menos genial, me contó una delirante historia sobre su experiencia en la biblioteca Folger’s Shakespeare. Tengo la sospecha que alguno de los autores que he citado ha dejado un vacío discursivo, un quiebre semántico, en alguna de sus anécdotas u obras sobre el afán de atesorar libros. En uno de esos intersticios ocurre la historia de Ángel “La Muerte”, un jovencito que no tuvo otra pasión que los libros.

El Apéndice a las Crónica de la Bahía, es un fragmento de la vida existencial de Ángel “La Muerte”. Es obvio que no pertenece a la escritura de la Maga Serveliana. Es una historia tardía que algún copista introdujo en el texto de las corónicas. Al comienzo imaginamos a este personaje en su actividad afiebrada de  coleccionar comics. Seguimos leyendo y nos enteramos que hubo un tiempo en que su madre le decía que tanto papel amontonado lo que atraía eran cucarachas, mordijullos, ciempiés y polillas. Llegó un momento en que sólo había espacio para la pequeña cama de metal donde dormía. Un día, Ángel “La Muerte” comenzó a sacar bolsas repletas de comics que fue apilando en el patio de la casa. Al anochecer, una fogata alzó sus dedos de fuego hacia las estrellas. Nuestro personaje había descubierto las novelitas de vaqueros, policiales y los tomos en sepia que ilustraban las andanzas de un fulano enmascarado de plata. Las praderas llenas de bandoleros del far west, las cantinas sórdidas y los duelos entre pistoleros fueron imágenes constantes en sus insomnios. Cansado de cabalgar con Rocky Lane, H’opalong Cassidy, Roy Rogeres, Geny Autry y Durango Kid; brincó al mundo de espías, agentes secretos, detectives y afines. Pronto se creyó un agente secreto liberando a inocentes y perversas mujeres de personajes siniestros, un investigador privado caminando ebrio por la bahía a las diez de la mañana. Luego derivó sus lecturas hacia otros ámbitos, desde el día en que Gilberto “El Rata” le regaló tres cajas llenas de las aventuras de un tal enmascarado de plata. Coleccionó revistas de fisioculturismo y las de lucha libre no se hicieron esperar. Una tarde de sordo rumor en la bahía, cortó un pedazo de lona a la que untó una sustancia gris que él creyó plateada cuando las estrellas aparecieron al caer la noche. ¡Señoras y Señores! Aquí está el único, el sin par defensor de los pobres y la justicia. Fanfarrias y aplausos, se imaginaba. Este sueño delirante duró hasta el día en que tirado en una cama con el cuerpo magullado, producto de una audacia imperecedera en las crónicas de la bahía, recordó la calurosa noche en que hubo una rebelión de peces en el mar. Cubierto el rostro con su máscara plateada salió en busca de una aventurilla que le hiciera ganar fama. Por una de esas calles solitarias de la bahía caminó envuelto en las sombras tropezándose a los pocos minutos con la guardia nocturna. Él creyó que al frente tenía a las plagas de Egipto, a los jinetes del Apocalipsis o cualquier otra simbología del mal que su imaginación le daba forma y contenido. Lo molieron a palo sin piedad. Afrontó con estoicismo el precio de su osadía. Pasó días y noches encerrado en su cuarto ordenando y desordenando su biblioteca de luchadores justicieros, pistoleros, agentes secretos y afines. Hizo ordenaciones a contracorriente. Una vez se le ocurrió ordenarla por argumentos, pero se dio cuenta que en el fondo eran los mismos, decidió hacerla por aproximaciones argumentales; entonces la biblioteca se vio como una progresión geométrica. Restablecida la salud se dedicó a registrar viejos armarios, baúles abandonados, maletas destrozadas buscando elementos que le hicieran aplacar la voracidad de su imaginación. Ángel “La Muerte” estaba seguro que había algo más. Los mundos posibles no estaban representados solo en historietas, novelitas de vaqueros, policíacas y aventuras de enmascarados.

Esa tarde el crepúsculo tiñó de sangre la laguna de Los Mártires. Ensimismado en sus pensamientos, Ángel “La Muerte” caminó por el puerto. En la plaza, como siempre, estaba el viejo marinero lanzando sus naipes en el banco de concreto. Siguió hacia el muelle. La balandra Isabel había llegado esa tarde. El centinela lo invitó a la embarcación. Hablaron de tierras remotas y burdeles fantásticos. En el camarote del centinela había una pequeña repisa y allí estaba un librito que contaba la cólera de un personaje amado y odiado por los dioses de una cultura remota. Casi con desgano lo pidió prestado. El marino dijo que no había problema, que podía quedárselo. Ya en su cuarto, Ángel “La Muerte” pasó la noche descubriendo aquel mundo de sacrificios, espadas y sangre. Al amanecer, la piromanía de Ángel “La Muerte” no tuvo límites; quemó cuanta novela de vaqueros y agentes secretos encontró a su paso. Los tomos del plateado enmascarado sufrieron las mismas consecuencias. Su visión de mundo había cambiado de manera profunda y radical.

La venta de libros era escasa en la bahía, pero Ángel “La Muerte” saqueó la pequeña biblioteca de la escuela. Indagó quienes tenían libros en sus casas y luego se las ingenió para pedirlos prestados. Los que cayeron en su poder nunca los devolvió. Pronto tuvo una biblioteca nutrida de novelas (sobre todo de aventuras), también tenía unos tres libros de poesía en donde sobresalía las rimas de un poeta sevillano, una obra que contaba la historia de un fantasma que le pedía venganza a su hijo, un libro de lecciones básicas de filosofía, biografías fantásticas de personajes desconocidos y otros inclasificables. Se podría decir que Ángel “La Muerte” había sido expulsado del paraíso y había entrado al reino de mundos posibles. Su conducta se volvió sospechosa, los  vecinos empezaron a notar que Ángel “La Muerte” estaba manejando un discurso que no atinaban a comprender en su totalidad. Sin darse cuenta, nuestro personaje comenzó a estudiar lenguas vivas y muertas. Cuando pudo manejar frases largas las intercalaba de manera cruel en las conversaciones que tenía con sus ocasionales amigos o con cualquiera que se atreviera a cruzar palabras con él. Una noche, al regresar a su casa, encontró una nota mediante la cual se le pedía devolver un libro. No le hizo caso a la solicitud y rompió el papelito. Las notas se hicieron constantes hasta que llegó el momento de verse acosado con amenazas de denuncias ante la prefectura. Ángel “La Muerte” pensó que tenía que urdir un plan con urgencia, ya que no estaba dispuesto a perder la biblioteca que tanto esfuerzo le había costado construir. A veces, lo dominaba el fetichismo. Sentado frente a la biblioteca contemplaba con verdadero deleite los libros, luego detallaba un título, el autor, el argumento o la idea desarrollada en el texto. En sus turbulentas noches de insomnio, pasaba sus manos por los lomos de los libros como si estuviera acariciando el cuerpo desnudo de una mujer. Imaginó construir laberintos de pasadizos subterráneos y poblarlos de libros. Que el vientre de la tierra fuera una infinita red textual. Chorros de palabras saldrían de esas entrañas para inundar al planeta y formar el ojo gigantesco de Dios. Enfocó su atención en buscar la forma de callar las voces que le pedían devolver los libros.

Cierta mañana, dos días después de haber asistido a una cita policial en la prefectura, un rumor de voces lo distrajo de su lectura matinal. Su madre le dijo “Hay gente en la puerta que pregunta por ti.” El temor lo paralizó por momentos, respiró hondo. Fue al encuentro de la turba que reclamaba su presencia. Apenas abrió la puerta, lanzó dos frases arcaicas. “Vade retro Satanás. Noli me tangere.” Las personas retrocedieron un paso, el asombro estaba reflejado en sus caras. Ángel “La Muerte” prometió devolver los libros, pero solicitó tiempo para realizar lo ofrecido. La gente se marchó convencida de que el jovencito cumpliría su palabra. Mientras tanto, él se encerró en su biblioteca-dormitorio; allí caviló sobre la situación. La plebe no comprendía que el lugar natural de los libros eran las bibliotecas. ¿Qué hacen ellos con un solo libro rodando por la sala, las habitaciones y las mesitas de noche? ¡Una biblioteca entera fragmentada en la bahía! Nada, el orden del universo se quedaba allí, encerrado en su cuarto. Una idea que él consideró magistral tomó consistencia en su pensamiento. Esperó el anochecer. Esta vez su arrojo no tuvo límites. Sacó debajo del colchón de su cama la vieja máscara plateada, cortó la sábana, de antigua blancura, para hacerse una capa. Evadiendo las tenues luces de la bahía, se deslizó por los recovecos de las calles hasta llegar al muelle. Oteó hacia la penumbra de la balandra Isabel. Un negro chirrete salió de la boca desdentada del centinela. Ángel “La Muerte”  de un salto subió al barco. Con uno de los mecates que había en la proa estranguló al marino, lanzó el cadáver al fondo de la bodega. Pezluna en el cielomar. La bahía estaba en silencio, los habitantes dormían y soñaban con el Señor de los Gatos. Las crónicas de la bahía no señalan, no precisan cuantos viajes hizo esa noche Ángel “La Muerte” de su casa al muelle cargando fardos de libros. Lo que sí indican es lo que dijo el viejo marino que echaba las cartas en el banco de concreto. “Esa madrugadita, yo venía de jugar una partidita de truco en el bar de Vicente “El Tuerto” cuando vi a la balandra Isabel que se alejaba del muelle; luego, todo fue una inmensa llamarada.  

domingo, 14 de octubre de 2012

Equívoco en luna llena (II crónica)



¿Desde cuándo empezaron a llamarlo por ese nombre que lo emparentaba con uno de los más antiguos mitos de la noche y el horror? No lograba precisar una fecha, pero comenzó a recordar los posibles detalles que le originaron la angustia que en estos momentos estaba sufriendo. Tal vez sea por mi extrema flacura, pensó. Su alimentación era un alarde de rigor, pues consumía pequeñas raciones de pescado, vegetales y frutas. En cierta ocasión escuchó a su espalda que comía roedores y culebras. El vulgo tenía la lujuriosa obsesión de tejer fantasías en torno a las costumbres de los hombres solos. Hurgó con desesperación en su recuerdo buscando una hora feliz o un segundo revelador. En su memoria sólo encontró fragmentos de lecturas de Calmet, Stoker, Walpole, Maturin y otros. Recordó unas líneas de una frase que casi es un lugar común: Hay que buscar en la cotidianidad la razón de los hechos misteriosos. Quizás los elementos estaban frente a sus ojos y no podía verlos. Dio marcha atrás en el tiempo. Hizo una descarnada síntesis de sus fugaces incursiones en el puerto. Acaso los bahianos pensaban que no era normal dormir en el día y despertarse en ese momento que los árabes han llamado crepúsculo de la paloma. Se sentía incómodo bajo el sol, solía murmurar que su piel era demasiado sensible para los rayos solares y el día se le antojaba necio, chapucero y mostrenco; en cambio, durante la noche... ¿No es más perfecta la medianoche? Admiraba a las estrellas, amaba a la luna, se extasiaba imaginando al mar como una gelatina negra. ¿Había algo de raro en todo esto?, se preguntó. Un ligero temblor recorrió su cuerpo. Como un fogonazo le vino a su pensamiento el momento en que escuchó el nombre por el cual ahora lo llamaban. Probablemente ya tenían tiempo nombrándolo así, en sus sueños y murmuraciones. Nunca imaginó que ese hecho fuera alterar su descansada vida. Cuando algunos insomnes lo veían caminar por la calle principal del puerto, se santiguaban encomendando su alma a las fuerzas protectoras del más allá y cerraban presurosos sus ventanas. Hasta los perros aullaban al verlo pasar. Dicen que fue la noche del miércoles de ceniza, pero también pudo haber sido otra tan fantástica, como esa, cuando él llegó al bar de Vicente “El Tuerto”. El reloj de la iglesia marcó las once y cuarenta y cinco. En realidad, había pocas personas a esa hora en el local. Esa escasez de habituales fue más que suficiente para quedar bautizado con el nombre de un alado nocturno. Nadie en el bar pareció mover un párpado; sin embargo, la palidez se hizo presente con su magnifica carga de miedo en el rostro de cada uno de ellos. No tenía nada de extraordinario haberse presentado allí con una vieja y ordinaria capa de pirata para protegerse de la lluvia. Abrió los brazos en la penumbra del bar para sacudirse el agua. Todos gritaron al unísono:
“El Murciélago”
Él retrocedió asustado. Caminó atemorizado bajo la lluvia buscando un sitio donde guarecerse. Debajo de una ranchería, cerca del cementerio, aguardó a que acampara. Un porteño madrugador pasó cerca de allí y lo vio estirarse para alejar la pereza. Posteriormente, este hombre dijo que “El Murciélago” estaba acompañado de no sé cuantos espíritus escapados del infierno. De allí en adelante, su vida en el puerto fue un suplicio. Sus incursiones nocturnas a la bahía se hicieron cada vez más esporádicas, hasta el punto de no ir a pescar cuando su dieta le requería el consumo de pescado. A través de la única ventana de su pequeña casa de ladrillo, vio luces que avanzaban por la laguna de Los Mártires en dirección a su hogar. El lamento del viejo perro de la barraca le dio a la noche un aire de ultratumba. Aún estaba allí, contra su vieja costumbre, tendido en su cama. Negras amapolas sombreaban las cuencas de sus párpados cansados. Por la ventana penetró un poderoso rayo de luna llena. De pronto lo invadió un dolor tenue que lentamente fue aumentando en intensidad. Su cara estuvo a punto de estallar. Se revolcó furioso en el lecho. Sintió que sus colmillos crecían desmesuradamente. Como impulsado por una fuerza extraña, se levantó de la cama y corrió hacia la puerta y la abrió violentamente. Estaba en medio de un círculo de fuego. Chilló como una rata acorralada. Sus enormes colmillos destellaron rabiosamente con la luz de la luna. El círculo de fuego comenzó a moverse como una danza de la muerte. Miguel Straford, alias “El Murciélago”, saltó el círculo de fuego perdiéndose en el ojo ciego del tiempo. A lo lejos, el perro de la barraca volvió a quejarse acosado por ánimas en pena. Cuentan que al día siguiente Ramón Conoto, el pescador de las cosas terrestres, encontró a Miguel Straford flotando en el pozo San Pedro, obviamente, con una estaka atravesada, en el pecho.

sábado, 6 de octubre de 2012

El Caballero de la Garza Blanca (I crónica)


  
Una de las virtudes de las crónicas de la Maga Serveliana es que nos induce a evocar imágenes perdurables de la literatura y, hasta es posible, que alguna gastada metáfora, una sentencia marginal o un verbo descriptivo, que nos refiera a la cotidianidad, de repente adquieran una insospechada significación. Los lugares comunes están sedientos de nuevos significados. Sobre este punto, Mijaíl Bajtin observó que elementos de cultura pueden permanecer latentes durante un tiempo hasta que surjan condiciones favorables que permitan dar una interpretación a esos elementos de cultura. Raymond Williams, por su parte, habla de elementos de barbarie, los cuales son aspectos discursivos que van resemantizándose de acuerdo al campo cultural donde se mueven. Variantes semánticas. Todo es una inmensa red discursiva, ha dicho Foucault. No cabe duda que la Eneida proviene de ese diosario mítico que es la Ilíada. La Divina Comedia probablemente se origina a partir de imágenes que tienen sus raíces en el infierno popular y el tormento intelectual de la Edad Media (Jacq Le Goff en su libro El Nacimiento del Purgatorio analiza las ideas dominantes de ese entonces). Tal vez el caso más conocido de red discursiva sea el de El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de La Mancha, cuya lectura nos estimula a explorar la ficción arturiana y la búsqueda del Santo Grial. Para construir su Ulyses, Joyce adaptó algunos elementos estructurales de la Odisea, circunstancia analizada por W. York Tindall en su guía para leer a Joyce. El sonido y la furia nos presenta el caso de Quentin Compson, quien tiene un parentesco lejano con Hamlet. ¿Acaso no eran la Biblia y las obras de Shakespeare los libros que más leía Faulkner? La historia y el producto de la cultura parecen gritarnos que sólo hay variaciones y el intérprete de esa cultura solo puede estar, como dijo Broch en su Muerte de Virgilio, entre el silencio y la palabra

La séptima y última crónica de la Maga Serveliana, con sus lagunas discursivas, su estilo de arcipreste, nos demuestra este hecho y acaso no sea más que una relación superficial de una circunstancia frívola vivida por Horacio Salmerón. Lo que vivió este personaje es la simple variación de un discurso imposible de abarcar en su totalidad por la mente humana. Quizás la crónica de la Maga Serveliana no tenga valor estético, pero tiene su vínculo en un cuerpo literario complejo y delirante que le permitirá vivir por siempre en la memoria de la humanidad.

En las primeras cinco páginas, Serveliana nos informa del naufragio de la goleta Proteus, cuyos restos quedaron petrificados en la rima de una décima costera. Curiosamente, en el inventario que hace Serveliana de los objetos recuperados aparecen tres baúles, de los cuales dos fueron abiertos en acto público. El contenido “fue desolador”, confiesa Serveliana, libros con gruesas cubiertas de color negro y la marca de un sello real español. Estos libracos contenían un universo de edictos, leyes y normas para ser aplicadas a las nuevas colonias americanas. Los antiguos bahianos, en un rapto de rebeldía, hicieron una pira a orillas del mar. Dos páginas después, la Maga Serveliana, anota que en la bahía hubo una actividad irreal, casi desesperada, en la búsqueda del tercer baúl que había desaparecido de manera misteriosa. El discurso de Serveliana rompe abruptamente con la relación temporal. ¿Es una intención de anular físicamente el tiempo? Tal vez la temporalidad no sea más que el recuerdo de otra edad cuyo principio vaga en los espacios oscuros del inconsciente. Serveliana no informa sobre el origen y la cotidianidad de Horacio Salmerón, pero en el segundo párrafo de la página nueve nos presenta al personaje leyendo a hurtadillas, en parajes costeros, alejados de la curiosidad humana. Señala que Horacio Salmerón era flaco (suponemos que por mucho trasnocho y pobre alimentación) de “profundas cuencas orbitales y años impredecibles”, pero la acotación de su porte gallardo nos hace pensar que era ágil y respetado por la gente. Sorpresivamente, al voltear la página encontramos a Horacio Salmerón convertido en El Caballero de la Garza Blanca. A lo largo de la crónica la Maga Serveliana no lo aclara y llegamos a suponer que el tercer baúl llegó a manos de Horacio Salmerón y que su contenido le produjo una prodigiosa transformación.

Narra la Maga Serveliana que Horacio Salmerón pasaba galopando por la calle principal de la bahía con una jauría mordiendo los cascos de un viejo rumiante que en una oportunidad salvó de la sarna y la indiferencia de los hombres. Nuestra narradora no se detiene a explicar el asombro que seguramente prodigó la figura de Horacio Salmerón en lomo de su jamelgo: capa negra, vara de caña brava pulida y con la punta afilada (lanza en ristre acota la jerga de caballería). Según la Maga Serveliana, Horacio Salmerón mostró el producto de una imaginación viciosa, de hojalata labró un casco y del caparazón de una tortuga un escudo. Una nota al pie de la página once Serveliana anota que en la memoria popular Horacio Salmerón fue recordado como el jinete sin cabeza.

Trabajo un poco al borde de la locura precisar y hacer una relación de los detalles que aporta la Maga Serveliana, para describir las aventuras épicas de El Caballero de la Garza Blanca. Bástenos hacer una apretada síntesis de su última aventura. Un mediodía de octubre Horacio Salmerón recorrió la calle principal del puerto con un galope furioso que hizo “recordar antiguos tambores de batallas.” Se internó en la costa. La hojalata brilló en su cabeza. Su galope lo condujo a los lados de Pedregales. En la penumbra de la tarde se le vio venir con la lanza rota, el escudo destrozado, sin casco de hojalata, encorvado y sangrando por boca y nariz; el animal cabizbajo, cojeando, con huellas de arañazos profundos. Serveliana señala que un bahiano dijo que El Caballero de la Garza Blanca había sido derrotado por El Caballero de la Garza Negra. Que también hubo otras hipótesis sobre este acontecimiento, no nos debe caber la menor duda, porque en un breve apéndice la cronista recoge un comentario de la plebe en donde se señala que a Horacio Salmerón se le escuchó murmurar en su delirio  que “El Señor de los Gatos me derrotó con sus felinos.” Pero en una docena de páginas más adelante, la Maga Serveliana insiste que El Señor de los Gatos aún estaba en los predios del sueño, que eran signos de su pronto despertar el hecho de que se vieran gatos por doquier y que el Caballero de la Garza Negra no fue más que una alucinación de un marino ahogado en alcohol. 

domingo, 9 de septiembre de 2012

Ensayo sobre EXILIADOS de James Joyce



     A ti, por el espíritu que nos une...


Y pronto el amor se habrá de disipar / Cuando sobre nosotros vientos feroces soplen; / Más tú, mi querido amor, demasiado querido, / ¡Ay! ¿por qué me has de usar así?

 James Joyce, Música de Cámara, XXIX

 


La destrucción del amor



Deambulo por mi biblioteca, es un dejarme llevar por la aventura de fijarme al azar en un libro, para que me llame con su energía, haga centrar mi atención en su lomo, lo desnude con la mirada, abrir sus páginas, hundirme en su universo de palabras, imágenes y realidad. Tengo la necesidad de sentirme atrapado por la lectura, perderme en esa ficción del universo, que sus ideas me ayuden a comprender las circunstancias y el contexto histórico de mi devenir. La vida sería más difícil de comprender si no existieran los libros.  Doy pasos sin sentido y hago unos gestos, como si estuviera poseído por el espíritu de una danza que sólo el duende de la literatura conoce. Al cesar todo movimiento, estaba frente a los libros de James Joyce. Los miré con atención y recordé al poeta Alejandro Oliveros en sus clases sobre el Bardo de Avon, Foulkner y Joyce. Tenía  ante mis ojos los cuentos agrupados bajo el título de Dublineses (1914) [2000], versionados al español por Guillermo Cabrera-Infante, el memorable autor de Tres tristes tigres; la obra de teatro Exiliados (1914) [1981], el Retrato del artista adolescente (1916) [1995], traducida por Dámaso Alonso; Ulises (1922) [1995] vertida al español nada menos que por José María Valverde; Escritos críticos (1959) [1975] y Poesías Completas (1987). Faltan Finnegans Wake, Giacomo Joyce, Stephen Héroe y un volumen de sus cartas.
En el mismo tramo hay varios títulos dedicados al estudio y comprensión de la vida y escritos de Joyce: Conocer Joyce y su obra (1978), de José María Valverde; Guía para la lectura de James Joyce (1969), de William York Tindall; Joyce (2001), de Edna O´Brien; Las poéticas de Joyce (1993), de Umberto Eco; James Joyce, de Richard Ellmann (2002). Pensar en la cantidad de libros escritos en alemán, español, francés, inglés e italiano sobre Joyce y su obra, me produce la sensación de ser un ente de papel presto a perderme en ese laberinto de páginas. Me sucede igual con Borges, Cervantes, Dante, Kafka, Proust y Shakespeare.
Leí Exiliados con lentitud, como si estuviera tomándome una copa de oporto. Su argumento gira en torno a las pulsiones de placer y destrucción de los personajes. Cuando cerré el libro reflexioné sobre el significado de las acciones; no tardé en notar vacíos discursivos, los cuales eran necesarios imaginar sus contenidos. El discurso es una arena movediza en donde el lector tiene que sumergirse para sondear su más profundo campo semántico y emerger con nuevos elementos de significados para enriquecer la lectura. Decidí escribir sobre mi lectura porque sentía en mí mente una lluvia incesante de ideas sobre Exiliados porque en mi mente comenzaron a emerger ideas relacionadas con la conducta de los personajes. Una mirada oblicua es lo que puedo ofrecer en los márgenes de esta obra de Joyce.
James Augustin Joyce fue un irlandés nacido el dos de febrero de 1882 en la localidad de Rathgar, Dublín, una vez obtenido su título de Bachelor of Arts viajó al exterior. Vivió en Roma, Trieste, Zurich y también en París donde pretendió estudiar medicina; desde entonces, sus visitas a Irlanda fueron esporádicas. La vida de Joyce se volvió desesperante, dramática, por dos motivos fundamentales: la carencia de dinero que le impedía dedicarse por completo a su arte y una compañera, Nora Barnacle, de la cual alguien llegó a decir que era Una de esas mujeres que un hombre ama para siempre y espera poder, un día, estrangular. Ella lo dominaba en el plano sexual, pero socialmente era un lastre. Exiliados fue comenzada en 1914, terminada en 1915, publicada en 1918 y estrenada ese mismo año en Munich, gracias a las diligencias realizadas por el escritor austríaco Stefan Zweig. Su puesta en escena fue un fracaso de taquilla y crítica. Harold Pinter (Premio Nobel de Literatura 2005) la estrenó en Londres en 1970, convirtiéndose en un éxito. Muchas veces las obras literarias pasan desapercibidas en la época cuando se dan a conocer al público y habría que esperar un contexto cultural más favorable para reconocer sus logros estéticos, formales o espirituales (Bajtín, 1989). En cierta medida esto le sucedió a Exiliados. Una vez divulgadas en forma general las teorías psicoanalíticas, el conocimiento público de las investigaciones sobre la liberación sexual y las teorías de las nuevas tendencias de las conductas íntimas como los intercambios de parejas o swingers, poliamor, triolismo, BDSM (Bondage, Disciplina y Dominación, Sumisión y Sadismo, Masoquismo) y otras; ciertas obras literarias y cinematográficas adquirieron nuevas connotaciones interpretativas. En mi opinión,  es el caso de Exiliados. Para comprender las conductas de los protagonistas de esta obra, los cuales se mueven con sus pulsiones y cargas emotivas, a lo largo de ciento sesenta y seis páginas, son necesarias estas herramientas teóricas. Leída, desde esta perspectiva, Exiliados es perturbadora. El poeta, ensayista y traductor Ezra Pound la calificó como peligrosa e imperturbable, Exiliados es una de las obras más difíciles de Joyce y también la más penosa (York Tindall, 1969: 137).
Exiliados es una obra de teatro estructurada en tres actos, la crítica la ha calificado de comedia, no por estar llena de humor o tener un final feliz, si no porque en ella los personajes se ven enfrentados a las vicisitudes de la vida, a sus relaciones interpersonales, a sus conflictos emocionales y sentimentales. Si la comedia es una rama del género dramático, entonces el calificativo de comedia a Exiliados encaja bien. Las escenas son cuadros ubicados en Merrion y Ranelagh; el primero es un suburbio ubicado al sureste de Dublín y, el segundo, es una localidad situada un poco más al centro de la capital. Los personajes son Richard Rowan (escritor), Bertha (mujer de éste), Robert Hand (periodista) Beatrice Justice (profesora de piano), Archie (hijo de Richard y Bertha), Brigid (criada de la familia Rowan) y una vendedora de pescado a quien se le oye vocear su mercancía por el camino. Los dos hombres tienen nombres con la misma letra inicial (Richard y Robert), los de las tres mujeres comienzan con igual letra (Bertha, Beatrice, Brigid). ¿En el nombre de Robert no está en cierta manera el nombre de Bertha y viceversa? Quizás esta sea la forma de simbolizar el cruce de relaciones establecidas entre ellos. El autor no le dio un apellido a Bertha y sí se lo dio a Beatrice. ¿Por qué? Ni siquiera está casada con Richard para portar el de éste, a pesar de ser llamada en algún momento “señora Rowan”. La criada carece de apellido. Si alguien no lo tiene, esa carencia le da un carácter ordinario, inferior, despreciativo, en relación a otros que sí lo poseen. El apellido le otorga distinción a la persona, la diferencia de las demás y le da una pertenencia a un linaje; el no tenerlo o no usarlo, podría interpretarse como romper con su genealogía familiar. Esa ausencia pareciera darnos el significado de ser un objeto común de la realidad, sin atributos propios. En base a lo dicho, podemos deducir que Bertha rompió con su ascendencia familiar, o tal vez en su nombre sin apellido subyace la idea de ser algo sin valor como ser humano.
En el Acto Primero vemos a Beatrice llegar a casa de los Rowan, pues Archie es su alumno de piano. A través del diálogo, nos enteramos sobre las conversaciones privadas sostenidas por Beatrice y Richard antes de su primera aparición en escena. ¿Qué clase de conversaciones? Al parecer, Richard ha escrito sobre ella, pero ésta no se atreve a pedirle el manuscrito para leer lo que allí se dice sobre su persona. ¿Cuál es su miedo? A lo largo del discurso de la obra no se dice nada sobre esto; entonces nosotros, como lectores, tenemos el derecho a conjeturar e intuir lo no expresado en el discurso e imaginar una posibilidad de los hechos; en este sentido,  (…), no hay conocimiento verdadero más que por intuición, es decir, por un acto singular de la inteligencia pura y atenta, y por la deducción que liga entre sí las evidencias (Foucault, 1976: 59). Al parecer, Beatrice teme ver el resto de los escritos de Richard porque en los anteriores ya había encontrado elementos de su mundo interior, vinculándola, no de forma intelectual como lo está con el escritor, si no sentimentalmente. Tenemos derecho de imaginar que llegó a sentirse identificada y reflejada en las acciones de algún personaje femenino, es decir, se vio desnuda en el papel. Sencillamente tenía miedo de saber que le habían escrutado el alma y se viera en la imperiosa necesidad de revelar la verdad de su corazón. Ese miedo no deja a los seres humanos a realizarse en el campo de sus emociones y sentimientos condenándolos a una brutal represión de sí mismo. A pesar de la relación intelectual entre ellos, Beatrice no tiene un rol importante en las aspiraciones literarias de Richard, su presencia en esta historia obedece a otro orden de ideas, el cual está conectado con la forma de Richard de concebir las relaciones entre hombre y mujer, dichas relaciones no estarían limitadas por la moral, la religión y las convicciones sociales. Richard busca llevar la conversación a un nivel de sinceridad que Beatrice no está dispuesta a seguir. Hay algo confuso en el corazón de ella, pues se siente turbada ante la presencia del escritor y desea marcharse; pero Richard le pide no huir y deponer el temor que le tiene; ella niega tenerle miedo, entonces él insiste en preguntarle si confía en él o si cree conocerlo. Ella contesta tímidamente Es difícil conocer a alguien salvo a uno mismo (p. 19), Richard argumentó que le enviaba desde Roma cartas y capítulos de la novela, en la cual estaba trabajando (…) durante largos años. Mejor dicho, durante ocho años (p. 20), como si este simple hecho bastara para conocerlo. Ante una evidencia tan íntima, como son las cartas, es natural que las personas reaccionen de esa manera, deseen escapar y prefieran no afrontar la realidad de sus sentimientos. Cuando Richard dice que en aquellos capítulos, cartas y en sus actos reflejaba algo que Beatrice (…) llevaba adentro y que por orgullo o desprecio no podía (p. 20) aceptar por falta de valor; y por tener el corazón lleno de orgullo y desprecio (p. 21); y de soledad, termina confesando Beatrice al mismo tiempo que se llevó la mano al rostro para ocultar, tal vez, alguna lágrima furtiva. En este momento es cuando nos enteramos que Beatrice y su primo Robert Hand, tuvieron una relación en el pasado; Richard lo sabe y aprovechó el la ocasión para preguntarle si todavía lo quería, ella respondió que no lo sabía. También se nos da a conocer otro dato importante de la historia: Robert y él eran grandes amigos hasta el punto de no tener secretos para Richard. Beatrice, ante esta vuelta al pasado y la vehemente declaración de él, reacciona con cierta timidez y se siente avasallada ante su personalidad y acoso verbal, en su defensa argumenta Lo que ocurrió entre nosotros… fue hace tanto tiempo… Yo era una criatura (p. 22). ¿Qué edad tenía Beatrice, en ese entonces, diecisiete, veinte? Richard no cree  en la explicación de Beatrice, de ser una criatura como ella dijo, pues había hecho con su primo un juramento con un beso en el jardín de la casa de su madre; evidencia banal porque un beso, en el inicio de la juventud, no es indicio de madurez.
Por la situación de Beatrice en el Acto Primero sabemos que la relación con su primo Robert se ha enfriado, sostiene que en él veía un pálido reflejo del escritor, ya desvanecido hace mucho tiempo. Richard nota en Beatrice una dura pesadumbre y se pregunta qué hay de trágico en su vida. Beatrice, por su parte, ha pensado en la posibilidad de ir a buscar la paz en un convento si en su religión hubiese tales sitios. Richard no dejó pasar la oportunidad para decirle Usted es incapaz de entregarse completa y libremente (p. 23) pues se había apartado de ambos. Beatrice respondió que entregarse uno mismo completa y libremente y ser feliz (p. 24), era complicado y difícil. La relación de Richard con Beatrice, aparte de la intelectual (¡ella fue su Musa durante ocho años!), ahora está ensombrecida por el orgullo y la cobardía de ella; mientras que él tiene su mundo interior fracturado y en Beatrice ve la posibilidad de rehacerlo. Sabe que la dicha intelectual no lo es todo en su vida y necesita el universo de los afectos, de las emociones y de la carne, que su mujer ya no puede ofrecerle o no desea que le dé. Su realidad interior necesita ese ansiado equilibrio entre la razón y los sentimientos, porque ni siquiera las satisfacciones como padre pueden atenuar esa discordancia de su existencia. Por otro lado, tenemos el derecho a preguntarnos si en realidad Richard ama a Beatrice. ¿Acaso la unión de los dos no será una especie de venganza contra Robert, o la respuesta a esa interrogante está en un nivel más bajo, en las profundidades de la parte más oscura de su ser? Imaginemos por un instante a Richard hacer vida en pareja con Beatrice, es muy probable que en la intimidad ella descubra a otro Richard, no al hombre maravilloso que le cautivó con su alarde de conocimientos y status social, el cual la protegería toda su vida de las adversidades del mundo, llenando esas carencias que las mujeres a menudo traen del hogar por haberse alimentado con leche amarga de una madre castradora y la carencia de un padre cariñoso, tierno y atento que le ayudaría a un equilibrado desarrollo emocional. Una vez pasado el  impacto infantil llamado “amor ciego”, que en el fondo no es más que “desamor” (Maslow, 1979), se niega a independizarse o volver al hogar de sus padres; por lo tanto se obstina en seguir vinculada a esa relación y, en aras de ese proyecto de vida construido en base a ilusiones y no con elementos reales, tiene dos o tres hijos; luego, por desencanto y hastío viene la inevitable separación. Pero Beatrice supo ver el oscuro futuro que le deparaba el destino o Dios (acaso sea lo mismo) en caso de acceder a las  pretensiones amorosas de Richard, su sentido práctico, su percepción de la situación y agudeza le permitió analizar su contexto y eligió el principio de la realidad y no el del placer. Que haya optado por la soledad no significa que en un tiempo, tal vez no muy lejano, pudiera establecer una relación más sólida y saludable. La conducta de Richard con Beatrice tiene más características de una conquista por vanidad que por amor, el rechazo de sus pretensiones amorosas lo prepara para un objetivo más sórdido y más deplorable.
Richard Rowan sufre otra variante dolorosa, pero no menos inquietante, en su realidad interior. Su madre ha muerto y sus amigos han dicho que ella lo llamó antes de morir y él se negó ir a su lado. Pero en verdad sufre, no por la soledad en que su madre murió, si no por la carta en donde lo invitaba a romper con el pasado, por el rechazo de ella hacia él, su mujer y  su hijo. Se queja amargamente por haber sido condenado por su madre a vivir años de exilio y pobreza, a tal punto de rechazar el dinero que le enviaba a través de su banco, limosna, según él. Atormentado por el desamor filial, esperó con amargura la comprensión de su madre a su propia carne y sangre, pero su progenitora falleció negándole todo perdón y dejándolo con un sentimiento de culpa, el cual lo estaba consumiendo. La culpa, esos demonios de la mente que castiguen a las personas por no haber podido superar una pérdida afectiva o la desaparición física de un familiar querido. La culpa tiene su génesis en lo social y es un mecanismo aprendido e incrustado en la conciencia del ser humano (Castilla del Pino, 1974). Nuestro personaje parece haber adquirido ese dispositivo en su relación con su madre. 
Richard, en el furor de su trauma materno, pronuncia palabras duras e intensas, Beatrice le preguntó si no le había conmovido el fallecimiento de su madre. Expresó que más bien había aguardado su fin, casi anhelante. Beatrice, horrorizada, dijo no poder creer lo que decía, mientras él articulaba estas contundentes palabras llenas de resentimiento y culpa.
RICHARD (Con ferocidad) ¿Cómo pueden herir mis palabras ese pobre cuerpo que se pudre en su tumba? ¿Cree que no siento piedad por el amor frío y estéril que me tuvo? Luché hasta el final contra su espíritu. (P. 26)
Las teorías psicoanalíticas, en forma unánime, destacan la importancia de la relación armónica entre madre-hijo(a). Este es un factor primordial para que el niño(a) tenga un desarrollo emocional equilibrado, bástenos citar algunos ejemplos sencillos para tener una idea de lo trascendental de este aspecto en la vida humana. Si Richard, cuando niño, luchó con una sensación de desamparo e impotencia ante su madre, su mente tendería a buscar una recompensa; en tal sentido, dicha (…) mente compensará este insulto a su ego con una imagen de futuro en la que se sienta poderoso y dominante (Lowen, 1995: 18). ¿Cuál es la impresión que nos da Richard en las primeras páginas de la obra? ¿Acaso no es la de un hombre avasallante y controlador? Por otro lado tenemos que,  
La relación con la madre es lo más importante en la vida de una persona; condiciona, más que cualquier otra cosa, el desarrollo de nuestra personalidad en época muy temprana, afectando, por ejemplo, en gran medida, a lo que será nuestra visión optimista o pesimista de la vida y de nosotros mismos. (Bettelheim, 1978: 307)
Cuando esta relación tiene categoría de complejo, los efectos típicos sobre el hijo
(…) son la homosexualidad y el donjuanismo, y en ocasiones también la impotencia. En la homosexualidad y el componente heterosexual se adhieren en forma inconsciente a la madre, en el donjuanismo se busca inconscientemente a la madre “en todas las mujeres”. (Jung, 1997:78)
Entonces tenemos poderío y dominio (Lowen), visión optimista o pesimista de la vida (Bettelheim), homosexualidad y donjuanismo (Jung); son, entre otros, las secuelas dejadas por una distorsionada relación entre madre–hijo(a). En Richard Rowen hemos notado una conducta manifiesta de sentirse poderoso y dominante, su visión de la vida es pesimista y su tendencia homosexual la veremos más adelante cuando nos toque disertar sobre su relación con Robert Hand. Beatrice intuye algo siniestro en la mente de Richard que lo obligó a hablar de la manera como lo hizo y,  desde los tres meses de su arribo a Dublín, lo ha transformado. Me atrevo a señalar que ese cambio sufrido por Richard se debe a esa vuelta al pasado, al deseo imperioso de cerrar sus círculos dolorosos de una vez para siempre, porque los elementos que constituyen esos círculos, regresan furiosos, una y otra vez, quemándole la conciencia con su carga de culpa. Observamos que no solo la muerte de su madre, sino también el fallecimiento de su padre pesan sobre su conciencia, recordó el aciago momento: fue el día en que asistió a la ópera para ver y oír Carmen. Pushkin, Mérimée y Bizet se habían conjurado para crear esta historia de amor rebelde y salvaje que tan duro recuerdo había dejado en su vida. Al volver a casa encontró a su padre sin vida, lo recordaba con tal cariño que hasta un dibujo de él tenía colgado en la pared.
Poco a poco vamos descubriendo que las relaciones entre los personajes son más íntimas y complejas de lo estimado al principio. Robert le regló un ramo de rosas a Bertha y tiene una escena amorosa con ella y, como corolario, le propone que vaya a verlo a su casa, le anotó la dirección en un papel y se la dio. Cuando Richard salió y regresó a su casa se encontró con Bertha y Robert. Ella los dejó solos y comenzó el diálogo entre estos dos personajes. Por medio del periodista sabemos que Richard prácticamente sedujo a Bertha, No era más que una niña. Aceptó todo lo que tú le propusiste. (p. 52) ¿Cuál era la diferencia de edad entre Bertha y Richard? Richard dio la respuesta que todo hombre protervo da cuando se le recuerda ese detalle de su relación con su pareja, (…) aposté por ella y gané (ídem). Es la afirmación de un ludópata, ese trastorno de la personalidad que se caracteriza por no poder controlar sus impulsos. La literatura psicoanalítica dice que los ludópatas tienen bajas de serotonina y, cuando esto sucede, pierden la capacidad de juzgar las consecuencias de sus acciones, perdiendo todo control de sí mismo, actuando de manera impulsiva y contraproducente, tornándose, en consecuencia, incapaces de escoger la opinión más convincente.
En la conversación recordaron sus noches que el lector sin dificultad infiere fueron verdaderas ingestas de alcohol, mujeres y planes futuros. Robert se vale del instante para invitarlo a las antiguas correrías, para revivir los viejos tiempos. Robert hace hincapié en que la casa, antes propiedad de Richard y ahora de Robert, no sólo fue un lugar de purgas, sino que allí cometieron todos sus pecados, aderezados, como él mismo lo dice, con bebidas y blasfemias. Richard, por su parte expresa bebidas y lujurias.
En el transcurso de este diálogo, con acentos de confidencias, tocaron el tema de las mujeres. Robert confiesa no tener remordimientos por ellas y, de paso, declara su gusto por besar. Aquí Robert demuestra que una parte significativa de su personalidad está muy marcada por la oralidad, unas de las etapas estudiadas por Freud en los niños (las otras son anal, fálica o genital), la cual caracterizó como la primera etapa de la libido, el placer ligado a la boca y los labios. En el adulto esta oralidad, no superada, se convierte en una fijación, la cual conduce a querer devorar cualidades de la persona objeto de su atención. En este sentido, podríamos decir que Robert desea “tragar” cualidades de Richard y la vía más expedita para hacerlo es la homosexualidad. En este derroche de revelación tiene la misteriosa dulzura de preguntar ¿Qué es una mujer? La respuesta que el autor pone en boca de este personaje es de antología: Una obra de la naturaleza, como una piedra, como una flor o como un pájaro. El beso es un acto de homenaje. (p. 54) Richard opinó que el beso Es un acto de unión entre un hombre y una mujer. Desde aquí, el diálogo gira en torno a otros tópicos. Robert le habló sobre la invitación a cenar en casa del vicerrector esa misma noche, conversaron sobre estatuas. Robert fumó un puro y trataron el tema del futuro irlandés. Ante la pregunta de Richard de que si Robert es su amigo, éste le habló sobre su lucha para que él se reintegrara a la comunidad de Marrion. En esta parte del diálogo, creo que Richard sospechó que Robert no le era sincero cuando hablaron de la fe del discípulo en el maestro y de la fe más extraña, la del maestro en el discípulo que lo traicionará. La referencia bíblica de este pasaje es más que evidente.
Una vez que Robert se hubo marchado, entra el niño Archie, le pide a su padre que lo deje montar el caballo del lechero, accede a la petición de su  hijo, quien después sale de escena. Entró Bertha, Richard se la quedó mirando, no a los ojos, porque ella estaba absorta en sus pensamientos. El diálogo que se suscitó entre los dos le da un giro más intenso a la situación que se vive en esta historia de incertidumbres y relaciones retorcidas.
La forma como Richard interrogó a su mujer es brutal. Esa pequeña locución interrogativa ¿Y bien? (p. 63) denota dominio, subyugación y   oscuridad en los sentimientos de Richard. El asunto no es que Bertha le hable sobre su encuentro con Robert y haber accedió a los requerimientos “amorosos” de éste; sino que, en forma obsesiva, quiere saber el más mínimo detalle de lo sucedido. Pero también llama la atención la forma fría y, si se quiere, descarnada en que Bertha da sus respuestas. Quizás para entenderla mejor sea necesario no olvidar un detalle diferencial entre ellos: Bertha tiene menos experiencia de vida que su marido y, de una forma u otra, incorporó a su personalidad giros dialectales, actitudes, visión de la vida, gestos corporales, etc. de él. Nueve años haciendo vida marital con una persona no pasan en vano. Ella sospecha que a él le importa lo sucedido con Robert y finge no afectarle. Aquí la pregunta surge sola, producto de los pequeños pormenores de conductas y reacciones que los personajes muestran en sus diálogos. ¿El encuentro de Bertha con Robert fue planeado de antemano por Richard? Cabe sospechar que Bertha, al darse cuenta de ser objeto de requerimiento amoroso por parte de Robert, se lo comentó a su marido y, éste, en vez de tener una conversación civilizada con su amigo para hacerle desistir de su interés para con su mujer, opta por ordenarle a Bertha que le siga la corriente. El diálogo entre los dos se torna intenso, turbador, de un sadomasoquismo que sólo un hombre de oscuros impulsos puede tener en grado absoluto. Cuando Richard pregunta por los detalles del encuentro, es como si disfrutara de una especie de tortura o de un morbo que nos conduce a pensar que en el personaje existe una forma depravada de los afectos. Sólo imaginar a la mujer que amamos en brazos de otro y quedarnos disfrutando ese cuadro mental ya es indicativo de que algo anti natural está pasando en nuestra psiquis; verla ya es la exacerbación y la aniquilación de nuestros sentimientos nobles hacia la mujer amada. Aquí tengo que considerar dos cosas. Si la palabra voyeurismo (mirón en francés) designa a alguien que mira a personas desnudas o teniendo actividad sexual para conseguir una excitación, entonces la persona que oye hablar sobre sexo para tener su excitación sufre de ecouterismo (oír en francés es écouter). La otra consideración es el recuerdo que me viene a la memoria de una escena de la obra Troilo y Creseida, de Shakespeare, en donde Ulises obliga a Troilo a ver a su amante Creseida tener sexo con otro hombre llamado Diomedes. A esta conducta sexual los psicoanalistas la han llamado triolismo, el cual consiste en el impulso de la psiquis de una persona de tener o realizar actos sexuales con varios compañeros a la vez, o bien en presencia de dos o más personas. El acto sexual realizado entre tres personas puede combinarse con variantes: homosexualidad y bisexualidad. Existe la hipótesis de que la palabra se origine del francés, por cuanto en esa lengua hay la expresión ménage á trois (casa de tres) que implica una relación amorosa entre tres. En el triolismo, la persona logra placer al verse a sí mismo incluido en una relación sexual en vivo, mirando fotos o videos. De igual manera, también puede alcanzar gratificación sexual al contemplar a otros en actividades de sexo. En otra forma de esta parafilia, el sujeto consigue placer al observar a su pareja tener sexo con un tercero. Cuando una pareja es estimulada para que presencie a otra pareja en una relación sexual también se llama triolismo. Una variante del triolismo es el candaulismo, aquí el sujeto tiene placer mirando a su pareja mostrarse desnuda o realizar actividad sexual con otra persona. Explicar de donde proviene esta forma de triolismo me llevaría varias páginas que pudieran hacer desviar al lector de nuestro tema principal. Bástenos decir que Herodoto, en su libro Los nueve libros de la historia (1977) relata la tragedia de Candaules (Libro Primero, Clío).
Retomando la escena en donde Richard interrogó a su mujer, podemos deducir que Bertha siempre ha sido una marioneta sexual de su marido, quien la ha manejado a su antojo; el hecho de arrojarla en brazos de su “mejor amigo” (lo veremos de una forma más explícita en las páginas sucesivas) para que tenga sexo con ella, con él incluido, es una prueba de ello. ¿Acaso, no compartieron juntos orgías y lujurias en otro tiempo? ¿Por qué no hacerlo ahora con Bertha, el bien común?
Richard, reiteradamente, le dice a Bertha haberle dado la libertad absoluta; a mi entender, en el fondo es otra forma de sumisión. Los estudiosos del tema de la Libertad han llegado a la conclusión de que es un concepto muy abstracto. Para darnos una idea del asunto, hay tres concepciones filosóficas de la Libertad. La primera es la Libertad como autodeterminación, es decir, ausencia de condiciones y de límites. La segunda es la necesidad fundamentada en la autodeterminación pero derivada del Mundo, la Sustancia y el Estado a los cuales el individuo pertenece. La tercera considera a la Libertad limitada y condicionada, es decir finita (Abbagnano, 1985). Cualquiera discusión que se haga de la Libertad en el campo de la ciencia, la economía, la moral, la metafísica, la política, etc., está enmarcada dentro de las tres concepciones señaladas anteriormente.
Bertha como madre y compañera de Richard no ve la libertad tan sencilla, sospecha que su marido ha utilizado ese recurso como excusa para tener  con Beatrice una relación más abierta.
BERTHA. (Con tono de calma premeditada). Yo sé por qué me has concedido eso que llamas completa libertad.
RICHARD. ¿Por qué?
BERTHA. Para ser libre tú con… esa muchacha. (p. 72)                                                 
Durante este diálogo hay un detalle simbólico, el cual es necesario señalar. Cuando están hablando sobre la libertad y del amorío de Richard con Beatrice, éste arranca una rosa del ramo regalado por Robert a Bertha y la arroja a los pies de ella. Desde el punto de vista simbólico ¿qué significa este gesto? La rosa es símbolo del logro absoluto, del jardín de Eros, de mujer amada, de Venus. Deducimos que arrojada por un hombre a los pies de una mujer, podría significar dominio, logros a los cuales no se le dan las estimaciones espirituales inherentes a toda satisfacción sexual, un Eros al cual no se valora, una mujer por siempre encadenada a la voluntad de un hombre.  
Luego de algunas consideraciones sobre Beatrice, Bertha recoge la rosa y la vuelve a colocar en el florero. Con este detalle parece indicarnos una sólida fe en el amor y tomar conciencia de su valía como mujer. No es tan fácil que una mujer encadenada psicológicamente a un marido se quite la venda de los ojos (nueve años en este caso) de un tirón, creo que la obstinación de Bertha la llevará a no dejar a su pareja, primero lo verá morir antes de rendirse a las evidencias del fracaso de su relación. Este Acto finaliza cuando Brigid, la criada, avisa que el té está servido y Bertha y Richard se preguntan, uno al otro, sobre la decisión de ir a la cita con Robert. Ninguno de los dos quiere asumir una culpa que pudiera traer más consecuencias dolorosas a su relación de pareja.
En el Acto Segundo encontramos a Robert esperando la llegada de Bertha, pero quien aparece de manera sorpresiva es Richard. Robert, confuso ante una presencia con la cual no contaba, cae en el nerviosismo. En este momento de la representación escénica, hay un enfrentamiento entre los dos parecido a una discusión entre amantes. Robert  le preguntó por qué no avisó de su visita, luego habló sobre su transformación como artista y de estar “machacando” a Wagner, después recuerda la cita de Richard con el vicerrector, parece reprocharle como está vestido por cuanto le pregunta si va a ir a la cena con el mismo traje que lleva puesto, se preocupa por la hora, saca su reloj y ve: 8:20 de la tarde. Como se podrá observar, lo dicho por Robert de manera casi incoherente es producto de una tensión interna originada por el temor de la llegada de Bertha y consiga allí a su marido. Richard, frío e implacable le pregunta de golpe si tiene una cita. Robert elude la respuesta, ambos se sientan y ya con los nervios a punto de estallar, Robert se vuelve a preguntar sobre la hora, hace un gesto para sacar de nuevo el reloj pero se detiene diciendo sí ya son las 8:20. Entonces Richard le dice que su cita con el vicerrector era para la misma hora, Robert sigue aparentando no saber nada pero termina por preguntar quién se lo ha dicho. Richard sin titubear, le contesta que había sido la misma Bertha. Caen en un breve silencio, Robert desea contárselo todo. Richard revela Lo sé todo. Lo he sabido desde algún tiempo. (p. 83) Estas palabras son importante, pues nos conducen a deducir que no desconocía la relación entre su mujer y Robert y el diálogo sostenido anteriormente con su mujer, era tan solo para informarse de los detalles de un encuentro más. Robert intenta explicarse, hablar sinceramente pero Richard aspira saber (…) cuál es la palabra que siempre deseaste decirle, sin atreverte a hacerlo. Si es que puedes y quieres (ídem). En realidad, ¿cuál es la pretensión de Richard? Infiero que  son los detalles de la relación pero contados por Robert, ha estimulado y aceptado desde el inicio que Bertha tenga esa relación, mas no concibe la idea de ser traicionado por su “amigo” y le haya ocultado los hechos. Como respuesta, Robert dice admiro muchísimo la personalidad (ídem) de Bertha. Aquí viene el reproche de Richard: Entonces, ¿por qué deseabas mantener en secreto tus maniobras? (ídem) y complementa sus ansias fáusticas con estas palabras Tus avances, hacia ella, poco a poco, día tras día, miradas susurros (ídem). Como se podrá observar, aquí no hay celos por la compañera que ha sido conquistada por otro y cuando no hay celos es porque ella ha dejado de ser nuestro centro de deseo sexual. Los celos, tan distorsionados en su concepto es, entre otras cosas, una pasión que busca guardar y preservar a la mujer amada. Sentidos como un suave resplandor de sol en la mañana aviva el interés por la amada. Sentidos como un sol de verano al mediodía, conduce a conductas destructivas.
Los “celos normales” están presentes en todas las personas y, si no son evidentes, están reprimidos. Por otra parte existen los “celos buenos”: es el apego a quien nos interesa, a quien queremos, y no solo en los meses arrebatadores de enamoramiento, sino después de muchos años juntos. Yo no creo en las personas que dicen que no son celosas: amar quiere decir desear al amado/a esté junto a ti, y no que acabe en brazos de otro. (Pasini, 2005: 237)
En vez de celos, más bien notamos en Richard un resentimiento contra el “amigo” por no informarle sobre su relación con su mujer. Robert, ya descubierto, pregunta a Richard cómo se ha enterado de eso, éste contesta a medida que iba sucediendo. Robert no tiene otra alternativa que desnudar su corazón de una vez; en un arrebato de desconsuelo le dice a Richard que él lo odia por enamorar a su mujer. Richard, con una pasmosa tranquilidad, lo mira y le dice ¿He dicho que te odie? Sólo un hombre que ama a otro hombre, en esta circunstancia, puede decir eso. Él debería odiarlo, reconoce el mismo Robert. Si Bertha no le hubiera dicho nada, aclara Richard, sobre este asunto, de todas maneras lo hubiera sabido y señala si no se acordaba cuando llegó a su casa, en la tarde, de repente se había ido al estudio para dejarlo a solas con su mujer, por cuanto le dolió verlo a los ojos y También las rosas… Bertha es una persona entrenada por Richard para satisfacción de su parafilia. Cuando los sentimientos están anulados, la energía de la libido se desplaza hacia otros objetos para avivar el placer sexual. Uno de los mecanismos de compensación de la psiquis para estimular la manifestación del placer es la de consentir la relación con el “amigo” y, en caso extremo, inmolarla en los intercambios de pareja o swinger. Cuando sucede esto último, las personas se escudan en dos argumentos. El primero es que para llegar a eso hay que aprender a desarrollar un “sentimiento de desprendimiento” y una “enorme demostración de amor” hacia la pareja, complacerlo en “ciertas cosas” siempre y cuando a los dos les atraiga. El segundo es que en la cultura occidental nos hemos educado con la idea de que “tú me perteneces” en cuanto a relaciones de pareja se refiere. Estas dos proposiciones son fácilmente rebatibles. Hay un desprendimiento emocional que se hace cuando una persona se encuentra aferrada emocionalmente a conductas negativas o patológicas de alguien que la rodea y consiste en tomar distancia con respecto a ella, no significa dejar de amar, si no evitar que esas conductas negativas nos lastimen. La palabra desprendimiento tiene su espacio en la mística. Todos sabemos que la mística es el shock que produce el elemento numinoso en el ser humano, es decir, cuando el alma tiene un presentimiento de la presencia de Dios. Pero antes de llegar a esa etapa de contacto con la divinidad, se pasa por la ascética y a ella se llega por medio de ejercicios espirituales que a su vez consisten en purificar el alma, desprenderse del afecto a los placeres corporales y de los bienes terrenales. En cuanto a la “enorme demostración de amor” cualquier pasaje de los Evangelios puede darnos una demostración de ella, por ejemplo, Mateo 10,34.
Desde el ángulo que se mire, los intercambios de parejas o swinger son orgías; las cuales, en tiempos primitivos, eran socialmente aceptadas, pero una vez que las hordas salvajes fueron evolucionando hacia grupos societales más civilizados, producto del desarrollo de la cultura, esta práctica quedó relegada a lo más profundo del inconsciente; volver a caer en esa experiencia primitiva, lo que demuestra es que, dichos participantes requieren orientación de profesionales en la conducta humana, porque una cosa es tener una fantasía sexual y otra es realizarla en la realidad. Se ha dicho, que las personas involucradas en estas prácticas sexuales, cuando la cultura ha dejado atrás tales experiencias comunes, “experimentan sentimientos de culpa y remordimientos” (Fromm, 2003: 26).
Es cierto que hubo una época en que la cultura occidental vio, en la relación de pareja, a la mujer como un objeto de posesión. ¿Dónde se originó esa desvalorización? Existe la teoría de que una vez finalizada esa forma antropológica llamada matriarcado, la cual predominó en tiempos remotos de la humanidad, el hombre comenzó a tener predominio sobre la mujer. Durante la Edad Media apreció el señor feudal que tenía señorío sobre la tierra y todo cuanto en su superficie hubiere. Tenía el derecho de pernada. Mito o realidad, es otro asunto, lo que interesa destacar es que tal “derecho” era una forma de ultraje a la mujer. Cabe destacar, que esta forma de agravio a la condición femenina pasó a Latinoamérica con otras variantes y duró hasta bien avanzado el siglo XX. Hubo que esperar  hasta la Revolución Francesa (1789) para que la mujer aprovechara esa circunstancia y comenzara a luchar para que se le reconociera sus derechos como ser humano y no ser vista sólo como una hembra reproductora del género humano. A comienzos del siglo XX la mujer obtuvo logros significativos dentro de la sociedad y después de la década de los cincuenta, sus derechos y su condición de igualdad con respecto al hombre ha dado pasos bien sólidos, aunque en los actuales momentos hay países en donde todavía la mujer es tenida como un ser inferior. Pensar, en los actuales momentos, que la mujer es considerada un objeto de posesión como excusa para realizar prácticas antinaturales y socialmente no aceptada, es desconocer los avances tenidos por la mujer en materia de derechos humanos y la importancia de su rol en la sociedad contemporánea. No pretendo dar la imagen de moralista ni erigirme juez de la conducta de los demás, pero he leído y escuchado comentarios que tratan de justificar los intercambios de parejas o swinger con la tesis de que el ser humano es complejo. En tal sentido, he consultado cientos de entradas en la web sobre intercambios de parejas o swinger y el porcentaje que acepta estas prácticas es deplorable, en la mayoría de los casos las mujeres salen con la autoestima lesionada y al final terminan llevando una vida en pareja llena de resentimientos, culpa y depresión, o separadas de sus parejas y en el consultorio del psicoanalista. No citamos acá el estudio realizado en Holanda sobre los contagios de enfermedades en las personas que realizan intercambio de pareja o swinger. Sin embargo, no puedo evitar citar lo siguiente,
Cualquiera que sean los motivos más profundos de la promiscuidad de la mujer, su comportamiento va acompañado inevitablemente de una pérdida de la autoestima y resulta en desprecio hacia sí misma como individuo y hacia su sexo. Corrompe la imagen que de sí misma tiene cuando se le degrada a la posición de objeto sexual  para el hombre. Ninguna mujer y con alta opinión de sí misma como persona y como miembro de su sexo se dejará llevar por la corriente y caerá en la promiscuidad, (…) (Ellis, citando a Reik, 1971: 249) No he podido encontrar la fuente donde el Dr. Albert Ellis tomó la cita, he mitigado esa falta leyendo el libro de Theodor Reik Psicoanálisis del crimen (1965)
Lo que sigue después, en el diálogo entre Richard y Robert, nos da elementos para sospechar la existencia de una relación homosexual entre los dos “amigos”. Si observamos con detenimiento la conducta de Richard y tenemos presente el conflicto con su madre, notamos que la cita tomada de Jung, se ajusta a su perfil psicológico. Robert le dice a Richard que Bertha lo estaba probando y ¡(…) haciendo un experimento para tu beneficio! (p. 85). En este momento, Richard le recuerda toda una vida de amistad, desde la niñez, la juventud y, en base a este historial, no le gustaba la forma como había manejado las cosas con Bertha, en la oscuridad, como ladrones y eso no se ajustaba a personas como ellos. En un arrebato de sentimentalismo, Robert confiesa su amor hacia Bertha y aprovecha para lanzar una especie de amenaza: le va a quitar a Bertha como sea. Richard en la plenitud de su calma y control de la situación señala lo absurdo de este ultimátum de Robert. Las puertas de su casa estaban abiertas y tampoco sería por la fuerza porque no habrá resistencia. En el fondo, Richard lo que ambiciona es que ellos, incluyéndolo a él, tengan una relación tipificada dentro del triolismo cuyo concepto ya hemos dilucidado en este ensayo.
Uno pudiera estar tentado a decir que Robert es un ser débil, pero la percepción de su debilidad es aparente. Es el primero en dar rienda suelta a sus pulsiones homosexuales. En primer lugar, le dice a Richard
 ROBERT (Después de una pausa se golpea con la mano la frente)  Eres tan fuerte que me atraes incluso a través suyo [de Bertha] (p. 88).
¿Qué es esto? Tal vez en el sustrato de esta frase lo que desea expresar es que conquistando a Bertha logra “hacer suyo” a Richard, está demostrado en el campo psicoanalítico que, deseos como éstos, suceden en lo más profundo del inconsciente. Al decirle que es la reencarnación de la fuerza, le toma las manos. Estos detalles nos llevan a pensar que el amor no está entre Robert y Bertha, entre Richard y Bertha, sino entre los dos hombres.  Leamos lo siguiente:
ROBERT (Con rapidez) Cuando sentimos una intensa pasión por una mujer, vivimos momentos de completa locura. No vemos nada, ni pensamos en nada. Sólo en poseerla. Llámalo brutal, bestial o lo que quieras. (ídem)
Robert está calificando a Bertha como una marioneta sexual, como ya dijimos antes, de los dos; de hecho, Richard confirma nuestra apreciación al decir que el ansia de poseer a una mujer no es amor. En su defensa Robert sostiene que todos los hombres, cuando aman a una mujer, desean poseerla carnalmente y eso es una ley de la naturaleza. Richard responde que él no votó por esa ley. Más adelante, en el diálogo, Robert habla de una conquista y le pregunta a Richard si nunca ha tenido la intención de estar con otra, éste contesta que sí y cuenta cómo lo hizo, la llegada de noche a su casa y el momento en que despertó a Bertha para contárselo. Le destrocé el corazón, dijo Richard con placer. Robert cree que habla así porque está atormentado por la culpa de haber hecho eso y le dice que se olvide de eso ya que
ROBERT (Bruscamente) Tú la has formado tal y como es: una extraña y maravillosa personalidad. (p. 94)
Richard comenta que le destruyó la pureza de su alma y había tratado de darle una vida nueva, ahora se pregunta si había valido la pena haberle quitado su infancia, su sonrisa, su belleza adolescente, las esperanzas de su joven corazón. En este momento de íntimo desahogo, Robert aprovechó la oportunidad para decirle sobre los rumores que se habían propagado en la localidad, de su vida disipada en el extranjero, una vida de desenfreno y  él creía que ella era una víctima de esos rumores. Este largo diálogo en torno de la figura de Bertha es para justificar las pulsiones homosexuales de ambos, cuyo centro de convergencia y unión sexual es Bertha. Richard dice sentir algo, lo cual le produce más temor que la proyección en el futuro de una decadencia definitiva de la belleza de Bertha y la pérdida del “afecto” de Robert; éste le espeta tú no conoces el miedo moral, a lo cual Richard señala que no es ese tipo de miedo, sino al hecho de no haberle dado a Bertha una vida más rica en amor, a momentos que debieron ser únicamente suyos (p. 97) Tal vez esto nos de motivo para sospechar que en algún momento de intimidad entre los dos, éste le haya dicho Bertha, Bertha… te quiero ver con otro. Y ella, en un momento de debilidad y subyugación, tal vez haya cedido a esa demanda perversa para complacer a su marido enfermo.
Richard desea ser más específico con Robert en cuanto a la forma de encarar su relación con él, señala que en esta tarde había visto toda sus tardes juntos, en el pasado y le había dado ganas de abrazarlo y le reitera no querer nada oculto y clandestino en lo que se refiere a la posesión de Bertha, pero esa claridad es engañosa porque en el fondo Richard lo que busca es el sadomasoquismo para complacer a su ego consumido por la urgente necesidad de su homosexualidad, superando, así, los límites del pudor, el asco y transgredir el orden para degradar, aún más, la vida amorosa.
RICHARD (Desvía otra vez la mirada. Con voz más baja) Eso es lo que debía decirte. En el fondo de mi innoble corazón deseaba ser traicionado por ti y por ella en la sombra de la noche… secreta, pérfida, completamente. ¡Por ti, mi mejor amigo, y por ella! ¡Deseaba con intensidad e ignominiosamente ser deshonrado para siempre en mi amor y en la carne! Ser…  (p. 99)
Robert, como un amante tierno y cariñoso, le pone la mano en la boca para sosegarlo y no siga hablando, pero enseguida lo estimula a seguir. El resto del diálogo entre estos dos personajes es una apología al sufrimiento producto de la culpa y la forma de concebir la pasión.
ROBERT (Con creciente excitación) La victoria de la pasión humana contra los mandamientos de la cobardía (…) El enceguecedor instante de la pasión –esa pasión libre, sin vergüenza, irresistible-  es la única fuerza para la que podemos huir de esa miseria que los esclavos llaman vida. (pp. 100-1)
Terminó diciendo que ella y él han sido instrumentos de la voluntad de Richard. Este diálogo con  matices de filosofía sobre la pasión, la eternidad y la lucha humana por alcanzar el bien supremo de la felicidad se interrumpe cuando oyen tocar la puerta. Es Bertha quien llega. Ambos quieren huir, pero Richard  es quien le da la bienvenida.
La conversación que se establece entre los dos es fría, impersonal, hay una secreta complicidad entre ellos, tienen conciencia de la situación. El tema es Robert y la preocupación de ella es si él la odia. Bertha le reprocha a su marido el hecho de haber permanecido al margen de las circunstancias observando y maquinando, le pregunta si confía en ella. Richard no le responde, pero le manifiesta duda ante su aparenta serenidad y que hubiera sido divertido mantener oculto su relación con su amigo y le reprocha haber tratado mal a Robert. Ante esto, le dice
BERTHA (Le señala con el dedo) Sí. Pero fue por tu culpa. Y ahora voy a terminar con esto. Soy un instrumento tuyo. No sientes ningún respeto por mí. Nunca lo sentiste, porque yo hice todo lo que hice… (p. 106)
a la pregunta de Richard si él la respeta, ella responde afirmativamente, además, es el único que la ha respetado  después de su regreso.
Richard, a lo largo de su accionar en el discurso teatral, da suficientes elementos indicativos de no amar a Bertha, su interés sentimental está centrado, no en Beatrice como aparentemente se deja notar en el Acto Primero, sino en Robert, como dije antes; pongamos atención a las siguientes palabras, las cuales son una prueba de lo dicho anteriormente:
RICHARD. (…) Bertha, al mirarte siento como una alegría salvaje en tu alma. Te veo tal como eres. Puede que no signifique nada para ti el que yo haya aparecido antes en tu vida, por lo menos antes que él. Tal vez seas más suya que mía.
BERTHA. No. Pero también siento algo por él.
RICHARD. Y también yo. Puedes ser suya y mía. Confiaré en ti, Bertha, y en él. Tengo que confiar. No puedo odiarlo ya que te ha apretado entre sus brazos. Tú nos has acercado más. Hay algo más sabio que la  sabiduría misma en tu alma. ¿Quién soy yo para proclamarme dueño de tu corazón o de cualquier otra mujer? Bertha, ámalo, sé suya, entrégate a él si lo deseas… o si puedes. (p. 107-8)
¿Cuál es el hombre que dice amar a su mujer y le sugiere, la convence o le ordena entregarse a otro, por más que éste sea su “mejor amigo”? ¿Cuál es el verdadero significado de esa entrega de su amada?  Ahora me surgen dos preguntas imposibles de no  formular: ¿Qué sucede en la mente, el corazón y los sentimientos de un hombre que observa que le enamoran a su mujer y no hace nada para poner un freno a esa situación? ¿Cuál es el perfil psicológico de ese hombre que entrega a su pareja a su “mejor amigo” para tener sexo y en donde él también participaría? Richard, en esta entrega casi explícita, satisface su pulsión homosexual. No hay dudas de que casos como éste están enmarcados dentro del estudio de las parafilias. Recordemos que Bertha era casi una niña cuando se puso a vivir con Richard. Ella misma nos dio elementos para afirmar que su marido le fue moldeando el carácter y la personalidad para hacer lo que le viniera en ganas con ella. Pero en cierto sentido, sentimos en el espíritu de Bertha un grado de rebeldía, nobleza y autoestima todavía vivos cuando dice, enfrentándolo, (…) Porque soy simple piensas que puedes hacer todo conmigo. (p. 71) Seguramente hay algo en su universo interior que el dominio de Richard no pudo invadir con sus perversiones.
En ejemplos como el de Bertha podemos notar que el sentido de pertenencia ha sido violentado, tengamos presente que aquí  no significa “ser de alguien” y tampoco el verbo tener adquiere su realización semántica. Nuestro sentido de pertenencia está orientado hacia el significado de arraigo a algo que se considera importante, a una familia, a una sociedad, a un país, a un amor sin perder su independencia y personalidad. A lo largo de los diálogos de Bertha notamos que sus pensamientos, sentimientos, ilusiones y deseos están dentro de la esfera del sentido de pertenencia, cuyo centro es compartido con Richard, no con el “mejor amigo”. Al ser arrojada en brazos de otro, todos esos elementos se fracturaron y ella quedó como un cuerpo que puede tener sexo en cualquier contexto sin importarle el hombre de turno, lo cual la puede llevar a satisfacciones pasajeras, pero que en el fondo ahonda más su vacío y su soledad, perdida en la nada infinita de su ser, ya imposibilitada de recoger esos fragmentos de su realidad íntima. La conducta de Bertha nos demuestra que ha tenido esa fractura en su ser interior y, por lo tanto, su autoestima está seriamente maltratada. Cuando se pierde el sentido de pertenencia, las personas quedan débiles, a veces de tal manera, que su cuerpo se convierte en una masa doliente. Las personas, al desarrollar su sentido de pertenencia en forma armónica, muestran una autoestima sólida y elevada.
Sin medir las consecuencias, Richard se va y no termina de enfrentar y resolver esta situación porque le gusta ese juego sadomasoquista y es una forma de apaciguar las demandas de su ego desequilibrado. Bertha quedó sola y preguntó por alguien en la casa. Apareció Robert. Este habló de sus temores y del hecho de haber sido un conejillo de indias en el experimento de Richard, el por qué ella no lo detuvo a tiempo y haber impedido a su “amigo” cambiar el concepto que tenía de él; ella, por su parte, desea saber si él la odia. Robert estaba empapado por la lluvia y Bertha le pidió que se cambiara la chaqueta. Más adelante, sintió miedo y lo llamó a su lado, pero este miedo oculta el temor de entregarse sexualmente a Robert, al cual le hace prometer que no piense en eso. Ahora es Robert quien quiere saber los detalles de la historia de sus pretensiones amorosas contada por Bertha a su marido. Ambos están inoculados por el morbo de Richard. Cayeron en el tema de la libertad y él pregunta lo siguiente:
ROBERT (Insiste) ¿Sabes por qué te otorgó hace nueve años ese don de la libertad? ¿Lo entiendes? ¿Te agrada? ¿Lo quieres así? ¿Te hace feliz? ¿Te hizo dichosa en el pasado? ¿Siempre? (p. 119)
Obviamente, Bertha no tiene las respuestas en ese instante por cuanto no ha querido meditar sobre su pasado, se limita a decir simplemente que el pasado, pasado está y pasar la hoja. Una respuesta simple y banal como sólo una mujer puede dar teniendo una conciencia dormida y que sólo ha servido  para satisfacer los gustos sexuales de su marido enfermo. A continuación leemos una plática que da la impresión de ser dos enamorados contándose sus cosas en la más absoluta confianza, luego recuerdan algunos detalles del pasado como las primeras impresiones que le causó Bertha a Robert cuando ya ésta andaba con Richard. Este Acto Segundo termina con Robert preguntándole a Bertha si lo ama a él o a los dos, pregunta que ella no contestó. ¿Se dio cuenta en ese instante del oscuro túnel donde se hallaba?
El Acto Tercero se inicia durante una mañana en la casa de Richard Rowan. Observamos a Bertha sentada junto a una ventana mirando por entre unas cortinas. Entra Brigid y cuando la ve se persigna. ¿Por qué? ¿Acaso, la criada ve en ella una encarnación del mal? ¿O hay algo siniestro en la humanidad de Bertha? Las dos mujeres sostienen un coloquio y Brigid confiesa que Richard le contaba lo que hacía cuando la enamoraba y no a su madre. Bertha se sorprende de esta revelación y pregunta si también le contaba sobre sus cartas escritas a Richard. En ese momento se puso a llorar y la criada le preguntó
BRIGID (Alegremente) (…) ¿Está llorando? Por favor, no llore. Todavía vendrán buenos tiempos.
BERTHA. No, Brigid, eso ocurre una sola vez. El resto de la vida sólo sirve para recordar aquellos tiempos.  (p. 131)
La plática entre las dos termina cuando entra el niño Archie y habla con su mamá, luego se va. La madre lo ve por la ventana, pero se retira rápido, pues no quiere ser vista. Duda en ordenarle a la criada si indique o no estar levantada, de no sentirse bien. La criada pregunta quién es. Al fin, Bertha toma la decisión de decirle a Brigid: Diga que me acabo de levantar. (p. 136) Quien hizo su aparición fue Beatrice Justice, la cual se dio cuenta que Bertha se sentía mal. Beatrice le dijo que había salido una información en el periódico. Es un editorial escrito por su primo Robert. En el escrito se discute y analiza la vida de Dick, como familiarmente le dice Bertha a Richard. Beatrice le cuenta haber escuchado llegar a Robert en la madrugada y luego se sobresaltó por oír un ruido. Ante esta información Bertha se alarma y quiere saber sobre el asunto. Beatrice le hablo de un ruido producido por una maleta y había creído que Robert estaba enfadado con Richard, pues había notado cierta frialdad entre los dos.
El diálogo cae en el detalle de la llegada de Richard a Irlanda. Beatrice indicó que el regreso lo tiene sobre su conciencia, pero Bertha señala que más bien debería estar sobre la conciencia de Robert; Beatrice insiste que es en la suya. Este momento lo aprovecha Bertha para preguntar con cierta ironía Y tiene sobre su conciencia ¿solo eso? (p. 140); luego hace ruborizar a Beatrice afirmándole que fue ella la que hizo volver a Richard a Irlanda con sus cartas y hablándole a su primo. Desde este punto, el coloquio gira en torno a la conducta de Richard que pasa casi toda la noche encerrado en su estudio escribiendo o durmiendo. Bertha aprovechó y le dijo a Beatrice si sabía de algún asunto nuevo que haya producido un cambio en la conducta de su marido. La interpelada niega saber cualquier cosa. Por  momentos las dos mujeres se miran como dos cobras (frías y en silencio, p. 141). No sabemos que ha pasado por la mente de Bertha, pero con el sigilo y la firmeza de un depredador le puso la mano sobre una rodilla de Beatrice y le preguntó si ella también la odia. Con cierta dificultad Beatrice declaró que nunca ha odiado a nadie. Bertha le colocó una de sus manos sobre la muñeca de Beatrice y le hizo una nueva pregunta, si ha amado alguna vez; a la cual Beatrice responde que sí, en el pasado, ahora no. Bertha insiste en decirle a Beatrice que ésta la odia por ella ser feliz. Beatrice reafirmó su respuesta diciendo no es cierto. Bertha entró en una especie de delirio-excitación y confesó tener miedo de Richard y Robert; escribió una nota a este último pidiéndole venir a su casa. Salió a buscar a Brigid para que llevara la nota. El asunto se complicó en el momento en que Beatrice se dispuso a leer el periódico, llegó Richard diciendo que la playa estaba llena de demonios. Beatrice, un poco sorprendida, le dijo que haber vuelto temprano a la casa para mostrarle el artículo sobre él que había salido en el diario. Al momento de darle el periódico, Beatrice le expresó sufro solo al verlo. En ese momento, apareció Bertha y permaneció en la puerta escuchando. Richard leyó el artículo en voz alta en donde hablaban de él y de los exilios económico (en busaca del pan) y espiritual (en busca del alimento del espíritu). Por la actitud de Richard notamos su desagrado con el artículo, miró a Bertha y se fue a su estudio cerrando la puerta tras de sí. Bertha murmuró para sus adentros estas palabras que, a mi entender, son capitales para entender la subyugación de ella a su marido, Lo abandoné todo por él: religión, familia, mi propia paz (p. 146) Beatrice fue hacia ella donde estaba sentada en un sillón. Ante una pregunta relacionada con Richard, Bertha comenzó, por un lado, a desvalorizarse; y, por el otro, a decir con arrogancia que fue ella quien lo hizo hombre y nunca podrán humillarla. Bertha cambió de humor porque empezó a pedirle disculpa a Beatrice si había sido grosera y le pidió que fueran amigas (otra forma de acercarse a su marido), la abraza y le dio un beso (¿el de Judas?) En ese momento llegó Brigid e indicó que le entregó la nota a Robert, quien a su vez envió el recado de venir más tarde. Beatrice, nerviosa, decidió marcharse; Bertha la acompañó hasta la puerta.
Luego de este cuadro, Richard entró nuevamente a la sala y volvió a leer el periódico que estaba en la mesita, mientras tanto Bertha, que ha regresado, lo observó con una mirada escrutadora. Él colocó nuevamente el diario en la mesita, Bertha lo llamó para reclamarle no haberle hablado y éste le respondió no tener nada que decirle, entonces ella le preguntó si no le interesaba saber lo ocurrido en su encuentro con Robert. Este afirmó que nunca lo sabrá y ella que le dirá la verdad. En este instante, Bertha se expresó en forma dura y amenazante, otra de las claves para entender un poco esta relación de pareja:
BERTHA. Tú me obligaste. No porque me amases. Si me hubieras querido o, si hubieses sabido lo que es el amor, no me hubieses dejado. Me incitaste a hacerlo sólo en beneficio propio. (p. 151)
Desde este momento podemos sospechar que Bertha no le dará cuartel a Richard, ahora es una mujer dispuesta a todo, tiene impulsos de llevar su rebeldía a su máxima expresión porque considera llegada la hora de deslastrarse del dominio psicológico que, hasta ese instante, su marido ha mantenido sobre su persona. Después de haberle escuchado expresar que ella le alejó a Beatrice y a todas las personas que han intentado acercársele, dice
BERTHA. (Cálidamente) ¡En absoluto! Pienso que la hiciste tan desgraciada como a mí y a tu difunta madre a quien mataste. ¡Asesino de mujeres! Ese es tu nombre. (151-2)
La crudeza de estas palabras, nos lleva a considerar que Richard es un hombre devastado por la culpa de haber tenido una relación conflictiva con su madre; desde esta perspectiva, se podría explicar su conducta antinatural hacia Bertha y las mujeres con las que se ha relacionado afectivamente. Cuando Bertha hace referencia de Beatrice, dice que ésta es una muchacha fina y noble y que ella no tiene esos atributos ni por nacimiento ni por estudio. Aquí se desvaloriza porque su autoestima está en su nivel más bajo después de haber sido estimulada por su marido a participar en el juego de la seducción a Robert. Aquí ambos se lanzaron palabras que reflejan muchos resentimientos, era lógico que esto sucediera así después que ambos develaron los mecanismos secretos de sus deseos. Richard le dijo una vez más que era libre para ir a encontrarse con su amante. Ella le hace saber que maldice el día en que lo encontró. Como es natural, Bertha comenzó a llorar y cayó en una silla tapándose el rostro con las manos. El se acercó y le dijo:
RICHARD. ¡Bertha! (Ella no contesta) Bertha eres libre (p. 153)
Bertha reaccionó rechazando la mano de su marido, se levantó de su asiento y le dijo:
BERTHA (Rechaza su mano y se incorpora) ¡No me toques! Eres un extraño para mí. No puedes entender lo que pasa ni lo que hay en mi corazón. ¡Un extraño! ¡Vivo con un extraño! (ídem).
Cuando apareció Robert, ya Richard se había marchado a su estudio no sin antes mirar profundamente a su mujer. Bertha le recriminó a Robert sus intenciones de marcharse al extranjero. Este cuadro se volvió demasiado doméstico, Bertha quiere saber la causa de la decisión de Robert, éste señala que ella es la causa de su decisión; sin embargo, considero que él desea marcharse porque es una forma de liberarse del encadenamiento sentimental que lo mantiene unido a Richard. Bertha indicó que con esa medida estaba siendo cruel con ella y Richard. Pienso que esa crueldad la siente más ella porque con él ha sentido renacer nuevamente el amor, pero ese amor íntimo, privado y de respeto que no desvaloriza, si no que enaltece a la mujer. Robert quiso saber si Richard le preguntó sobre lo ocurrido la noche anterior. Ella indicó que su marido no deseaba saber nada, además de señalar de tener cierta urgencia de hablar con Richard, se levantó para ir a buscarlo al estudio. Después de varias llamadas apareció su marido, dio las gracias a Robert por el artículo escrito sobre su vida; éste le dice que no hay nada que agradecer, por cuanto él es su amigo ahora y siempre. Hoy más que nunca. (p. 157)
Richard se sentó en una silla y hundió su rostro en sus manos. Bertha salió de la sala. Robert fue hacia Richard y se oyó el vociferar de una vendedora de pescado por el camino. Robert intenta decirle la verdad a Richard. Este levantó el rostro y tomó una postura para prestar atención. Robert comenzó diciendo haber fracasado por segunda vez, pues ella se había marchado. De donde estaba, se fue a casa del vicerrector, luego a la oficina a escribir sus artículos, después visitó un cabaret, Allí había hombres… y mujeres (p. 158)  Bailó con una de ellas y después se marcharon en un taxis, en el camino la mujer le contó su drama. Hay un punto en el diálogo en el cual le dice que Bertha seguía siendo de él como en aquel momento cuando La conocimos por primera vez (p. 160) En realidad Bertha no cuenta para nada, Robert aquí descubre sus más oscuras intenciones, también ve a Bertha como un objeto sexual mediante el cual desea llegar a Richard. Richard le preguntó si quería saber lo que él hizo cuando abandonó la casa donde se había citado con Bertha. Robert dijo no, pero Richard contó lo que hizo a pesar de la negatividad de su “amigo”. Dijo haber regresado a su casa, luego recorrió el paseo marítimo oyendo Las voces de aquellos que dicen amarme (p. 160) Robert preguntó ¿La mía también? (ídem), él respondió Otra más. Robert inmediatamente señaló a su prima. Richard contó que ella le había dicho que perdiera toda esperanza. En esta parte, ellos parecen ser dos amantes exteriorizando sus pensamientos íntimos… Bertha una vez más es dejada a un lado, no cuenta para nada, no es importante, ha sido y sigue siendo una marioneta sexual para satisfacer las pulsiones de estos dos hombres enamorados entre sí.
Aparece Archie en escena, regresó de su paseo con el lechero, Robert lo invita a comer un pastel y de paso le contará un cuento de hada. Bertha, que ha regresado al salón, dejó ir a Archie. Cuando se han marchado, Bertha se acerca a Richard y le rodea la cintura con su brazo. La obra termina cuando Bertha y Richard hablan de un posible reencuentro entre ellos dos, él le dice que se siente herido, ella que él lo vuelva amar y que crea en ella. Hay un momento en que él dice
RICHARD (Todavía mirándola y hablando como con una persona ausente) (…) No es en la oscuridad de la fe como yo te quiero, sino en la viviente, incansable, hiriente duda. (p. 165)
BERTHA ¡Oh, mi extraño amante salvaje, vuelve otra vez! (Cierra los ojos.) (p. 166).
La acción termina pero el conflicto sigue, porque son seres oscurecidos por una falsa percepción del amor y, hagan lo que hagan, ese sentimiento ya está marchito; porque las heridas infligidas fueron en el alma y esas pueden encadenar psicológicamente pero… nunca se borrarán y, por lo tanto, entre los dos no volverá a nacer el amor.

Bibliografía mínima:
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York Tyndall, William: Guía para la lectura de James Joyce, Monte Ávila, Caracas, 1969.
Nota:
En Internet existen muchos websites con informaciones relacionadas con los intercambios de parejas o swinger. He escogido tres artículos que por su sencillez pueden orientar al lector con poca información sobre el tema, el cual está en libertad de realizar las lecturas que considere de su interés.
Atenciónpsicológica-mx.com: ¿Qué es ser swinger?
www.e-publicacoes.uerj.bn/index: La práctica/estilo de vida singer. ¿Una práctica perversa?