miércoles, 7 de diciembre de 2011

Lu, la ciudad Prohibida


Bordeando la cumbre del ser y no ser llegué a Lu,

La Ciudad Prohibida. De luna y lumbre sus

Columnas eran. Hacia ella me guió tu voz

Iluminada. Fue una mañana de tiempo detenido

En la hermética puerta había ángeles 

Envejecidos con espadas y alas alteradas,

En sus trajes celestiales y en sus aceros
Estaban los lemas del bien y el mal.

Las puertas de Lu, la Ciudad Prohibida,
Se abrieron por el principio activo de la vida,
La urbe se dejó ver íntima y perfecta en su
Terrible esplendor de arquetipo primordial.

Entramos a Lu, la Ciudad Prohibida,
Tomados de las manos y admirado
Contemplé que el sol y las estrellas
Eran movidos por fuerza del amor.

Allá, donde los límites de Lu, la Ciudad
Prohibida, se funden con una aurora
Rosa hay un jardín con muñecas que
Sueñan con el sortilegio y la fantasía.

En el templo de Lu, la Ciudad Prohibida,
Vimos a una joven vestida de blanco
Que nos hizo recordar un puerto y su mar.
Ella parecía un querubín caído del cielo.

Luego señalaste una casa de cerradas
Ventanas y escaleras sombrías donde
La joven veía el mar y vivió días turbulentos 
Y noches maceradas en ardores delirantes.
  
Un día dejó esa morada, llevaba un requiebro
En su corazón y una saudade en el alma.
Sin piedad las diosas del querer la guiaron
Por sendas de lobos rabiosos y hambrientos.

Pasamos por calles de piedras transitadas
Por aventureros, falsarios y malabaristas.
Vimos los sitios en donde fue acosada por
Sátiros, jugadores y un furioso demonio la

Llevó a sus dominios. Fuimos a la fuente de
Lu, la Ciudad Prohibida, en su agua quieta
Había una rosa y con tu voz de iluminada
Contaste la breve historia de su amor fugaz.

Ella –dijiste- vino a esta fuente para conocer
Los misterios del yo en ti y del tú en mí.
Su inocencia y sus ansias secretas de amar
Fueron percibidas por un varón de mirada de oro.

Como de un bosque sagrado emergió
El anhelado caballero. Quizás ignoraba 
Los famosos tercetos de Dante, los cantos
Dolorosos de Leopardi o las aventuras

Amorosas de Casanova, pero no pudo pasar
Por alto la mirada de sus ojos árabes
Que prometía noches saturnales. Esta conjura
De Eros y Psiquis le hizo vivir este romance

De placeres exquisitos. Ella invocó las fuerzas
Del universo para saber lo hechos que los hados
Le deparaban. El Único y su corte celestial
Escucharon sus plegarias. Por eso el rumor

De la fuente parece que siempre está diciendo
Adiós y cuando contemplas esa rosa
Ella parece despedir una ligera fragancia 
De ilusiones marchitas, de íntima nostalgia.

Como un nuevo Narciso quise ver mi amor  
En el agua de la fuente pero tú expresaste
Que nadie se mira en la misma agua dos veces
Y que el caballero era su vida y su tiempo.

Siempre de tu mano seguí tus pasos por
Lu, la Ciudad Prohibida. Llegamos a los
Predios de un palacio cuyas puertas y
Ventanas eran de oro, entonces te oí decir

Que allí se guardaban las bellas vivencias
de la novia. Al lado del palacio
Había un árbol con una serpiente anillada
En su tronco, sin hojas y sin frutos; en sus

Ramas habían pájaros negros. Señalaste
Que eran aves portadoras de sufrimientos,
Llantos, ansiedades, miedos, angustias, 
Dudas y recelos. Gélido viento del amor.

Luego fuimos a una torre blanca y azul.
Dijiste que estábamos ahora en un sitio
En donde la antigua novia había fundado
Su nuevo hogar. Había un vergel y una

Montaña en las cercanías. Sentimientos de
Lo uno y de lo múltiple. Los dioses la hicieron
Soñar con la dicha siempre esquiva y la paz
Eternamente frágil. Pero los dioses de la
 
Cotidianidad son voraces y requieren
Grandes sacrificios. Otra ofrenda en aras
Del amor. Las oscuras lentitudes hicieron

Que la torre se derrumbara, las lágrimas
Y la soledad mordieron cruelmente
Sus quimeras y su armonía. Triste querubín
Herido. Los falsarios habían vencido.

Costas de arenas mustias hay en Lu, la Ciudad
Prohibida, con olor a naufragios y recuerdos
De besos compartidos en cama y mesa. Un 
Rumor de olas trae el susurro de una tumba.  

Como la Sacerdotisa
Del Tarot ella escribió un bello epitafio
Sobre ondas dolientes, su  ofrenda en el mar 
Fue una lluvia de pétalos y perlas líquidas.

Te dije que deseaba abandonar a Lu, la Ciudad
Prohibida, declinar a seguir explorando
Sus calles, fuentes, palacios, playas y paisajes.
Siempre de tu mano salimos de Lu, la Ciudad

Prohibida. Entonces, tú que todo lo intuyes,
Que ves en los abismos del alma, preguntaste
Por qué estaba triste. Simplemente te respondí
Que había renunciado a Lu, la Ciudad Prohibida.









viernes, 5 de agosto de 2011

Thomas Mann y su montaña mágica

 

El universo narrativo de Thomas Mann siempre fue atractivo para aquellos lectores delirantes que se alimentan a diario de cuanta página escrita le caiga en sus manos;  éstos suelen enloquecer por consideraciones sobre estética, música, política y religión. Pero también estoy convencido que tiene muchos seguidores dentro de esa tipología de lectores cuya única patria son los libros. Ellos tendrán en su  memoria algún fragmento de La muerte en Venecia (1912) que les hizo recordar una circunstancia de su vida; una reflexión de un personaje de La montaña mágica (1924) que les produjo miedo y temblor con sólo pensar en la indiscutible tragedia del ser humano que es ver y sentir su cuerpo envejecer; unas centellantes líneas del Doctor Fausto (1947) cuya semántica les motivó a meditar sobre el bien y el mal; o una sentencia de El elegido (1951) que les llevó a conjeturar que la metafísica es un elemento de la literatura fantástica.
Quizás La montaña mágica sea una de las novelas más conocidas  ya que ha sido analizada desde el punto de vista del tiempo hasta el simbólico, incluso ha sido llevada al cine; ignoro si la película tuvo éxito o no. La montaña mágica es para mi gusto demasiado larga (1005 páginas repartidas en dos volúmenes, Círculo de Lectores); sin embargo, reconozco que dentro del corpus de lectores hay un submundo de leedores que suspiran por esas casi infinitas sucesiones de palabras con el vacío argumento “allí hay de todo.” Conozco a un lector, cuya amistad me honra, que su targets son los libros de historia, política exterior y alguno que otro sobre el destino de la humanidad; cuando leyó la novela de Mann en una edición vieja y descolorida con una letra torturante quedó complacido.
Al iniciar la lectura de La montaña mágica nos abruma la impresión de que es una novela sobre el deterioro físico y la muerte, apenas hemos avanzado unas cuantas páginas esa impresión se nos vuelve certeza. El hecho de que un centro de rehabilitación se encuentre ubicado en un paraje de cierta altura (elemento de la cultura alemana) nos hace pensar que los personajes que se hospedan allí están en un limbo como esperando el último llamado. Las consideraciones sobre el tiempo que hace el narrador de La montaña mágica tiene en estos tiempos un sabor agrio, sobre la música... bueno, ya ustedes saben lo que los alemanes han logrado en la música. Las páginas que describen una sesión espiritista es débil, Sir Arthur Connan Doyle nos hubiera dado una escena con más profundidad psicológica y aire inglés de misterio. Sólo el genio de Mann le da un grave interés. Casi la mayoría de los personajes de La montaña mágica tienen sus quince minutos de fama. Como rostros de una misma moneda Hans Castorp y Settembrini proyectan sus sombras a lo largo de toda la novela y esto hace que la narración gire en torno a ellos, los demás son simples actores que esperan su actuación para mostrar su degradación física o moral. Incluso el suicidio de Naphta me pareció insensato. Presumo que Thomas Mann pensó en darle más vida pero esto lo llevaría a escribir mil páginas más para justificar dicho suicidio. El amor en La montaña mágica es como una mariposa negra que se posa en los labios de un moribundo. Entre Hans Castorp y Clawdia Chauchat lo que hay es una simple morisqueta del amor. Si Nietzsche hubiera sido novelista, es muy probable que escribiera La montaña mágica en no más de ciento cincuenta páginas duras y soberbias en contra de la decadencia física del ser humano.  . 

viernes, 29 de julio de 2011

El ejecutor


 
 El viejo poeta murmuró entre dientes los restos intraducibles de una antigua elegía irlandesa. Espadas, sangre y magia eran los espacios semánticos que aún perduraban en las gastadas rimas. Como suele suceder siempre en las ficciones, un personaje hace acto de presencia en el retiro de otro personaje. El visitante sabe que el viejo poeta está consagrado a elaborar una épica cuyos elementos son el tiempo, la trinidad y el trópico. El viejo poeta observó al visitante en el umbral de la puerta. Sus cansados ojos recorrieron las líneas duras del rostro hasta detenerse en la media luna que ofendía el pómulo derecho del recién llegado. El visitante sabía que el viejo poeta estaba recordando que inicialmente había sido un simple ejercicio del intelecto, después, con el devenir de la existencia, se convirtió en una pesadilla: Razonar, deducir, teorizar, imaginar. Analizar cada fragmento de los hechos era un duelo entre la sensibilidad del espíritu y la lógica del pensamiento; Poe lo vivió de manera feroz. ¿Qué variante de los enigmas policíacos podrían interesarle al viejo poeta, ahora que vivía alejado de las ciudades y los placeres? El hombre de la media luna avanzó hacia el viejo poeta, al mismo tiempo que decía “Hoy la pesca fue mala, hay restos de naufragio en la red. ¿Se acuerda del caso Deep Death? Convirtió a San Francisco en el lugar más peligros del mundo. Sólo una imaginación febril como la suya pudo dar con el asesino. Lo más triste de todo fue que, resuelto el caso, el crédito lo tuvo ese agente de  segunda categoría de la Pinkerton. Claro, quien iba a creer que un poeta sudamericano, y para no romper con la usanza, acompañado con un joven mestizo, había resuelto un caso que estaba destinado a enriquecer los anales de la literatura policial de Norte América, Inglaterra y Francia”. El viejo poeta miró hacia el mar. Era un día caluroso y gris de agosto. Prosiguió el visitante “Perdone que recurra a la memoria, pero no conozco otra forma de integrarme a la tradición. En el barrio trece, a pocas cuadras de la rue Saint Michel, en la casa de Lebrum o Mambrú, no recuerdo ahora el nombre con exactitud, usted resolvió el caso de La Noire Poupée, un clásico que no tenía nada que envidiarle al misterio del cuarto cerrado. La prensa convirtió al suceso en casi una novela por entregas. Recuerde, las reseñas indicaron que las deducciones de la investigación estuvieron a la altura de un Dupin, Holmes, Brown, Maigret. Otra vez la misma historia, quedamos en la sombra. Monsieur Delvaux, un detective ramplón de la Sureté, ganó dinero y prestigio con este caso resuelto por usted.” Por un momento el viejo poeta pareció sonreír. Su voz quebrada por la nostalgia se escuchó profunda. “¿Cómo dice ese poema de Baudelaire que leímos tantas veces en nuestra travesía por el canal de la Mancha, cuando íbamos rumbo a Inglaterra y que nos hacía recordar el poder devastador del trópico sobre el hombre y la naturaleza?” El visitante recitó con voz lenta, como si arrastrara las palabras: “Le soleil rayonnait sur cette pourriture / come afin de la cuire á point. C’est le poem Une Charogne, poeta. ¡Ah! Y no olvide lo de Inglaterra, eso fue de antología. Los sucesos no ocurrieron en Liverpool, ni en Londres, tampoco en Norfolk; sino allí, en el mismo pueblito que vio nacer al bardo, en Stratford – Upon – Avon. La escenografía no pudo ser mejor: El asesinato, el castillo con aire tenebroso, el policía de la Scotland Yard, la incomparable tradición sajona de crímenes, intriga y teatro. Y usted allí, de manera increíble, desentrañando un laberinto de odio, venganza y muerte en la pérfida Albión. ¿Cuál era el nombre del asesino que hizo estremecer los cimientos de la alta sociedad británica de entonces?” Etéreo, casi una sombra el viejo poeta dijo “Fue un actor mediocre que se hacía llamar Lord Strawberry, Rossberry o Quesenberry, da lo mismo; los británicos lo confundieron con un noble que estuvo involucrado en el proceso de Wilde.” El hombre del umbral respiró profundamente, encendió un cigarro y de uno de los bolsillos del pantalón sacó una carterita de licor. El trago arrancó un fulgor de sus ojos. Los labios duros chuparon con furia el cigarro. Todavía con el humo en los pulmones dijo “El caso se llamó Phantom’s Blood. ¿Recuerda usted el graffiti que apareció en la pared del Pub de la Bond Street?” Con la vista perdida en el horizonte el viejo poeta contestó “Thank Parodi, Holmes.” Desde muy lejos vino un olor a mar muerto, a muelle abandonado. “Algún renegado inglés, admirador de Borges, que sin duda leyó las crónicas de Bustos Domecq. De todas maneras, los coleccionistas de graffiti extendieron sus investigaciones hasta Italia, pues nunca imaginaron que Parodi era un carnicero preso en una cárcel de un arrabal sudamericano”, dijo el visitante. “Hubo una variante increíble”, expresó el viejo poeta siempre mirando al mar. “Sí, fue aquella tarde del té, a la five o’clock, of course. Alguien conocedor de las posibilidades de la inteligencia americana, nos dijo, como una confidencia, que Alfonso Reyes, versionador insigne de Chesterton, pasó por Stratford-Upon-Avon y al enterarse del caso, escribió el graffiti. Pero el único Holmes Parodi es usted, un sudamericano de infinitas máscaras que siempre está deduciendo, razonando, imaginando en la sombra o fantaseando en al alba; no dejándole al asesino la posibilidad de demostrar esa teoría de Quincey que considera el asesinato como una de las bellas artes. Por eso poeta, usted imagina y deduce que ahora está en su casa de la bahía, mirando hacia el mar y luego me ve llegar, hablar y decir todas esas cosas y no sabe, no puede saberlo, que allí, en la entrada están Fu-Manchú, Muriarty y otros personajes no menos célebres, pidiendo a grito su cabeza. Este es el infierno, poeta. Yo soy el ejecutor.


viernes, 22 de julio de 2011

La amante de Bolzano

Sándor Karoly Henrik Grosschmit de Mára (1900 – 1989) más conocido como Sándor Márai, fue un intelectual húngaro que en la década de los treintas del siglo XX tenía fama como escritor basada en la claridad de su prosa y en la entusiasta recepción de sus novelas por los lectores de la época. Bastó que los soviéticos invadieran Hungría e impusieran el régimen de esa perversa utopía política conocida con el nombre de comunismo para que Márai y sus libros cayeran en el olvido. Muchos años después, cuando comenzó la decadencia del comunismo, el trabajo literario de Márai fue redescubierto en su país y relanzado en el extranjero. Al español sólo se ha traducido una cuarta parte de sus libros que sobrepasan el medio centenar pero esa muestra es suficiente para apreciar la calidad de sus obras, pongamos por ejemplo La amante de Bolzano (Salamandra, 2003). La acción de esta novela gira en torno a tres personajes principales: Giacomo, Francesca y el Conde de Parma; los otros  como Teresa, Balbi, el prestamista y los demás son accesorios inevitables para hacer dinámica la narración. Al primero de ellos, el narrador nunca lo llama Casanova pero los detalles diseminados a lo largo del discurso sobre él nos permiten deducir, sin mucho alarde analítico, que es el controvertido aventurero veneciano del siglo XVI. La presencia de Giacomo en la Posada del Ciervo es sombría y caricaturesca a la vez, allí permanece durante los ocho días de su estadía en  Bolzano (norte de Italia), encerrado en un cuarto, salvo en un par de ocasiones en que sale de su habitación. Éste es un escenario triste y deprimente con un decorado acartonado, éste último recurso lo utilizó Borges con gran eficacia en una de las narraciones de Ficciones. Otros detalles, que tal vez valgan la pena mencionar, son en primer lugar el discurso de Giacomo, el cual pareciera no corresponder con su experiencia pasada que el narrador nos deja entrever en su novela. El discurso del Conde de Parma es casi un monólogo y una diatriba contra las aventuras amorosas de los hombres. Lo de Francesca es patético, su declaración de amor se balancea entre lo cursi y lo sublime. Sin embargo, los detalles señalados aquí no tienen porque predisponer a rechazar la novela, todo lo contrario, ya que el autor ha logrado construir su narración con apenas un fragmento temporal de un referente histórico y su maestría como narrador radica en que el lector se interese por ese drama casi anónimo en un lugar impreciso por la nieve llamado Bolzano.

martes, 19 de julio de 2011

Feliz cumpleaños, Monsieur Proust

Auteuil, es uno de los cuatro barrios que conforman el XVI arrondissement de Paris; en la actualidad es un lugar elegante en donde muchas Misiones diplomáticas tienen sus sedes y enumerar las numerosos atractivos de la zona sería tener vivos en la memoria las impresiones y los recuerdos de un flaner (perdonen el circunflejo) ya vencidos por el tiempo, sólo añadiré un detalle más: allí vivieron H. de Balzac, L. Aragón, R. Debray, E. Ionesco B. Franklin y otros famosos que me abstengo de mencionar; pero allí, un día 10 de julio de 1871 en la Rue Lafontaine nació Marcel Valentín Louis Eugene George Proust. Estas breves líneas son el homenaje de un lector a su memoria.

De las centenares de páginas que se han escrito sobre la vida y la Proust he transitado las de En busca de Marcel Proust, de A. Maurois (Norma, 1998); Marcel Proust, de G. D. Painter (Alianza, 1972); Proust, de E. White (Mondadori, 2001). El primero es una apreciación melancólica de algunos aspectos de la vida y la obra de Proust, el segundo es un abrumador catálogo de los detalles domésticos y personales del escritor, el último tiene la pretensión de alumbrar el lado oscuro de la personalidad de Proust y además tiene el alarde meticuloso, desde el punto de vista de la crítica, de hacernos saber que Albertine se menciona dos mil trescientas sesenta veces en las siete novelas que componen el ciclo narrativo de En busca del tiempo perdido. Según White, Proust y Joyce se vieron una sola vez, compartieron un taxis y apenas uno dijo algo indescifrable en inglés y el otro tal vez contestó una frase en un francés medieval. Pensemos en la forma como una cobra paraliza a un ratoncito y tenemos la imagen de como se sentía V. Woolf ante el genio de Proust. El caso A. Gide es, creo yo, el más patético de todos, siendo lector de la recién fundada editorial Nouvelle Revue Francaise (N.R.F) rechazó el primer volumen de Proust, Por la parte de Swan, ya que al abrir el libro al azar no le gustó lo que leyó:

Tendía a mis labios su triste frente pálida e insulsa sobre la que, a esa hora matinal, aún no habían colocado los postizos, donde las vértebras se transparentaban como las puntas de una corona de espinas o las cuentas de un rosario;(…).  

Muchos años después esas líneas fueron objeto de un estudio crítico: Une énigmatique métaphores, escrito por Philiph Kolb; del que no tengo el gusto de conocer sus trabajos literarios. La literatura pareciera estar llena de apologías y rechazos, el caso de Proust tal vez sea emblemático en lo que a  rechazo se refiere.

Pareciera lógico que en un contexto cultural de fin de siglo XIX se originara una obra como En busca del tiempo perdido, cuyas páginas he leído en la edición de Mauro Armiño (Valdemar, 2007). En las  Memorias de Ultratumba, de Chateaubriand, (Acantilado, 2006), ya se percibe ese aire aristocrático y cotilleo infernal que está en la obra de Proust, objeto de nuestro comentario; Madam Bovary, de Flaubert; La Cartuja de Parma, de Sthendal;  con sus mundos de pasiones y análisis sicológicos lo que hacen es preparar el camino del surgimiento de En busca del tiempo perdido. En algunas ocasiones, Proust hizo el comentario de que su novela sería como Las mil noches y una noche. Si lo vemos desde el punto de vista del narrador, es posible que así sea, pues en ambos discursos sentimos el dominio del narrador desde el principio al fin.

Hurgando entre mis libros encuentro que Borges leyó a Proust y esto me sorprendió un poco pensando en la gran diferencia que existe entre los dos escritores; pero no me sorprendió el hecho de no haberle dedicado una breve página; lo cita de pasada, por ejemplo, en el prólogo a la Invención de Morel, novela de A. Bioy Casares (Norma, 1997); allí observamos que Borges considera que hay páginas y capítulos que son inaceptables como invención (p. 13). Quizás nuestro admirado Borges no recordó en ese momento la apreciación que hace W. Wordsworth sobre la diferencia entre fantasía e imaginación. El escritor que usa el arte de la invención de lugares que nunca existieron (pero que se originan de un referente real) pudiera estar entre los que utilizan la fantasía. Al contrario, el escritor que transmuta su entorno real para descubrir nuevos significados, estaría dentro de los imaginativos y Proust podría ser uno de ellos, es decir, el más sublime de todos ellos.  

En la vida personal de Marcel Proust hay un venezolano tiene su historia, el cual no aparece transmutado en otro personaje en la ficción En busca del tiempo perdido. El músico Reynaldo Hahn, que así se llamaba nuestro paisano (por nacimiento nada más) orientó a Proust en aspectos musicales que le sirvieron para diseñar al personaje Vinteuil que en la narración es un compositor y antiguo profesor de piano.

Arturo Uslar Pietri en el ensayo Proust en Turmero (B. Ayacucho n° 220)  nos dice que Antonio Guzmán Blanco (El Ilustre Americano) y su familia transitaron el París que Proust describe en su novela En busca del tiempo perdido. Algo de ese París encontró Uslar en la hacienda la Guayabita, propiedad de Guzmán Blanco, un día que fue de visita. Dice Uslar que había un escudo que tenía el nombre de la Duquesa d´Uzés y que tiempo después cuando leyó la obra de Proust se encontró con el nombre de la duquesa. No tenemos manera de saber si alguien de la familia Guzmán Blanco conoció a Proust, pero si podemos sospechar que en alguna recepción social uno de los Guzmán Blanco le presentó sus respetos a Monsieur Proust.


viernes, 15 de julio de 2011

La misteriosa llama de Umberto Eco


De todas las novelas escritas por Umberto Eco (1932) hasta la presente fecha lo menos que podemos decir de ellas es que sus páginas están llenas de conocimiento, fantasía e imaginación; cuya poderosa combinación logra mantener el interés del lector hasta la última página y cuando un escritor alcanza esa tres (o dos) instancias de la creación literaria podemos inferir que estamos en presencia de un autor que nos invita a un viaje peligroso, del cual regresamos con una mirada ágil y penetrante para encarar el hecho de ser humano y meditar sobre nuestra relación con el universo. En las novelas de Eco están la poesía, la filosofía, el ensayo y el kitsch; aún desde la traducción al español, su discurso se aprecia como una parodia al canon literario y juega con ese discurso para hacer lo que Foucault llamó una red textual. En La misteriosa llama de la reina Loana (Lumen, 2005) ya el nombre del primer capítulo “El mes más cruel” nos remite a La tierra baldía, el conocido poema de T.S. Eliot. Con esta estrategia convierte en cómplice al lector precavido y estimula al que no lo es, luego irán apareciendo una serie de frases y fragmentos literarios que el personaje Yambo invocará desde el fondo de su memoria, no para reconstruir su pasado, sino para justificar su presente. La intertextualidad de ese primer capítulo le dará un sentido de ficción a la realidad que vive Yambo dentro de la novela, entonces ésta se va convirtiendo en una historia de capas superpuestas, es decir, las acciones se derivan o recuerdan las aventuras realizadas por ciertos personajes de los cómics o de las historias de folletín, pero en otras ocasiones nos recuerdan a Stevenson o Conrad. En este punto me pregunté por qué Eco olvidó a Tarzán, ese inolvidable personaje del comic símbolo del coloniaje británico en África, cuando  hizo un inventario de las historietas que leía Yambo en su niñez. La misteriosa llama de la reina Loana puede leerse de diversas maneras: como una novela filosófica (indagación sobre la Nada o el Ser), de iniciación (los primeros pasos de un futuro lector), de aventura (los sucesos en el Vallone), histórica (crítica al fascismo) y muchas otras que la intertextualidad nos lleve a considerar. Su lectura es recomendable en grado superlativo por cuanto nos hace reflexionar que la lectura de novelas es un punto de convergencia entre elementos culturales y la felicidad de ejercer la imaginación como una de las grandes aventuras del espíritu humano. 


jueves, 7 de julio de 2011

Dick y sus androides

Este escritor norteamericano es autor, entre otras, de la novela ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? El argumento no puede ser más sencillo: unos androides se han escapado de una colonia en el espacio exterior, un experimentado cazador de androide es encargado de retirar a estos renegados. Este argumento es un lugar común en  los trhiller de ciencia ficción estadounidenses, pero lo que hace interesante a esta historia de Dick es la simpleza de su forma discursiva, casi hay una ausencia de elementos estéticos; pero bajo esa aparente simplicidad argumental y esa llaneza discursiva percibimos y sentimos una amarga pesadilla compuesta por varios elementos. El espacio donde el narrador mueve a sus personajes está contaminado ya que una guerra ha dejado una especie de polvo que dificulta la vida en ese espacio, inferimos que producto de ese polvo el ambiente se nos torna tétrico y frío. Otro aspecto, no menos desagradable e inquietante, es la nostalgia que sienten los personajes por la especie animal desaparecida, la cual ha sido sustituida por réplicas que sienten y padecen. ¿Tuvo Philip J. Dick la premonición de la clonación? No lo sé. Lo único que puedo decir es que ese mundo ya está entre nosotros con sus avances científicos y electrónicos. El cineasta británico Riddley Scott tomó la idea central de esta novela para realizar su película Blade Runer. Ya los amantes del cine saben que esta película estaá entre las primeras cinco mejores de las películas de ciencia ficción del siglo XX.