Ella
estaba allí, invitándome a pasar y ser,
Sin
el brillo que una fina dama suele mostrar
En
su rostro para denotar que es amada
Y
deseada, parecía lista para ir a descansar.
A
fuera, la Noche estaba en suspenso:
Callados
los infinitos ruidos del jardín,
A
través del ventanal vi un cielo de lobos
Y
en el aire había un frío muro sin fin.
Miré
con atención su indumentaria:
La
abotonada blusa parecía un corsé,
Camiseta
para abrigar pecho y cuello
La
fresca pijama de un tejido no sé qué.
¿A
quién esperaba? ¿Al ausente consorte
Acostumbrado
a su presencia y la cotidianidad?
¿O
al hombre deseado en sus insomnios?
La
luz doliente, en mi alma contrariedad.
Extrañé
el poderoso abrazo inicial, los labios
Que
se buscan para el beso sublime,
Su
respiración agitada provocando un incendio
En
mis sentidos, su cuerpo que de placer gime.
Fui
invitado a sentarme distante de ella.
¿Vino
o té? Elegí el té que sosiega y hace meditar.
Hablamos
sobre ausencias e incomprensiones,
De
laceraciones en el corazón y de amargo llorar.
Esa
noche no hubo un te quiero, sólo en mi memoria
Habita
y persiste el recuerdo de sus brazos abiertos
Con
su gesto de virgen que ofrenda sus sagrados pechos
Y
me hace olvidar inquietos y amargos días inciertos.
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