martes, 19 de julio de 2011

Feliz cumpleaños, Monsieur Proust

Auteuil, es uno de los cuatro barrios que conforman el XVI arrondissement de Paris; en la actualidad es un lugar elegante en donde muchas Misiones diplomáticas tienen sus sedes y enumerar las numerosos atractivos de la zona sería tener vivos en la memoria las impresiones y los recuerdos de un flaner (perdonen el circunflejo) ya vencidos por el tiempo, sólo añadiré un detalle más: allí vivieron H. de Balzac, L. Aragón, R. Debray, E. Ionesco B. Franklin y otros famosos que me abstengo de mencionar; pero allí, un día 10 de julio de 1871 en la Rue Lafontaine nació Marcel Valentín Louis Eugene George Proust. Estas breves líneas son el homenaje de un lector a su memoria.

De las centenares de páginas que se han escrito sobre la vida y la Proust he transitado las de En busca de Marcel Proust, de A. Maurois (Norma, 1998); Marcel Proust, de G. D. Painter (Alianza, 1972); Proust, de E. White (Mondadori, 2001). El primero es una apreciación melancólica de algunos aspectos de la vida y la obra de Proust, el segundo es un abrumador catálogo de los detalles domésticos y personales del escritor, el último tiene la pretensión de alumbrar el lado oscuro de la personalidad de Proust y además tiene el alarde meticuloso, desde el punto de vista de la crítica, de hacernos saber que Albertine se menciona dos mil trescientas sesenta veces en las siete novelas que componen el ciclo narrativo de En busca del tiempo perdido. Según White, Proust y Joyce se vieron una sola vez, compartieron un taxis y apenas uno dijo algo indescifrable en inglés y el otro tal vez contestó una frase en un francés medieval. Pensemos en la forma como una cobra paraliza a un ratoncito y tenemos la imagen de como se sentía V. Woolf ante el genio de Proust. El caso A. Gide es, creo yo, el más patético de todos, siendo lector de la recién fundada editorial Nouvelle Revue Francaise (N.R.F) rechazó el primer volumen de Proust, Por la parte de Swan, ya que al abrir el libro al azar no le gustó lo que leyó:

Tendía a mis labios su triste frente pálida e insulsa sobre la que, a esa hora matinal, aún no habían colocado los postizos, donde las vértebras se transparentaban como las puntas de una corona de espinas o las cuentas de un rosario;(…).  

Muchos años después esas líneas fueron objeto de un estudio crítico: Une énigmatique métaphores, escrito por Philiph Kolb; del que no tengo el gusto de conocer sus trabajos literarios. La literatura pareciera estar llena de apologías y rechazos, el caso de Proust tal vez sea emblemático en lo que a  rechazo se refiere.

Pareciera lógico que en un contexto cultural de fin de siglo XIX se originara una obra como En busca del tiempo perdido, cuyas páginas he leído en la edición de Mauro Armiño (Valdemar, 2007). En las  Memorias de Ultratumba, de Chateaubriand, (Acantilado, 2006), ya se percibe ese aire aristocrático y cotilleo infernal que está en la obra de Proust, objeto de nuestro comentario; Madam Bovary, de Flaubert; La Cartuja de Parma, de Sthendal;  con sus mundos de pasiones y análisis sicológicos lo que hacen es preparar el camino del surgimiento de En busca del tiempo perdido. En algunas ocasiones, Proust hizo el comentario de que su novela sería como Las mil noches y una noche. Si lo vemos desde el punto de vista del narrador, es posible que así sea, pues en ambos discursos sentimos el dominio del narrador desde el principio al fin.

Hurgando entre mis libros encuentro que Borges leyó a Proust y esto me sorprendió un poco pensando en la gran diferencia que existe entre los dos escritores; pero no me sorprendió el hecho de no haberle dedicado una breve página; lo cita de pasada, por ejemplo, en el prólogo a la Invención de Morel, novela de A. Bioy Casares (Norma, 1997); allí observamos que Borges considera que hay páginas y capítulos que son inaceptables como invención (p. 13). Quizás nuestro admirado Borges no recordó en ese momento la apreciación que hace W. Wordsworth sobre la diferencia entre fantasía e imaginación. El escritor que usa el arte de la invención de lugares que nunca existieron (pero que se originan de un referente real) pudiera estar entre los que utilizan la fantasía. Al contrario, el escritor que transmuta su entorno real para descubrir nuevos significados, estaría dentro de los imaginativos y Proust podría ser uno de ellos, es decir, el más sublime de todos ellos.  

En la vida personal de Marcel Proust hay un venezolano tiene su historia, el cual no aparece transmutado en otro personaje en la ficción En busca del tiempo perdido. El músico Reynaldo Hahn, que así se llamaba nuestro paisano (por nacimiento nada más) orientó a Proust en aspectos musicales que le sirvieron para diseñar al personaje Vinteuil que en la narración es un compositor y antiguo profesor de piano.

Arturo Uslar Pietri en el ensayo Proust en Turmero (B. Ayacucho n° 220)  nos dice que Antonio Guzmán Blanco (El Ilustre Americano) y su familia transitaron el París que Proust describe en su novela En busca del tiempo perdido. Algo de ese París encontró Uslar en la hacienda la Guayabita, propiedad de Guzmán Blanco, un día que fue de visita. Dice Uslar que había un escudo que tenía el nombre de la Duquesa d´Uzés y que tiempo después cuando leyó la obra de Proust se encontró con el nombre de la duquesa. No tenemos manera de saber si alguien de la familia Guzmán Blanco conoció a Proust, pero si podemos sospechar que en alguna recepción social uno de los Guzmán Blanco le presentó sus respetos a Monsieur Proust.


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