Una
mujer en la mitad de su vida se encuentra
Extraviada
en un bosque negro, da la impresión
Que
repite o vive un terceto de un poeta florentino.
No
la acompaña el divino Marón
Ni
busca azarosa la entrada del clásico tártaro, sólo
Camina
dando vuelta sobre el eje de su corazón.
Llega
la noche y se hunde en su noche más difícil
Que
es la de todas las personas solas en el planeta.
Tiene
deseos de gritar su angustia, de compartirla
Con
otros seres humanos, pero sabe que tiene una
Culpa
¿la culpa de sus actos o de sus pensamientos?
Aparece
la depresión como una boa y le aprisiona su ánimo,
Lucha
con desesperación al borde de su abismo para no caer
En
el río de la desesperanza, en el círculos de los sin fe.
En
su corazón está la fuerza que vence los obstáculos,
En
su alma hay infinitas semillas de futuras primaveras
Y
por sus venas corre la memoria y la savia de la vida
De
la humanidad, que no se ha dejado aniquilar por la desdicha.
La
mujer reclinada a un árbol sueña que ese árbol era el Yggdrasil.
Se
hundió en sus raíces y frente a un quemado continente
Había
una isla y sintió que la isla era buena y supo
Que
su corazón la amaba porque la tierra tenía sabor a familia.
En
su espacio onírico se abrazó al Migrad,
Allí
estaba la vida en todo su esplendor y los caminos del Ser y no Ser,
Del
Bien y el Mal. En su lar tuvo ansias de otras formas
De vida; y su espíritu, aún virgen, rompió con ese lazo
Que
ahogaba sus deseos de vuelo, su salto glorioso hacia la luz.
Una
tormenta la llevó por un oscuro sendero
Y
luego cayó en el vacío de una ilusión,
En
su vertiginosa caída se le acercó un sátiro que en sus ojos tenía
El
fuego de la lujuria, el vicio de la orgía; creyó en la suave
Armonía
de su flauta peligrosa, en el degradado azul de su mirada.
Entonces, ella fortaleció su yo bajo una falsa percepción
De
la vida. Lo dicen sus acciones, su visión de la existencia,
Su mirada inerte de cordero sacrificado. En el Midgrad
Percibió
el declinar de la vida,
Sintió
hostilidad hacia sí misma, los íntimos demonios de su juventud
Lo
hostigaron hasta hacerla caer en la soledad, la pena y la melancolía.
Miró
hacia el cielo y el peso de la inmensidad la sobrecogió,
Clavó
sus pupilas en el suelo y lo que miró fue abrojos,
Contempló
sus adoloridos brazos y sintió dolor en un hombro,
Reflexionó
sobre su pensamiento y se supo encadenada al sátiro.
No
tuvo fuerza para vislumbrar lo que había en el Asgard.
La
mujer despertó y dejó atrás un bosque de sombras venenosas.
Miró
hacia un horizonte y contempló la esperanza iluminada.
20 de junio de 2012
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