Estaba allí, en el umbral,
infinita, sublime, lírica, como si surgiera
de la espuma del mar, del capullo de una rosa
o de lo más profundo de la imaginación de Dios.
Supimos en ese instante que el ayer
se había convertido en una vaguedad temporal
que el ego terminaría de hundir en el Leteo.
Sentí sus brazos y sus manos como siderales ramas
que me llevaron a la montaña de sus lunas.
Una precisión intelectual nos condujo
a indagar en otra realidad
y admirar su esplendor como si fuera un sol
de medianoche.
El ingenio de su mente sensitiva
se desgranó en pródigos pormenores lúdicos.
La miré queriendo adivinar lo que había en sus ojos
y ya con la voluntad consumida por la vehemencia
del deseo, hundí mis sentidos en su cuello,
el aroma de su piel y de su cabellera me hizo
creer que a mi alma caía una lluvia de astros.
Acaricié sus hombros, pilares de estrellas,
su espalda como una pradera de sueño,
sentí el denso temblor acelerado de su vientre,
su pubis, con latido de corazón de colibrí,
entonando su balada de delirio al filo de la Noche.
En la cumbre de sus labios
estaba toda la energía de la creación,
ah, la sublime paradoja: apagar la sed con el fuego,
llegar a la cima de la humanidad, sus labios
en donde se saborea el néctar de los dioses, ah,
dulce amada, hazme inmortal con tus besos.
Como si fuera un céfiro amoroso
sus palabras me envolvieron en una íntima atmósfera,
preciosa para un “te quiero”, perfecta para una ofrenda.
Llegamos a la intersección cósmica
Donde el río de la vida es una corriente de instantes,
De estrellas, de colores y de plenitud que hace florecer
Tu alma, tu espíritu y otra Noche se llene de promesa.
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